Tessa Brown.
¿Quién es Tessa Brown?
Si en algún momento te has sentado a ver, o leer la historia de Rapunzel, sabrás más o menos un poco de quien puede ser Tessa Brown...
Okay, pero si la flojera te ha ganado y nunca has visto esa película, yo puedo decirte quien es Tessa Brown.
Yo soy Tessa Brown.
No vivo encerrada en una torre a como lo hacía Rapunzel; tampoco tengo una falsa madre que me engaña diciéndome que si estoy encerrada es para "mantenerme a salvo de la maldad del mundo que me rodea"
¡No!
Ni siquiera tengo madre, pero si tengo cuatro sobreprotectores hermanos, que se han encargado de mantenerme encerrada durante toda nuestra vida, en una "burbuja", para que nadie pueda hacerme daño. Que es casi lo mismo a lo que vivía Rapunzel con su madre.
Y al igual que ella; yo quiero salir... quiero ver todos esos peligros que el mundo tiene, quiero enamorarme, y sentir el dolor de ser lastimada (aunque suene algo masoquista), pero quiero sentir lo mismo que cualquier chica de 18 años ha sentido en su vida; las bondades de su primer amor, más las heridas que te dejó éste mismo.
—Mrs Brown, deja ese maldito cuaderno y ve a atender a los clientes —di un respingo, ahogando un grito al escuchar la profunda voz de mi jefe hablarme cerca del oído.
Cerré el cuaderno que utilizaba como "diario" para poder desahogarme y me puse de pie. Me giré y le sonreí a mi amado jefe. Un hombre alto, fornido y de tez oscura, que antes solía ser guardaespaldas, pero que ahora había dejado su antiguo trabajo para dedicarse a su negocio, una pequeña cafetería llamada El Trébol, al lado del centro universitario en el que yo estudiaba.
Robert aparentaba ser malo; la actitud la había ganado gracias a tantos años que había sido custodio de un famoso empresario, pero en realidad era un grandulón algo dulce, que odiaba los problemas que solían ocasionar mis hermanos en su café. Incluso ahora me resultaba divertido verlo horneando pasteles y galletas.
Arqueó una ceja y se cruzó de brazos, aun diciéndome con la mirada "¿Qué esperas, niña?"
—Ya voy, Ro —dije, pasándole por un lado.
Yo trabajaba en El Trébol cada tarde después de clases, disfrutaba al máximo esas preciadas horas que pasaba alejada de mis hermanos; puesto que era el único lugar donde no podían controlar mi tiempo.
—¿Qué tienes para mí, Trevor? —le pregunté al joven chico de cabello castaño que atendía la ventanilla de pedidos.
—Cappuccino y pastel de zanahoria para la mesa ocho —sonrió, entregándome una bandeja.
Trevor era un agradable chico, solía siempre estar de buen humor, y encontraba en cualquier momento una excusa para ofrecer una sonrisa o una palabra de ánimo.
Dirigí la mirada hacia la mesa ocho, un rubio leía un libro muy distraídamente, sin prestar mayor atención a las personas a su alrededor.
—Bien, dame eso —dije tomando la bandeja de las manos de Trevor.
—Ve por él, chica —me sonrió y me guiñó un ojo.
Suspiré y caminé entre las mesas hacia el nuevo visitante. Por lo general, tenía la costumbre de aprenderme los rostros de nuestros clientes, los cuales solían ser los mismos de siempre; pero este estaba segura de nunca haberlo visto antes. Porque bueno, ¿A quién iba a olvidársele ese espécimen de hombre que tenía en frente?
—Bienvenido a El Trébol, gracias por preferir comer en nuestra agradable cafetería. Que disfrute su orden —traté de no rodar los ojos nuevamente ante nuestra ridícula frase al servir una mesa.
A veces pensaba que Robert se pasaba con tanta idiotez, pero bueno, él era el jefe, y si me atrevía a renegar en algún momento, me dejaría sin salario por una semana.
El chico cerró el libro y levantó su mirada hacia mí.
Negro. Fue lo primero que vi en él, sus enormes y profundos ojos negros. Él tenía esa especie de mirada que se quedaba atascada en la mente; una de esas miradas únicas que te hacían desear nunca alejar la mirada de la suya, para así perderte en ese par de hoyos negros para siempre.
Mierda... estaba leyendo muchos libros en casa.
Sin poder evitarlo, me permití observarlo; es hermoso. Alto, de hombros anchos, cabello dorado, piel blanca, labios carnosos... ¿Por qué estoy viendo sus labios?
Su mirada continuaba penetrando la mía, aún continuaba sosteniendo el libro en sus manos, y ahora parecía estar divertido con la situación. Una pequeña sonrisa comenzó a asomar en sus labios; de pronto aquello parecía una especie de lucha, pues ni él ni yo teníamos la intención de alejar la mirada.