El verdadero amor tarda, pero llega
Autor: Marijn Mannes
GéneroModerno
El verdadero amor tarda, pero llega
"¿De qué estás hablando?", replicó Isaac frunciendo el ceño. Aunque su tono era tranquilo, Forrest había logrado percibir una peligrosa tensión entre ellos.
"Olvídalo", respondió con los dientes apretados. "Me interesa tu felicidad, así que lo dejaré pasar solo por esta vez".
La mirada en el rostro de Isaac se volvió pensativa mientras estudiaba a Forrest por un rato, antes de cerrar la puerta del auto y hacerle un gesto a Willie. "Vámonos".
Así pues, este último encendió el motor y se alejaron poco a poco, dejando atrás al nervioso Forrest.
Se sentía obligado a hacer algo por Camila que pudiera mejorar su situación. Entonces, se dio la vuelta con la intención de buscarla justo cuanto la vio salir del edificio. "Mila", la llamó.
"Me voy a casa", sonrió ella.
"Mila... Solo quiero decirte que haré todo lo posible para encontrarle a tu madre un donante de corazón. Te juro que me aseguraré de que sea operada lo antes posible".
Pensar en su madre enferma provocó que la chica se deprimiera, y aunque trató de no dejar que se notara, el temblor en su voz la traicionó. "¿En... en serio?".
Un corazón era uno de los órganos más difíciles de encontrar donante.
No solo era complicado conseguirlo, sino que nunca había garantía de que fuera compatible con el cuerpo del paciente. En pocas palabras, la mayoría moría por no poder recibir el trasplante adecuado a tiempo.
"Gracias, Forrest", murmuró ella con los ojos llenos de lágrimas, sin saber de qué otra forma transmitirle su sincero aprecio.
"Oh, vamos, somos amigos y esto es lo que los amigos hacen, ¿de acuerdo?". Las emociones de Forrest estaban a flor de piel. De no haber sido por Isaac, Camila estaría un paso más cerca de su meta, y si bien quería apoyarlo en su cruzada por conquistar a Debora, odiaba que fuera a expensas de su amiga.
"Déjame llevarte a casa".
"No, no, está bien", soltó la joven a toda prisa. "Estoy bien, de verdad".
A fin de cuentas, no iba a ir a la residencia Haynes y no podía permitir que Forrest supiera que ya estaba casada. ¡No podía permitir que nadie se enterara!
Por suerte, él no insistió, de modo que Camila tomó un taxi de vuelta a la villa que compartía con Isaac.
Si había algún consuelo, sería saber que a su nuevo marido no estaba dispuesto a ir allí, y eso la hacía sentir aliviada.
Glenda la recibió en la puerta, contenta de ver que la chica no estaba tan tensa como cuando se mudó. "Se ve feliz", comentó el ama de llaves con amabilidad. "¿Pasó algo bueno?".
Quitándose los zapatos, Camila respondió: "No es nada, Glenda, solo me acabo de dar cuenta de que me gusta vivir contigo, solo nosotras dos".
"¿Eso significa que mi presencia no es necesaria?".
Esa voz...
Enseguida, ella alzó la mirada para encontrar al hombre parado en el medio de la sala. Si no lo hubiera visto antes en las noticias, jamás habría reconocido a su propio esposo.
El hombre lucía frío y distante como siempre lo hacía en las fotos, con la diferencia de que sus ojos parecían contener una cantidad considerable de desdén.
Aturdida, Camila no esperaba que estuviera ahí.
"Mmm... Tú... ¿Qué haces aquí?".
¿Acaso Isaac no odiaba ese matrimonio?
Se suponía que detestaba tenerla cerca.
Al hombre se le volvió la expresión más sombría cuando escuchó esa pregunta. "¿Qué? ¿Acaso necesito pedirte permiso para venir a mi propia casa?".
Al escuchar eso, Camila bajó la cabeza para ocultar su vergüenza. Isaac tenía razón, era ella quien se había entrometido en su villa.
Acto seguido, él arrojó una carpeta sobre la mesa. "Fírmalo", escupió.
Chequeando los documentos, a Camila no la sorprendió que se tratara de los papeles del divorcio. En todo caso, había estado esperándolo, el asunto era que no podía divorciarse de él ahora porque primero tenía que esperar a que su madre tuviera una cirugía exitosa.
Teniendo eso presente, lo miró e intentó decir algo, pero no sabía cómo dirigirse a él. "Mmm... Isaac... Podemos...".
"¿No te quieres divorciar?", la interrumpió él, como si ya hubiera anticipado esa reacción. Era obvio que ella no estaría de acuerdo, no después de todo lo que había pasado su codiciosa familia para asegurar ese matrimonio.
"Está bien, hazlo a tu manera. Solo espero que no te arrepientas de tu decisión", espetó él antes de alejarse sin esperar respuesta.
Daba la impresión de que había malinterpretado el asunto, así que Camila quiso ir tras él para explicarle, pero se tropezó y dejó caer su cartera, haciendo que todas sus cosas rodaran por el suelo.
Mientras recogía sus pertenencias, ella notó que faltaba un elemento importante, y cuando miró a su alrededor, vio que la caja de pastillas había caído justo en los pies de Isaac. Entonces, se abalanzó sobre él de inmediato, desesperada por ocultar las pastillas antes de que el hombre las descubriera, pero en el instante en que sus dedos tocaron la superficie de la caja, un zapato de fino cuero la pisó.
El rostro de Isaac, una vez carente de alguna emoción, mostró cierta curiosidad ante el brillo nervioso en los ojos de Camila, de modo que le arrebató la caja antes de que ella pudiera agarrarla. Echándole un vistazo al contenido, notó que de dos pastillas, una había sido consumida.
Frunciendo el ceño ante eso, comenzó a leer la etiqueta, diciendo: "Plan B".
No tenía idea de lo que eso significaba, pero enseguida vio la descripción debajo. "Anticonceptivo de emergencia. Tómelo dentro de las 72 horas después de la relación sexual".
Por supuesto, sería un tonto si no entendiera eso.
Lentamente, bajó la mirada para observar a la mujer aterrorizada a sus pies. "Vaya, ya me fuiste infiel", soltó él en un tono sarcástico. "Y en nuestra noche de bodas, nada más y nada menos".
Cualquier sensación de repugnancia que había sentido anteriormente por esa mujer se acababa de multiplicar por mil.
Apretando los puños para evitar que le temblaran las manos, Camila se puso de pie respirando profundo, incapaz de refutarlo.
Después de todo, Isaac no estaba equivocado, era cierto que ella le había sido infiel.
"Yo nunca quise casarme contigo", murmuró ella en voz baja.
Con el estómago revuelto, Le arrojó el paquete de plástico a la cara y su borde le rozó el rabillo del ojo, dejándole una fina marca roja a su paso.
Por fortuna, Camila había cerrado los ojos antes de que la golpeara. Luego, tomó un aliento profundo y se agachó para recuperar la medicina. A esas alturas, el escozor en su piel no era nada comparado con la humillación de que Isaac había pisoteado su dignidad.
"Así que te gustan los hombres, ¿eh?", dijo él con malicia. "Bien, me aseguraré de darte lo que quieres". Dicho eso, salió de la villa.
Camila no sabía a qué se refería con eso, pero pronto lo descubriría.
Al día siguiente, Willie la estaba esperando abajo mientras se preparaba para ir al trabajo.