Cuando llegué al club, me temblaban las rodillas de la emoción.
En el sofá frente a la recepción estaba sentada una chica. La miré de reojo. ¿Quién era? ¿También venía a trabajar aquí?
- ¡Buenos días! Estoy encantada de que tengamos dos nuevas trabajadoras; los clientes estarán satisfechos - sonrió la recepcionista. - Me llamo Katia. También trabajo aquí, pero solo en el turno de noche, cuando mi suplente está en recepción. Os enseñaré todo.
Me dieron un traje de baño que era demasiado escotado; apenas podía considerarse un bañador. También me entregaron un aro de goma con el número de taquilla.
- Yo soy Augustina - se presentó la chica.
- Vaya... ¿ese es tu nombre real? - me asombré.
- Bueno... no. No me gusta mi nombre real. Es mi nombre artístico - sonrió. - Llámame Augustina; ya me he acostumbrado.
- Como quieras, Augustina - encogí de hombros. - Quizá también debería inventarme un nombre así... ¿Quién soy yo aquí? ¿Ania? Suena poco profesional; seguro que trabajan Sussanas, Svetlanas... Los nombres de las prostitutas suelen ser llamativos.
Entramos al vestuario y cada una fuimos a nuestra taquilla. Yo, por supuesto, estaba nerviosa por lo extraño del lugar... y por la anticipación de lo que iba a suceder. De vez en cuando, por el pasillo pasaban hombres envueltos solo en una toalla a la altura de la cintura, mirándonos con interés mientras nos desvestíamos. La mayoría de los clientes eran hombres de entre cuarenta y cincuenta años. Resultaba estimulante desnudarse bajo esas miradas. Me alargué un poco el rato desnuda mientras guardaba mi ropa en la taquilla, luego me puse el bañador.
Augustina también se puso el suyo, de color rojo, mientras que el mío era negro.
Antes de empezar a atender a los clientes, ambas sentimos un cosquilleo de nervios. Nos cubrimos con una toalla y, para mayor comodidad, colgamos la llave de la taquilla en el tobillo.
El club ocupaba dos plantas. Decidimos recorrer primero la segunda planta para familiarizarnos.
- Aquí no hay nada - sonrió Augustina. - ¿Has participado en orgías?
- Sí, varias veces - dije con orgullo.
- No hay muchos hombres. Yo había imaginado un montón de clientes y poder que me follaran a dos a la vez - comentó ella.
- Vendrán más, ya verás - respondí con duda. - Son solo las siete de la tarde. Por la noche habrá más. Mientras tanto, mejor exploramos.
Recorrimos la segunda planta: un laberinto semioscuro de cabinas individuales con luz tenue, donde uno puede aislarse con el cliente. Incluso había una sala con equipo BDSM.
- ¡Toma ya! - exclamó Augustina.
- Sí... lo tienen todo preparado - admiré las habitaciones vacías.
Algunas cabinas estaban cerradas con cortinas, y de ellas salían gemidos y chasquidos. Vimos a varios hombres mayores paseándose despacio, buscando alguna chica libre.
- ¿Y si empezamos por esas? - propuso Augustina.
- No, paso de ellos - susurré. - Demasiado viejos, y sus huevos huelen a rancio. Busquemos a alguien más guapo.