La ciudad de Nueva York nunca dormía. Las luces brillaban sin cesar en los rascacielos, los coches se deslizaban por las calles mojadas por la lluvia, y la gente caminaba apresurada, como si la vida misma estuviera en un ritmo frenético y constante. Todo parecía en su lugar, todo parecía estar bien, pero no para ella. Clara Santiago caminaba por la acera de la 5ta Avenida, encogida bajo un abrigo negro de lana, con las manos metidas en los bolsillos y una expresión en el rostro que transmitía una mezcla de cansancio y desconcierto. Aunque la ciudad vibraba a su alrededor, ella no la sentía.
Su mente estaba ocupada, atrapada en pensamientos que se repetían sin cesar.
Hace apenas unos años, Clara era una mujer llena de sueños y ambiciones. Había llegado a Nueva York con el deseo de cambiar el mundo, de encontrar algo más allá de la vida aburrida que había dejado atrás en su pequeño pueblo en la costa. Su madre, una mujer estricta y religiosa, siempre le había dicho que debía buscar un hombre estable, casarse y formar una familia. Pero Clara nunca fue esa clase de mujer. Se había propuesto algo diferente. Quería ser exitosa, quería tener poder, y no iba a dejar que nada ni nadie se interpusiera en su camino. Se inscribió en la Universidad de Columbia, donde estudió economía y marketing, siempre con la idea de trabajar en alguna de las grandes empresas de la ciudad. Sin embargo, a medida que fue avanzando en su carrera, algo en ella empezó a cambiar.
Se dio cuenta de que el mundo corporativo no era tan glamoroso como lo había imaginado. Había experimentado el rechazo de sus compañeros, quienes pensaban que una mujer como ella no podía sobresalir en un campo tan competitivo. Pero Clara nunca se rindió, siempre se mantuvo firme, luchando por conseguir lo que quería. Fue en ese entonces cuando, por casualidad, conoció a Eduardo Reyes, el CEO de una de las empresas más grandes del país. Reyes Corp. había sido el sueño de Clara durante años, y ahora tenía la oportunidad de trabajar allí.
Pero Eduardo Reyes no era un hombre fácil de impresionar. En sus reuniones, Clara descubrió que, aunque era brillante en los números y en la estrategia de negocios, su principal ventaja era su capacidad de manipulación. Reyes sabía cómo manejar a las personas, cómo obtener lo que quería sin que nadie se diera cuenta de sus verdaderas intenciones. Clara, por su parte, se convirtió en una mujer astuta, capaz de identificar las intenciones ocultas detrás de las palabras de los demás, pero también aprendió que, en el mundo de los poderosos, no todo es blanco o negro.
Las horas interminables en la oficina, las reuniones que se alargaban hasta altas horas de la madrugada, el estrés constante, comenzaron a pasarle factura. Aunque su salario y su puesto de trabajo le brindaban una estabilidad que muchas envidiarían, Clara no podía dejar de sentir que algo faltaba. Había tocado el cielo profesionalmente, pero había sacrificado su vida personal. Las noches solitarias y los fines de semana vacíos la perseguían constantemente, y, a pesar de sus logros, siempre sentía un vacío emocional que no podía llenar con nada.
Una tarde lluviosa de principios de otoño, Clara fue citada en una cafetería elegante en el Upper East Side. El ambiente era relajado, pero la incomodidad de la situación se hacía palpable. La mujer que la había citado, Carolina Duval, era una figura misteriosa en el mundo empresarial, conocida por su habilidad para mover los hilos en la sombra. Carolina le ofreció algo que Clara nunca habría imaginado: un trabajo que le pagaría una fortuna, algo que podría cambiar su vida por completo, pero que también la pondría en una posición extremadamente peligrosa.
Clara llegó puntualmente al lugar, entrando con paso firme, su tacón resonando en el suelo de mármol. La cafetería estaba llena de gente, pero Carolina la esperaba en una mesa aislada, con una copa de vino frente a ella. Clara se acercó, su mirada era inquisitiva.
- ¿Clara Santiago? - preguntó Carolina sin levantar la vista de su copa.
- Soy yo - respondió Clara con una sonrisa cautelosa, tomando asiento frente a la mujer, pero sin permitir que su incomodidad fuera evidente.
Carolina la observó fijamente durante unos segundos, y luego dejó la copa sobre la mesa.
- Quiero ofrecerte un trato, y lo haré claro desde el principio: este es un juego de alto riesgo. No te estoy pidiendo que trabajes en una empresa, ni que negocies un contrato. Te estoy ofreciendo algo mucho más grande. - Su tono era suave, pero las palabras pesaban como plomo.
Clara levantó una ceja, sintiendo que algo en el aire había cambiado.
- ¿Qué tipo de trato? - preguntó, sin ocultar su curiosidad.
Carolina se inclinó hacia ella, y en sus ojos brilló una chispa calculadora.