Mi amiga Anya es simplemente la puta perfecta. Ella fue quien me convenció una vez de probar el sexo anal. Yo me avergonzaba de hacerlo con mi novio, por eso acepté acompañarla a una fiesta estudiantil donde todos llevarían máscaras especiales para que nadie pudiera reconocer a nadie.
Anya es de ese tipo de chicas que aman a los hombres. Ella en realidad nunca pierde la oportunidad de echar un polvo, y yo siempre escuchaba sus historias con gusto, porque me interesaba saber cómo y por dónde la penetraban los hombres.
Somos amigas desde la escuela. No descubrí de inmediato que ella había empezado a trabajar de prostituta en un club de alterne. Lo ocultó de mí durante mucho tiempo. Simplemente noté que empezó a tener dinero, y de golpe, mucho. Y además se volvió más desinhibida. Comenzó a vestirse de otra manera.
Un día vino a verme y se puso a contarme cómo en el trabajo se divertía con varios hombres a la vez. Me contó en detalle cómo uno de sus clientes le quitó la virginidad anal y cómo luego ella empezó a buscar aventuras por el culo.
El sexo anal se volvió algo especial para Anya, solo hablaba de eso. Empecé a envidiarla. Yo también quise probarlo.
Anya a menudo decía que le volvía loca cuando varios extraños la cogían al mismo tiempo.
El sábado decidimos ir con ella a la casa de campo de uno de sus nuevos conocidos. Esta vez había enganchado a tres jóvenes sementales justo en la parada de autobús; les llamó la atención su minifalda, y no se equivocaron. Anya les explicó de inmediato cómo sabía divertirse y prometió algo inolvidable.
– ¿Así que ni siquiera los conoces bien? – me sorprendí mientras íbamos hacia la parada para luego ir a algún pueblo. Estaba en lo más profundo.
– Bueno, no me acordé de los nombres – se defendió Anya. – Pero sus miembros están bien.
– ¿Cuándo tuviste tiempo de ver sus miembros? – me asombré.
– Bueno, es que por la bragueta se ve perfectamente la erección – respondió mi amiga. – Vika, no te preocupes, todo irá bien. Los chicos son realmente divertidos.