El Retorno de Sofía

El Retorno de Sofía

Gavin

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Capítulo

El olor a gasolina y el grito de mi Luna. Eso fue lo último que recordé. Atrapada en el coche, vi a Ricardo, mi esposo, afuera bajo la lluvia, impasible, mientras los hierros retorcidos me perforaban la pierna. A su lado, mi prima Laura sonreía cruelmente. Acababa de heredar una fortuna y ellos lo querían todo. Me di cuenta de que habían planeado esto. Todo. Cerré los ojos, jurándome venganza si había otra vida. Y de repente, los abrí. No había humo, ni dolor. Estaba en mi sala, Luna en mis brazos, jugando con un cochecito de plástico. Todo era exactamente igual al día en que llegó la herencia. Mi teléfono vibró con un mensaje del banco: "Estimada Sra. Sofía, se ha realizado una transferencia a su cuenta por 20,000,000 de pesos." Había vuelto. Había regresado al pasado. La ira y la determinación me invadieron. Esta vez, iba a proteger a mi hija. Iba a salvar mi negocio. Y esos dos pagarían por lo que me hicieron. Esta vez, yo tenía el control.

Introducción

El olor a gasolina y el grito de mi Luna. Eso fue lo último que recordé.

Atrapada en el coche, vi a Ricardo, mi esposo, afuera bajo la lluvia, impasible, mientras los hierros retorcidos me perforaban la pierna.

A su lado, mi prima Laura sonreía cruelmente.

Acababa de heredar una fortuna y ellos lo querían todo. Me di cuenta de que habían planeado esto. Todo.

Cerré los ojos, jurándome venganza si había otra vida.

Y de repente, los abrí. No había humo, ni dolor.

Estaba en mi sala, Luna en mis brazos, jugando con un cochecito de plástico. Todo era exactamente igual al día en que llegó la herencia.

Mi teléfono vibró con un mensaje del banco: "Estimada Sra. Sofía, se ha realizado una transferencia a su cuenta por 20,000,000 de pesos."

Había vuelto. Había regresado al pasado.

La ira y la determinación me invadieron. Esta vez, iba a proteger a mi hija. Iba a salvar mi negocio. Y esos dos pagarían por lo que me hicieron.

Esta vez, yo tenía el control.

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El agudo dolor en mi tobillo era lo único real, un recordatorio constante de la humillación de estar tirada en el suelo de la oficina, con el sonido distante de una sirena acercándose. Mientras los paramédicos me subían a la camilla, mi primer y único pensamiento fue para Ricardo, mi prometido. Con manos temblorosas, le envié un mensaje: "Me rompí el tobillo. ¿Puedes venir por mí al hospital?" . La eternidad que tardó en llegar su respuesta se materializó en solo unas palabras: "Qué mala onda, Luna. Justo hoy no puedo. Tengo noche de chicos. Pide un Uber, ¿no?" . Sola, con el corazón encogido por el frío mensaje y la repentina realización de estar tirada en el suelo del hospital, firmé el consentimiento para una cirugía que nadie más que yo presenciaría. Fue entonces, buscando una distracción en Instagram, cuando vi la foto. Ricardo, riendo a carcajadas, con el brazo rodeando los hombros de Sofía, su "mejor amiga" . Y en el dedo anular de Sofía, brillando con descaro, estaba mi anillo de compromiso. El diamante que Ricardo me había dado, la promesa de nuestro futuro. "¿Qué onda, mi amor? ¿Ya te checaron? ¿Todo bien?" , preguntó su voz despreocupada por teléfono, ajeno a que mi mundo se había desmoronado. Silencio. "¿Luna? ¿Estás ahí? ¿Por qué no contestas? No te pongas de malas…" "Me van a operar" , dije, la voz helada. "Ah, bueno. Pues que todo salga bien. Me marcas cuando salgas. Te quiero." Y colgó. Ese día, la Luna ingenua y enamorada murió en esa cama de hospital. Una fría ira se apoderó de mí, una furia silenciosa pero inquebrantable. No iba a llorar más. Iba a planear. Iba a desaparecer.

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