Kristina decide buscar un nuevo empleo y, para su sorpresa, se reencuentra con Aslan: un jefe seguro de sí mismo, carismático y peligrosamente atractivo. De inmediato invade sus pensamientos y, pese a todas sus contradicciones internas, ella se enamora de él sin remedio. Pero su relación pronto se convierte en una prueba dolorosa: en lugar de amor, hay manipulación y un uso frío de su persona. Kristina pasa a ser su secretaria privada y, al mismo tiempo, su muñeca sexual. Está dispuesta a aceptar su destino, pero Aslan la obliga a participar en orgías con sus socios de negocios. Cuando Kristina ya no puede soportar más semejantes humillaciones, decide marcharse, rompiendo toda relación y abandonando su mundo. Intentando olvidar a Aslan, se sumerge en un torbellino de nuevos encuentros sexuales y aventuras etílicas en saunas y clubes, desesperada por recuperar la alegría de vivir. Pero un día el destino los reúne de nuevo. ¿Será capaz Kristina de resistirse a su magnetismo cuando Aslan regrese a su vida con una propuesta inesperada? ¿O esta vez todo será diferente?
La sexta entrevista del día. Solo un pensamiento retumba en mi cabeza: «Cristina, aguanta, esta es la última oportunidad». Con este ritmo, al caer la tarde me duelen las piernas y el bolso pesa como si estuviera lleno de ladrillos. Pero no importa, necesito este puesto, y volver a vivir con mis parientes no es opción. No dejan de repetir que debo ser independiente. Estudio a distancia, lo que significa que tengo que trabajar.
Decidí presentarme como gestora de atención al cliente. Como dice nuestro profesor, trabajar con clientes es un excelente punto de partida para que los estudiantes adquieran buena experiencia. Pero espero no tener que demostrar la veracidad de esas palabras por mucho tiempo. Estudio Psicología, y el trato con la gente me ayudará a poner en práctica muchos conocimientos teóricos.
En la empresa de nombre estúpido «Huevos de oro» acudí a la entrevista sin muchas esperanzas de que me aceptaran. Con mi experiencia mínima no suelen contratar, y menos aún a una estudiante a distancia a la que tendrán que dejar ir durante las sesiones de examen.
- «Huevos de oro...»- se repetía en mi mente y me daban ganas de reír. De verdad, no entendía qué idiota había inventado semejante nombre.
La secretaria tecleaba como si aquello fuera un ritual ancestral y, al fin, levantó la mirada con total desinterés, como si yo fuera algo que simplemente había llegado y ahora reclamaba su atención.
- Cristina Petrova, Aslán Karimovich la espera - dijo con voz impasible, señalando apenas la puerta, como indicando el acceso a una zona desconocida.
Me arreglo el vestido, respiro hondo y me dirijo al despacho. En todas las entrevistas anteriores me bombardearon a preguntas y espero que esta transcurra sin tropiezos. Entro. A ver si no me humillan antes de echarme.
En el fondo me consolaba pensando que me elegirían. Presentía que así sería. ¿Quién iba a ser el idiota que, voluntariamente, trabajase en una empresa con semejante nombre?
- Buenos días - pronuncio con la mayor calma posible al ver a Aslán Karimovich tras el escritorio.
Él asiente en silencio, indicándome la silla de enfrente. Joven, compuesto y con una mirada tan serena y penetrante que, involuntariamente, me pregunto si no me he puesto la blusa al revés. Venga, Cristina, sin distracciones: ahora no toca pensar en tonterías.
- Siéntese, Cristina - dice con moderación. - Creo que podemos ir al grano; dispongo de poco tiempo.
Asiento y me siento frente a él, apretando con más fuerza el bolso. Bajo su mirada me siento como si estuviera rindiendo un examen, con todos mis nervios al descubierto.
- Bien, cuéntenos sobre su experiencia en atención al cliente - pregunta, aflojándose apenas la corbata, como si entrevistar candidatos fuera su rutina diaria.
- He trabajado como asistente de gerente - comienzo con seguridad. - Principalmente me encargaba de las consultas iniciales, respondía preguntas y asesoraba sobre los productos de la empresa. A veces ayudaba en las reuniones y, cuando surgían casos complejos, los derivaba al departamento correspondiente.
- ¿Y si un cliente está descontento? - precisa, mirándome como evaluando si sabré manejar la situación.
- En esos casos - trato de parecer confiada- procuro escuchar primero y entender el problema. Normalmente, si abordas la situación con empatía y explicas todo con calma, el cliente se relaja. Una vez tuvimos un cliente insatisfecho por un malentendido en un pedido; lo resolvimos rápidamente y acabó enviando incluso una reseña positiva. Lo fundamental es hallar un punto de conexión.
- He visto en su currículum que estudia Psicología - añade, lanzándome una mirada curiosa.
- Así es. La Psicología ayuda mucho en la atención al cliente - respondo, intentando mantener la compostura. - Cuando sabes reconocer lo que siente alguien, te resulta más fácil acercarte a él. Menos estrés y menos miradas de reproche.
- ¿Quiere decir que, así, al instante, capta lo que lleva dentro la otra persona? - se ríe por lo bajo, sin sorna, solo con interés.
- Digamos que es una herramienta adicional - sonrío. - A veces los clientes vienen cargados de preocupaciones y hay que saber detectarlas e, incluso, aliviarlas. O, al menos, no añadirles más peso.
Él asiente, entrecerrando ligeramente los ojos, y parece satisfecho con mi respuesta.
Aslán asiente de nuevo y, por un instante, se queda pensativo. Me da la impresión de que mis respuestas le convencen, pero sé que aún no puedo relajarme. Siento un nudo de tensión y me preparo para cualquier pregunta adicional, como si fuera la siguiente fase de la entrevista.
Empiezo a sentir calor. Tanto que por un momento dudo si no será por la atención de este hombre extraño.
Rozando torpemente el botón superior de la blusa, me quedo paralizada. Siento la sensación de que el cuello me aprieta y me falta el aire. Me esfuerzo por no mostrar mi nerviosismo; no me falta más para parecer una alumna temblando ante un examen.
De repente, el rostro de mi posible jefe cambió y me miró con una sonrisa burlona.
- ¿Calor? Desabrocha la blusa.
Me sonrojé aún más. ¿Qué le pasaba de pronto? Y encima me hablaba de tú.
- Sí, aquí hace... bastante calor - respondí con una sonrisa tímida, tratando de disimular el nerviosismo. Me gustaba de verdad. No comprendía qué me estaba ocurriendo.
Apreté las manos entrelazándolas con torpeza y desvié la mirada por la habitación para no cruzarme con sus ojos. En serio: si no encajo, ¿por qué no lo dice ya y punto? ¿Para qué ponerme a prueba, midiendo mi paciencia hasta que yo misma me marche?
- Casi todos aquí vienen impecables: tacones, vestido, peinado - me soltó con media sonrisa. - ¿Y tú has elegido... algo más cómodo?
- ¿Acaso a los clientes no les gusta que alguien sea natural con ellos? - respondió, sin querer, un poco más áspera de lo que pretendía.
Él inclinó la cabeza, imperturbable, y por un instante su mirada se tornó pensativa. Se inclinó un poco hacia adelante, con los brazos cruzados, como si evaluara cada palabra mía y calculase si encajo en su idea de candidata.
Me escrutó con tal detenimiento que parecía estar decidiendo qué decir a continuación. Alzó una ceja y, por fin, exhaló como quien idea algo inesperado.
- Juguemos un rato - propuso con una ligera sonrisa, recorriéndome con la mirada. - Imagina que eres especialista en ventas. Delante de ti está un cliente. ¿Me convencerías de comprar un producto?
Sus ojos brillaban con un entusiasmo apenas disimulado, y yo trataba de descifrar qué quería ver. Como si él mismo no hubiera dicho que apenas disponía de tiempo para la entrevista. Me miraba de un modo que parecía desnudarme con la vista.
- Bueno... juguemos - acepté, esforzándome por concentrarme en su pregunta y no en la sensación de que aquel juego ocultaba algo más que una mera prueba profesional. - ¿Qué es lo que debo venderte exactamente?
- Véndeme a ti misma, como empleada - respondió inclinándose un poco más. - Y no te limites a explicarlo: intenta adoptar el papel de mujer seductora. Haz que sienta que no puedo prescindir de tus servicios. O tal vez... de ti - su mirada se posó en mí un instante más.
Un extraño nerviosismo me recorre. No sé si él está interpretando un papel o si en sus palabras hay algo más. Me sorprendo pensando que quizá no solo evalúa mis habilidades profesionales. ¿O será solo mi imaginación?
- ¿Cree usted que el profesionalismo no basta? - trato de llevar su juego a un plano más formal, manteniendo una ligera sonrisa.
- El profesionalismo está muy bien - se recuesta en el respaldo de la silla sin apartar la vista de mí. - Pero a veces los clientes desean algo... más. Deben sentir que estás totalmente volcada en ellos, que comprendes sus necesidades y sus deseos, que sabes cómo atraerlos. En eso, la psicología es la mejor herramienta. Estudias Psicología, ¿verdad?
Asiento, y él prosigue, como lanzándome un reto:
- Pues actívalo. Entra en el personaje, intenta seducir al cliente. Haz que sienta que sin ti y sin el producto no puede vivir.
Cada una de sus palabras va cargada de un doble sentido, y ya no estoy segura de que esto sea solo una prueba profesional.
Sonrío nerviosa, intentando calmar la tensión. Todo esto me resulta extraño y, siendo honesta, nada parecido a un proceso de selección convencional. ¿Será acaso una tendencia moderna? ¿O de verdad... me está poniendo a prueba? Me obligo a convencerme de que solo es un juego, pero ¿por qué me observa con tanta atención?
De pronto hace un gesto poco apropiado, deslizando la mano por su zona inguinal. Me sonrojo. ¿Qué demonios está pasando aquí? ¡Este hombre parece comportarse como si yo no fuera una candidata, sino una acompañante por horas!
- Si... está insinuando sexo... - trato de bromear, aunque mi voz traiciona mi nerviosismo.
- No insinúo nada. Lo digo abiertamente - responde con calma, y su mirada se vuelve aún más penetrante. -
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