Aquella mañana era igual que cualquier otra; se levantó como siempre de la cama, incluso sé podría decir que con mucha energía, su rostro mostraba gran entusiasmo. Esto dado que aquel entusiasta jovén, que hoy llegaba a su mayoría de edad, era todavía mentalmente un mucacho.
Cumplía el buenazo de Yolbert 21 años de edad; después del entrenamiento tenían algo planificado y hablo en plural, porque aquella pequeña celebración, que estaba de antemano planificada, involucraba a un selecto grupo, no era la misma una fiesta como tal, pero si una corial reunión entre amigos, muy pocos por cierto, porque él no era sociable, nunca lo fue, se podría más bien catalogar a nuestro inquieto personaje, de introvertido, extremadamente serio y muy callado.
Hizo algo de ejercicio, parte elemental de su típica rutina, un poco de aseo personal, muy superficial por cierto, esto porque tenía mucho apuro, la ropa estaba sobre su cama, impecablemnte doblada, gustaba vestir Yolert deportivamete, algo ligero que facilite en un momento dado la movilidad, en caso de ésta requerirse, claro está, se vistió velozmente, como recluta de cuartel; luego preparó su café, eso sí como a él le gustaba “negro y con poca azúcar”, al cual agregó un sabroso sándwich.
Observó la hora en su reloj, ya era tarde para todo lo que tenía previsto, por lo cuál debía irse de inmediato, sin perder más tiempo, sin más demoras. Vió a su mamá caminar por la amplia sala, por su avanzada edad, ya rozaba los 76 años, lo hacía lentamente, no le agradaba para nada recibir ayuda, jamás la aceptó, pues veía como un triunfo personal, llegar por sus propios pasos hasta su vieja y muy gastada mecedora, siempre le decía a su muchacho. “Cada vez tardo más Yolbert, es el peso de los años” , pero ese día era diferente, pasaba algo que él no sabía exactamente que era, pero lo presentía, era ese sexto sentido que se activa solo cuando tú lo necesitas. Algo le extrañó, algo fuera de lo normal; entonces se fue al análisis, sí, todo él lo procesaba cual si fuese un computador: “Mi mamá siempre hace esa caminata, siempre; También al llegar hasta su vieja mecedora, siempre dice lo mismo y eso está bien”.
Pero esa mañana llevaba un objeto en su mano izquierda, que era inusual, lo hacía con sumo cuidado y gran delicadeza, incluso hasta con cierto respeto. Se trataba de una especie de collar o algo así y les aclaro una cosa, en un creyente eso sería normal, hasta común, pero ella es atea, no cree en Dios, ni en santos y como es lógico tampoco en demonios y entonces ¿Por qué esa medalla?
-Mamá, debo ir al Gym me están esperando.
-Hoy no irás, no me puedo quedar sola.
-¿Te sientes mal o algo así?
-Me llegó la hora hijo; hoy voy a morir.
Aquellas palabras le cayeron a Yolbert, como un baño de agua fría. Sentir por un segundo, solo por un segundo; que va estar sin su madre; que va despertar, sin ver a su viejita; sin recibir sus besos y abrazos, sin escuchar sus regaños, sin oír sus historias, era como demasiado. Por esa causa odiaba aquella realidad cruel, que le arrebataba lo que más amaba, sin piedad alguna. Convirtiéndole en prisionero de la implacable soledad. Era terrible aquella nefasta noticia, más aún tratándose de su cumpleaños.
-No vieja, no digas eso, tú vivirás 100 años, quizás hasta más.
Manifestó él, buscando sembrar la esperanza, donde no la había.
-Me conoces Yolbert, si yo te digo que voy a morir, es porque ya lo sé, pero eso ahora, no es lo importante.
-¿Qué puede ser más importante que tu propia vida?
Ella lo observó fijamente a los ojos, como nunca antes lo había hecho y él sintió un frío intenso, que se extendía por sus brazos, manos y piernas, como sujetándole. No, no hubo repuesta inmediata para esa pregunta, pero era evidente que algo raro, tal vez sobrenatural, estaba en el ambiente y se sentía.
-Debo decirte varias cosas y tengo poco tiempo.
-Me asustas Madre.
-Solo presta. Total atención.
Cuando decía. “Total atención”; no había otra cosa que hacer, que quedarse allí de pie, como un poste con orejas; pero quisiera antes de seguir, que me permitan aclarar algo, no soy un ser sumiso, fácil de manejar y manipular, no soy así, todo lo contrario. Pero ante el ser que me dió la vida, siempre he sido obediente y respetuoso, jamás le hice oposición en ningún asunto o tema. Lo que ella decía, para mí era ley y se cumplía.
-Acércate más hijo, para colocarte este collar.
-Si mamá.
Respondió él, bajando un poco la cabeza, para facilitarle el procedimiento a la noble anciana.
-Debo explicarte algo, más bien exigirte lo siguiente, no quiero, oye bien, porque no repetiré, ya me conoces hijo; no quiero, que me hagas preguntas estúpidas y menos, si son sobre este asunto; ni formules análisis inútiles, que no conducen a nada. Solo quiero que sigas mis instrucciones. Nada más.
-Si madre.
Expresó el joven, sin emitir ningún comentario al respecto, pero lo que no pudo evitar, ya que la curiosidad se lo estaba literalmente comiendo, fue echarle un vistazo, como quien no quiere la cosa a la fulana medalla y lo que vio, lo sorprendió y bastante; se trataba de una cruz invertida, que mostraba en su exterior un dorado intenso, la misma se hacía acompañar de una serpiente, de feroz aspecto, Bueno, no estoy muy seguro, no soy un experto en estas cosas, pero ese animal parecía, o por lo menos eso buscaba, querer escalar aquella Cruz ¿Qué vaina será ésta? . Preguntó y aquella interrogante, formulada en lo más profundo de su ser, viajaba de neurona en neurona, en una sinapsis de alerta general; para ubicar en sus archivos de memoria, una imagen que explicase aquella, pero no, no encontró nada, todo fue en vano.
-Deja de pensar tanto muchacho, eso no es bueno, ahora, déjame seguir. El collar es de plata, el arito y la medalla son de oro y te pertenecen. Implican un deber que cumplir.
-¿Qué deber?