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Gavin

1197 Libros Publicados

Libros y Cuentos de Gavin

De Chica Pobre a Magnate

De Chica Pobre a Magnate

Cuentos
5.0
El aire denso y sofocante de la habitación de hotel barata me asfixiaba. Frente al espejo manchado, la joven de ojos vacíos que me devolvía la mirada era casi una extraña. Pero el montón de billetes en la mesita de noche era real, sucio, tangible. Cien mil pesos. El precio, me convencía, de la vida de Alejandro. Por él, todo valía la pena; incluso la pureza que había sacrificado. Con el corazón latiéndome entre la esperanza y el pánico, corrí al hospital, el olor familiar a antiséptico prometiendo un nuevo comienzo. Pero al doblar la esquina, risas. No, no risas de alivio, sino carcajadas burlonas; la voz de Valeria, mi detestable rival, seguida por la de Alejandro. "¿En serio te creíste que esa tonta iba a conseguir la lana?" , dijo Valeria. "Claro que sí, mi amor. Sofía es tan ingenua... Le monté el numerito del enfermo terminal y se lo tragó enterito. Ya debe estar vendiendo hasta el alma para juntar el dinero" , respondió Alejandro. El suelo bajo mis pies se derrumbó. Su enfermedad, nuestro amor, todo era una farsa cruel. Una elaborada venganza por una beca que yo gané con mi esfuerzo. "Cuando traiga el dinero, la grabaré... Será la humillación de su vida" , susurró Alejandro, su voz conspiradora. Ahogué un sollozo, el dolor físico y emocional era insoportable. Me habían golpeado, manipulado, usado para el entretenimiento de una audiencia cruel. ¿Por qué? ¿Por qué esta maldad? En medio de mi desesperación, el teléfono sonó. Una llamada de Londres. La inoportuna noticia de un abuelo al que creía muerto para mí. Pero en ese instante de quiebre, una idea. Una única y afilada oportunidad para escapar. Decidí que no me destruirían. Esta vez, se acabó la Sofía ingenua. Ahora solo quedaba una Sofía decidida a contraatacar. Y ellos, mis torturadores, pagarían.
Corazón Indomable

Corazón Indomable

Cuentos
5.0
El dolor me partió el abdomen en dos. Era mi cumpleaños, y Alejandro, a quien había criado con el amor de una madre por diez años, me sonreía. Acababa de regalarme un licuado de fresa, una bebida que ahora quemaba mis entrañas. Pero el ardor no era solo físico; era la amarga verdad que susurró: "Siempre te he odiado, Sofía. Te odio porque cada vez que te veo, veo la cara de mi madre." Luego, la mancha carmesí en mi vestido blanco: mi bebé, el hijo de Ricardo, mi prometido. Mi prometido, que llegó para consolarme, para decirme que era un "aborto espontáneo" y que Alejandro "solo bromeaba". Luego me miró con asco y dijo: "Estás hecha un desastre. Hueles a enfermedad". En mi lecho de dolor, vi la película silenciosa de mi vida: diez años entregados a la promesa hecha a mi padre. Diez años cuidando de una familia que no era mía, de una empresa que yo manejaba mientras ellos ponían el nombre. Incluso mi propia madre, al enterarse de mi compromiso, solo llamó para asegurar su pensión, susurrándome que no fuera "egoísta". ¿Egoísta yo? La que había sacrificado su juventud por todos. Mi cuerpo dolía, mi corazón estaba roto, pero una rabia fría y dura como el acero me inundó. "¿Qué quieres, Sofía?", me preguntó Ricardo el hipócrita. "¿Dinero? ¿Joyas? ¿O quieres que formalicemos el matrimonio? Puedo llamar al juez mañana mismo." ¡El matrimonio era el premio de consolación por mi sumisión! Con una calma aterradora, tomé un trozo de cristal de un jarrón roto. Debía romper el lazo, destruir el símbolo que me ataba a su odio. "¡Sofía, no!" , gritó Ricardo, pero era demasiado tarde. Con un movimiento rápido, arrastré el cristal por mi mejilla izquierda. El dolor era liberador. Ya no era la Sofía que conocían, la que odiaban, la que usaban. Y en medio del horror en sus rostros, me eché a reír. Esa risa, que estalló como dinamita, me liberó de una cárcel de diez años. Y así, ensangrentada, pero con el alma libre, crucé la puerta, dejando atrás el veneno y el dolor. No había vuelta atrás.
El Aroma del Adiós

El Aroma del Adiós

Cuentos
5.0
La oficina de mi jefe olía a café viejo, un aroma que solía darme seguridad, pero que ahora solo me recordaba el sacrificio de años. Mi vida, la que había construido con mi esposa Clara, se desmoronaba. "Quiero el divorcio", le dije al Dr. Morales, mi voz firme ocultando un temblor interno. Los rumores del complejo ya lo sabían: Clara y Marcos Durán, antes de que yo estuviera dispuesto a aceptarlo. La encontré en nuestra sala, no sola, Marcos tenía su mano en la cintura de Clara, riendo de una manera que nunca compartió conmigo. Mi voz, un gruñido, apenas pudo preguntar: "¿Qué está pasando aquí, Clara?". Ella, de cálida a una máscara de fría indignación, mientras Marcos sonreía con arrogancia. "¡Estás loco! ¡Paranoico y celoso!", gritó ella, intentando voltear la situación, como siempre. Esta vez no funcionó. "Se acabó, Clara", dije, mi voz mortalmente tranquila. "Quiero el divorcio". Su rostro palideció, pero su pánico se convirtió en rabia: "¡No te atrevas! ¡No vas a arruinar mi vida!". Justo entonces, el timbre de la puerta sonó, y dos policías uniformados entraron. "Mi esposo... se puso violento, me amenazó, tengo miedo", dijo Clara, con lágrimas falsas. Me helé, la traición descarada me robó el aliento. Caí en su trampa, y me llevaron de mi propia casa. Esa noche en la celda apestaba a desinfectante y desesperación, y me di cuenta de que mi dolor no era nuevo, sino la culminación de años de ser ignorado. Pero algo cambió esa noche; la resignación se convirtió en una inquebrantable resolución: no más. A la mañana siguiente, el Dr. Morales pagó mi fianza, mirándome con decepción, no hacia mí, sino hacia la situación misma. "Ve a casa, empaca tus cosas y sal de ahí", me dijo, "Yo me encargaré de los abogados, esto no se quedará así". Cada objeto que empaqué era un recordatorio de un amor fallido, y las palabras de la señora Carmen, mi vecina, lo confirmaron: "Esa mujer no te merece, lo vi entrar a la casa en cuanto tú te ibas a trabajar". La realidad era un golpe brutal, validando cada una de mis sospechas. Recordé el día en que había rechazado una prestigiosa beca de investigación en el extranjero por Clara, sacrificando mi sueño por una farsa. Colgué el teléfono, sin ira, solo una abrumadora certeza: mi decisión era la correcta. Me dirigí al lago solo, y el último rayo de sol desapareció en el horizonte. Ya no me sentía abandonado, me sentía libre. El peso de años finalmente se había levantado de mis hombros, y el camino por delante estaba despejado, solo para mí.
Amor Y Traición: Mi Venganza

Amor Y Traición: Mi Venganza

Cuentos
5.0
El frío del azulejo del baño me subió por los pies descalzos, un escalofrío que calaba hasta los huesos. En mi mano, una prueba de embarazo con dos líneas claras, inequívocas. Una sonrisa amarga se dibujó en mis labios, porque esta vez no era de alegría, era el eco de la desesperación de mi vida anterior. Cerré los ojos y la imagen me golpeó con fiereza: el olor a gasolina y metal retorcido, los cristales rotos esparcidos. Mi hermanastra, Camila, de pie junto al coche en llamas, su bello rostro contorsionado en una sonrisa triunfal. Y a su lado, mi esposo, Alejandro, observando con indiferencia gélida cómo yo me consumía. "Sofía, siempre tan ingenua," la voz de Camila resonaba en mi memoria, "Alejandro es mío, su éxito es mío, y ahora, tu vida también lo es." Sentí el dolor agudo en mi vientre, la pérdida de mi hijo nonato, y luego… la nada. Abrí los ojos de golpe, el corazón desbocado. El mismo baño, la misma prueba de embarazo. Era el día en que, en mi vida pasada, anuncié felizmente mi embarazo, el día que selló mi destino. Mi cuerpo temblaba, pero ya no era de miedo. Era una furia helada, pura, que me recorría las venas. Esta vez no. Esta vez, no sería la víctima. Esta vez, la marionetista sería yo. "Mi amor, ¿estás bien? Te tardas mucho." La voz carismática y ensayada de Alejandro irrumpió en el baño. Sus ojos, al ver la prueba, se abrieron con una sorpresa que, ahora lo sabía, era completamente fingida. Se arrodilló, tomó mis manos con una calidez nauseabunda. "¿Sofía? ¿Es... es lo que creo que es?" Asentí lentamente, observando su obra. "¡Vamos a ser padres! ¡Por Dios, Sofía, soy el hombre más feliz del mundo!" En mi vida pasada, sus palabras me hubieran llenado de dicha. Ahora, solo sentía un asco profundo, un veneno que me carcomía. Él se separó, sus ojos brillando con una alegría calculada. "Tenemos que celebrarlo, ¡hay que darle una gran fiesta! ¡Anunciarlo a todo el mundo!" "No" , dije, mi voz sonando más firme de lo que esperaba. Alejandro parpadeó, confundido. "¿No? Pero, mi amor, es la mejor noticia de nuestras vidas." "Es muy pronto, Alejandro" , respondí, forzando una expresión de preocupación. "Los primeros meses son delicados, quiero ser cuidadosa. No quiero anunciarlo todavía." Era la excusa perfecta, una que él no podía rebatir sin parecer insensible. Me besó en la frente. Un beso de Judas. Me quedé sola. Miré mi reflejo en el espejo. La mujer que me devolvía la mirada ya no era la misma. De las cenizas, había nacido un monstruo. "Sí, Alejandro" , susurré. "Ocúpate de todo." Mientras él planeaba usarme, yo ya estaba planeando su destrucción. Y la de Camila. Y la de todos los que les ayudaron. Mi venganza comenzaba ahora. Iba a meter a todos los lobos en el mismo corral y ver cómo se destrozaban.
El Reclamo de Mi Vida

El Reclamo de Mi Vida

Cuentos
5.0
Mi futuro brillante estaba a punto de convertirse en realidad. Tenía diecinueve años, lista para el examen de admisión a la universidad de mis sueños, la UNAM. Pero todo se derrumbó cuando, durante el examen, mi mente se nubló, y la acusación de trampa, con "pruebas" en mi mochila, destruyó mi reputación. reporteros me acorralaron, mi hermanastra Lucía y su novio Ricardo, mi ex, se mostraron "preocupados", pero sus ojos brillaban con un triunfo apenas disimulado y una decepción fría. Mi padre me condenó con su silencio, mi universidad se volvió una fantasía, y mi vida se convirtió en un infierno de empleos mal pagados y miradas de desprecio. Mientras veía a Lucía florecer, heredar la fortuna y comprometerse con Ricardo, el dolor sordo en mi pecho crecía. Cinco años después, trabajando como mesera, los vi entrar, irradiando una felicidad obscena. Escuché a Lucía reírse, "La forma en que la droga que le diste en la leche la dejó completamente atontada. Fue el plan perfecto. Sin ella en el camino, todo ha sido mucho más fácil para nosotros" . Ricardo añadió, "Y pensar que esa tonta creyó que yo era su hermana. Nunca supo que todo lo que quería era quitarle todo lo que tenía" . Era la leche que Lucía me dio esa mañana del examen para "darme energía". La traición me golpeó como un huracán; furiosa, me abalancé sobre ellos, solo para ser empujada. Corrí ciega por las calles, llena de dolor y arrepentimiento, deseando una segunda oportunidad. Un chirrido de llantas, un destello, y luego, la oscuridad. Pero la oscuridad no fue el final. Desperté en mi cama, en mi habitación, cinco años en el pasado. La fecha en el calendario: el día del examen. Lucía entró, con su sonrisa angelical y un vaso de leche. Esta vez, no caeré. Esta vez, la historia la escribo yo, y mi venganza será dulce.
La Resurrección de Ximena

La Resurrección de Ximena

Cuentos
5.0
Era la nonagésima novena vez que moría por Sebastián. El chirrido ensordecedor de los neumáticos, el giro descontrolado y el impacto brutal me arrojaron contra el muro, mientras su amante, Valentina, observaba paralizada. Sentí mis huesos romperse y mi aliento huir, pero al ver el alivio en sus ojos por la seguridad de "su luz de luna", supe que no había preocupación por mí. Una vez más, mi sangre manchó el asfalto bajo el sol inclemente, y él, sin pensarlo dos veces, me empujó frente a ella. Cuando desperté en la camioneta, Sebastián, con su desprecio habitual, me exigió disculpas por asustar a Valentina y a "su bebé" que venía en camino, un vientre apenas visible que era su arma. Me ordenó no manchar la camioneta con mi sangre, y al llegar a la mansión, el mayordomo me bañó a presión para no ensuciar las alfombras, mientras Valentina me ofrecía un mango, sabiendo mi alergia mortal. Me pregunté por qué seguía viviendo este infierno, por qué mi cuerpo se negaba a la muerte definitiva. El ciclo de noventa y nueve muertes y resurrecciones, cada una más dolorosa, me había dejado al borde del abismo. Tomé el mango, buscando la muerte número cien, la liberación, pero él, en un acto de furia posesiva, me hizo vomitar, gritando: "¡Tu vida me pertenece!". Mi frustración llegó al límite, pero en sus palabras sobre diseccionarme en un laboratorio para proteger "el bebé de Valentina", encontré una extraña esperanza. Este era el camino.