Todo comenzó cuando logré entrar de prácticas en la administración regional.
Tenía planes napoleónicos para mi carrera y mi vida. Pero en el primer día el asistente de mi jefe me hizo algo que cambió mi vida de golpe.
Mientras me familiarizaba con mis tareas y estudiaba el reglamento de mi puesto, Ílya Víktorovich me observaba. Claro que me halagaba la atención de un tipo tan atractivo, pero había algo en su mirada... Difícil de explicar.
Me pidió que me quedara después del trabajo, para que habláramos sobre mi futuro profesional.
– Anya, ¿sabes? Yo puedo ayudarte para que, cuando termines las prácticas, te quedes a trabajar con nosotros. ¿Te gustaría trabajar aquí? – preguntó.
Asentí con la cabeza. Trabajar en la administración regional era el sueño de todo nuestro curso en la universidad. Pero yo había oído que sin enchufe aquí no consigues nada. Cumples las prácticas y adiós.
– Tengo una propuesta para ti...
No terminó la frase; en lugar de eso se acercó rápido y me tumbó boca abajo sobre la mesa. Me quedé pasmada por la sorpresa. Con su cuerpo me presionó hacia arriba, apoyando su entrepierna contra mi trasero.
Sentí lo fuerte que estaba. En ese momento pensé que quería sexo.
– Está bien. Acepto. Pero ponte un preservativo... – susurré.
– ¿Para qué necesitamos un preservativo? Solo estorba al amor puro. – se rió el hombre al oído.
Apreté los dientes. Justo eso era lo último que necesitaba. ¿Y luego qué? ¿Tomar pastillas por un embarazo no deseado? No quería esos problemas justo antes de empezar mi carrera.
– ¡Abre las piernas! – fue la orden. Obediente, abrí las piernas y esperé a ver qué sucedía.
Él me sujetó ligeramente por las caderas para que arqueara más el trasero. Luego subió mi falda y bajó mis bragas...
Me apreté los ojos con más fuerza, y una ola de excitación recorrió mi cuerpo. Mi entrepierna se humedeció y ya me imaginaba cómo me penetraría.
Pero, en lugar de eso, empezó a separar mis nalgas y a rozar mi ano con la punta del dedo.
Moví el trasero con desagrado, pero él no reaccionó. Siguió explorando mi agujerito trasero mientras yo permanecía en esa postura incómoda, apoyada con el pecho sobre la mesa.
– ¿Nunca has hecho anal? – preguntó el hombre.
– ¿¡Qué!? – casi me ahogo con su pregunta.
– Veo que no tienes entrenado el trasero. – acariciaba mi anillo anal, jugueteándolo. Luego introdujo un dedo con suavidad.
– Ílya Víktorovich... No, por favor, no me gusta...
– Ahora te molesta porque es un poco raro. ¡Luego serás tú la que lo pida!
Ílya se inclinó y su cara quedó muy cerca de mi entrada anal... Sentí su aliento cuando abría mis nalgas hacia los lados. Era un poco incómodo y extraño, pero por alguna razón también me excitaba.