De Amor a Monstruo

De Amor a Monstruo

Gavin

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Javier está en la oficina del párroco intentando cancelar su boda. Un matrimonio de conveniencia, un compromiso sagrado que lo asfixiaba. Pero la verdadera pesadilla comenzó una semana antes, en la finca. Isabela, mi prometida de toda la vida, fue "salvada" por Mateo, un humilde auxiliar de veterinaria, de un novillo bravo. Desde ese instante, la gratitud de Isabela se convirtió en una obsesión. Lo trajo a vivir a nuestra casa, negándose a ver la manipulación de Mateo, ignorando mis objeciones. Me acusó de celos y arrogancia, defendiendo a su "héroe" con una ceguera perturbadora. Me fui de casa, dejándola con él, pensando que era el fin de mi tormento. Pero Mateo no se detuvo ahí. Días después, me tendió una trampa en un tablao de Triana, fingiendo que lo había agredido brutalmente. Isabela apareció, lo creyó, me llamó "monstruo" y me abandonó a la vergüenza pública. Me sentí acorralado, traicionado, humillado por la mujer que se suponía me conocía mejor que nadie. ¿Cómo pudo mi amor de la infancia caer tan bajo, cegada por un arribista? ¿Qué clase de gratitud es esta que destruye años de amor y confianza? La injusticia me quemaba, pero la rabia se transformó en una decisión inquebrantable. Tomé mi teléfono y llamé a mi padre, Don Alejandro Montero. Era hora de cortar los lazos con Sevilla y volar hacia mi verdadero destino. Madrid me esperaba, y con ella, un nuevo comienzo.

Introducción

Javier está en la oficina del párroco intentando cancelar su boda.

Un matrimonio de conveniencia, un compromiso sagrado que lo asfixiaba.

Pero la verdadera pesadilla comenzó una semana antes, en la finca.

Isabela, mi prometida de toda la vida, fue "salvada" por Mateo, un humilde auxiliar de veterinaria, de un novillo bravo.

Desde ese instante, la gratitud de Isabela se convirtió en una obsesión.

Lo trajo a vivir a nuestra casa, negándose a ver la manipulación de Mateo, ignorando mis objeciones.

Me acusó de celos y arrogancia, defendiendo a su "héroe" con una ceguera perturbadora.

Me fui de casa, dejándola con él, pensando que era el fin de mi tormento.

Pero Mateo no se detuvo ahí.

Días después, me tendió una trampa en un tablao de Triana, fingiendo que lo había agredido brutalmente.

Isabela apareció, lo creyó, me llamó "monstruo" y me abandonó a la vergüenza pública.

Me sentí acorralado, traicionado, humillado por la mujer que se suponía me conocía mejor que nadie.

¿Cómo pudo mi amor de la infancia caer tan bajo, cegada por un arribista?

¿Qué clase de gratitud es esta que destruye años de amor y confianza?

La injusticia me quemaba, pero la rabia se transformó en una decisión inquebrantable.

Tomé mi teléfono y llamé a mi padre, Don Alejandro Montero.

Era hora de cortar los lazos con Sevilla y volar hacia mi verdadero destino.

Madrid me esperaba, y con ella, un nuevo comienzo.

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5.0

El olor a metal y la sangre llenaban mis pulmones. En mi vida pasada, morí sola en la carretera, abandonada por mi hermano Mateo y nuestra prima Isabella, quienes se negaron a llevarme al hospital. Dijeron que exageraba un dolor de estómago para arruinar la fiesta de cumpleaños de Isabella. Era apendicitis, que se volvió peritonitis. Vi mi propio funeral, a mi abuela Elena destrozada por el dolor, y a Mateo e Isabella celebrando, destruyendo el legado familiar que tanto amaba. La traición me consumió, y mi abuela, con el corazón roto, me siguió poco después. Hasta ahora. Un chirrido de neumáticos y un golpe seco. El mismo accidente, el mismo día fatídico que me llevó a la tumba. Pero esta vez, estaba aquí, y mi abuela yacía inconsciente a mi lado. En mi vida anterior, la llamé a ellos primero, lo que nos costó todo. Esta vez no. Mi cerebro trabajó a una velocidad vertiginosa. No podía depender de Mateo, ni de Isabella. Saqué mi teléfono, llamando a emergencias, asegurándome de que esta vez, mi abuela viviría. Pero la supervivencia de mi abuela dependía de una transfusión de sangre O negativo, un tipo de sangre casi imposible de encontrar. Contacté a Mateo e Isabella, quienes compartían el mismo tipo de sangre, y les rogué ayuda. Ellos, ciegos por la codicia y la manipulación de Isabella, se burlaron, acusándome de arruinar su fiesta de cumpleaños. El médico corroboró la urgencia de sangre, pero respondieron con crueldad, colgándome. Me sentí completamente sola, con el pánico invadiéndome mientras buscaba desesperadamente donadores. Cuando encontré un donador, Ricardo, Mateo e Isabella lo contactaron, mintiéndole y persuadiéndolo de no venir. La vida de mi abuela pendía de un hilo, y ellos estaban dispuestos a dejarla morir por un capricho. Pero no esta vez. No iba a suplicarles. Iba a luchar. Ya no era la nieta ingenua que confiaba ciegamente en su familia. La muerte me había enseñado la lección más dura de todas. El dolor insoportable se transformó en una furia helada. Conseguí contactar a una red privada de donación de sangre y pagué una fortuna, era nuestra última esperanza. Cuando el Dr. Ramos, influenciado por Mateo, intentó evitar la donación, el infierno se desató. ¡No dejaría que la historia se repitiera! Mi abuela viviría, y ellos pagarían por todo el daño causado.

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