El Último Beso
Autor: ODALIS PICANO
GéneroRomance
El Último Beso
"Arlene Woodsen, ¿acaso estás fingiendo ser inocente frente a mí?", dijo Brian, sentado aún sobre el sofá, mientras le dedicaba una mirada severa.
Al no responder absolutamente nada, incluso cuando ya había pasado un largo minuto, uno de los hombres que estaban presentes gritó fuerte: "Es que, ¿no escuchaste lo que el señor Clark te preguntó?". La chica saltó de miedo al escuchar esa voz que hizo retumbar la habitación entera. Lo siguiente que supo fue que, frente a ella estaba ese hombre, levantándole la barbilla con brusquedad. Ahora, todas y cada una de las personas presentes en la habitación, eran capaces de ver su rostro. En ese momento y por primera vez, Ayla miró directamente al hombre sentado en el centro de todos.
Brian Clark, el que resultó ser su marido.
"Señor Clark, no pensé que su esposa fuera ser tan hermosa; ya se entiende por qué a tantos hombres les gusta hacerle compañía".
Ayla Woodsen realmente era hermosa. Su figura era delicada, y sus ojos eran grandes y redondos, como los de un ciervo; estos eran tan negros como el azabache. Sus cejas se unieron sobre sus ojos, debido al pánico que sentía en ese momento.
En realidad, era tan atractiva que cualquier hombre podría enamorarse de ella con mucha facilidad; solo una mirada suya bastaba para que eso pasara.
"¿Estás asustada?", le preguntó Brian, con sus ojos clavados en ella y con un tono amenazador.
Asustada, sí, por supuesto que lo estaba.
"¡Habla! ¡No estés actuando como una estúpida estatua!", gritó, lleno de rabia.
"Yo... Yo...", tartamudeó, sin poder completar una oración. Realmente, quería decir algo pero, las palabras simplemente no le salían. Estas parecían perderse en algún lugar dentro de su garganta, pues no tenía idea de en qué forma podía hablar frente a ese hombre tan peligroso.
"Tú has salido con muchos hombres, eso es lo que dice tu reputación. Entonces, ¿por qué finges estar asustada?", dijo el empresario. Él odiaba a esas mujeres que cambiaban de forma y color como los camaleones, y odiaba más que nada a la mujer que tenía frente a él. De no ser porque él ya había escuchado acerca del pasado de ella, habría logrado engañarlo.
"Señor Clark, debería enseñarle una lección para que aprenda a ser obediente y no quiera engañar a usted en el futuro", exclamó uno de los hombres de Brian, con total desprecio.
"Yo no estoy fingiendo, no le voy a engañar", dijo Ayla, finalmente.
"¡Eso espero! ¡De otra manera, la familia Woodsen no podrá seguir viviendo!", le advirtió Brian, con un tono rudo.
"Bueno, bueno, ¡vamos! No debemos molestar al señor Clark", expresó uno de los presentes en la habitación. Fue una boda sin ceremonia, pero ella había firmado su nombre y, de esa manera, le vendió su alma a ese demonio.
Al notar la mirada en los ojos de Brian, todos abandonaron la habitación, la cual se vació al instante, dejándolos solos a ellos dos, con todo el olor a cigarrillo y alcohol que aún no se habían disipado del lugar.
"¡Vamos, levántate!", le ordenó Brian, aún sentado sobre el sofá, mientras cruzaba una de sus largas piernas sobre la otra con mucha elegancia.
Ayla logró ponerse de pie, sin importar el dolor que sentía en todo su cuerpo. El vestido de novia era un poco incómodo, y la cola de este era larga, por lo que tuvo que tirar de él fuertemente con sus manos, revelando los tacones blancos en sus pies.
"Ven aquí y siéntate a mi lado", le dijo el hombre y la miraba preguntándose por qué ella actuaba de manera tan pretenciosa esa noche, si ella solía ser atrevida.
Al sentarse, él introdujo un cigarrillo en su boca. "No fumo", dijo ella en voz baja.
"¿No fumas?", dijo él, resoplando. ¿Cómo es posible que la famosa chica de la familia Woodsen no fumaba?
Luego, él la forzó a tomar un copa de vino en su mano, al tiempo que le decía: "¡Bueno, entonces, bebe eso!".
"Yo no bebo", respondió Ayla, negando una vez más, ya que temía desmayarse si bebía vino.
Brian endureció sus facciones, pero, esta vez no la dejó tranquila tan fácilmente, con su mano enorme, la tomó de la cara y vació la copa de vino directamente dentro de su boca.
El vino era muy fuerte, por lo cual la chica se ahogó, y tosió con fuerza al instante. El sabor era tan fuerte para ella que la hizo llorar.
"Arlene, ¿es en serio?", dijo el hombre, echándose a reír.
"De ahora en adelante, eres la señora Clark, mi esposa. Ese es un título que no cualquiera puede tener", agregó. Él quería dejar muy en claro desde el principio que no soportaría malos comportamientos de su parte.
'Yo no quiero ese título, en lo absoluto', pensó la chica, casi diciéndolo en voz alta.
¿Señora Clark? A ella no le interesaba eso, para nada. tan quería ser capaz de ir al colegio con libertad, y esperar que su amado Toby regresara. Sin embargo, todos sus sueños se habían destrozado.
"¿Pasa algo malo? ¿Acaso no te gusta?", preguntó Brian y, al notar el disgusto en su mirada, agregó: "Ah, cierto. Tú puedes tener al hombre que desees porque eres la señorita Woodsen, ¿no es así?".
Ayla tan solo apretó sus labios, sin pronunciar una palabra, no porque no quisiera hablar, sino porque le dolía mucho el estómago. Ella cubrió su boca con su mano, luego, vio un vaso de agua sobre la mesa.
Lo tomó de inmediato, inclinándose hacia adelante, y se lo bebió para intentar calmar la incomodidad de su estómago. No obstante, ocurría algo extraño, que ella no podía tragarlo. Entonces, lo escupió todo. Resultó ser licor, en lugar de agua.
"¡Ah! Entonces, sí te gusta el licor", exclamó él, aunque, estaba empezando a creer que quizás ella sí estaba diciendo la verdad, puesto que no había bebido en realidad. Aunque tal vez solo era muy buena fingiendo.
"No, yo solo...", comenzó a hablar Ayla pero, antes de poder terminar, se aferró con fuerza a un lado del sofá y lo vomitó todo. Al no haber ingerido ningún alimento sólido, todo lo que le salió fue un líquido ácido.
Después de eso, su esposo la ayudó a levantarse y la apoyó sobre su hombro. La llevó hasta la habitación y la tiró sobre la cama.
Debido a la pesadez de la cabeza de Ayla, al caer sobre la cama, se golpeó con la mesa que se encontraba a un costado, y de inmediato, su frente se hinchó. A causa del golpe, se sintió mucho más mareada.
Aun así, Brian no mostró ni una pizca de piedad por la mujer que estaba frente a él; simplemente la miró con mucho deseo.
Las cosas recién comenzaban.