La Venganza de La Dríade de Olivo

La Venganza de La Dríade de Olivo

Gavin

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Yo soy Isabela, la dríade de un olivo milenario, y durante mil años, mi vida estuvo atada a la prosperidad de la familia Montero. Protegí su viñedo, fui su bendición silenciosa. Mateo, el joven heredero, creció bajo mis ramas, prometiendo cuidarme siempre. Pero llegó Sofía, una "influencer" de vinos que envenenó su corazón con ambición y modernidad. Para calmar el arañazo insignificante de una rama y por complacerla, Mateo ordenó lo impensable: "¡Arranquen este árbol! ¡De raíz!". Sentí cómo mi esencia vital se congelaba, mi cuerpo marchitaba en un instante. Pero la crueldad no terminó ahí. Mateo, con una sonrisa fría, decidió usar mi madera para barricas y ¡quería mi savia dorada para un \'elixir de dríade\'! Mientras me arrastraban para ser torturada, el niño que juró protegerme me apuñaló con un cuchillo, extrayéndome la vida. ¿Cómo pudo Mateo, el niño que me abrazaba y me llamaba alma de su viñedo, convertirse en un monstruo tan vil, capaz de deleitarse con mi agonía? ¿Cuándo su corazón se pudrió tanto como para olvidar mil años de devoción? Justo cuando mi vida se disolvía por completo, en ese instante de traición absoluta, la deuda de mil años se rompió: mi cuerpo se convirtió en luz, y renací. Ya no era una esclava; era una fuerza imparable de la naturaleza, lista para desatar una plaga que consumiría todo lo que Mateo una vez amó. Su promesa de amor se convirtió en mi condena, y ahora él pagaría el precio.

Introducción

Yo soy Isabela, la dríade de un olivo milenario, y durante mil años, mi vida estuvo atada a la prosperidad de la familia Montero.

Protegí su viñedo, fui su bendición silenciosa.

Mateo, el joven heredero, creció bajo mis ramas, prometiendo cuidarme siempre.

Pero llegó Sofía, una "influencer" de vinos que envenenó su corazón con ambición y modernidad.

Para calmar el arañazo insignificante de una rama y por complacerla, Mateo ordenó lo impensable: "¡Arranquen este árbol! ¡De raíz!".

Sentí cómo mi esencia vital se congelaba, mi cuerpo marchitaba en un instante.

Pero la crueldad no terminó ahí.

Mateo, con una sonrisa fría, decidió usar mi madera para barricas y ¡quería mi savia dorada para un \'elixir de dríade\'!

Mientras me arrastraban para ser torturada, el niño que juró protegerme me apuñaló con un cuchillo, extrayéndome la vida.

¿Cómo pudo Mateo, el niño que me abrazaba y me llamaba alma de su viñedo, convertirse en un monstruo tan vil, capaz de deleitarse con mi agonía?

¿Cuándo su corazón se pudrió tanto como para olvidar mil años de devoción?

Justo cuando mi vida se disolvía por completo, en ese instante de traición absoluta, la deuda de mil años se rompió: mi cuerpo se convirtió en luz, y renací.

Ya no era una esclava; era una fuerza imparable de la naturaleza, lista para desatar una plaga que consumiría todo lo que Mateo una vez amó.

Su promesa de amor se convirtió en mi condena, y ahora él pagaría el precio.

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El zumbido del aire acondicionado en el aeropuerto apenas disimulaba el silencio entre Ricardo y yo; nuestro viaje a Oaxaca, planeado por meses como una pre-luna de miel, de repente se sintió como un último aliento. Justo cuando Ricardo me preguntaba si estaba emocionada, con esa sonrisa perfecta suya, vi a Elena. Venía hacia nosotros con su hija Isabella, esa influencer de viajes, la ex de Ricardo, la madre de su única conexión con un pasado que yo intentaba ignorar. La voz de Elena, demasiado alta, anunció que ellas también iban a Oaxaca, y la sonrisa de Ricardo se congeló, aunque rápidamente la transformó en una máscara de sorpresa forzada. Luego, la pequeña Isabella, con los ojos de su madre, se escondió detrás de Elena, mirándome con una evaluación inquietante, no la inocencia de una niña. Elena, con una falsa dulzura, comentó sobre mi atuendo: "Qué bonito tu conjunto. ¿Lo diseñaste tú?". Sabía que lo decía para recalcar que mi profesión era un "pasatiempo caro", algo que mi familia, y a veces Ricardo, creían. Y entonces, sin que yo pudiera procesar la humillación, Elena pidió sentarse con nosotros en el avión, alegando que Isabella "se sentía mal". Ricardo, en lugar de poner límites, solo miró a la niña que convenientemente empezó a toser de forma exagerada, y cedió. Nuestro espacio para dos se hizo añicos, y me encontré sentada al otro lado, una extraña en lo que debería haber sido nuestro viaje de prometidos, mientras Ricardo les ponía caricaturas a Isabella y Elena le acariciaba el brazo. Cuando en el avión me pidieron cambiar mi asiento de primera clase por uno en turista para que Elena y su hija pudieran estar junto a Ricardo, vi la súplica en sus ojos: "No armes un escándalo, Sofía". No dije nada, solo tomé mi bolso y me fui a la fila de atrás, sentándome junto a un extraño, mientras los veía desde la distancia. Vi cómo la mano de Elena descansaba sobre la de Ricardo, cómo él le abrochaba el cinturón a Isabella, cómo reían y murmuraban, creando una burbuja a la que yo no pertenecía. El avión despegó y Ricardo, reclinado con Elena en su hombro, ni siquiera me buscó con la mirada. En ese momento, supe que no era solo el viaje lo que no había terminado antes de empezar, sino mi relación. La humillación continuó en Oaxaca, donde Elena monopolizó a Ricardo, quien ignoró mis diseños para escucharla. Al día siguiente, me desperté sola con una nota de Ricardo: "Fui con Elena a llevar a Isa a un tour... Te amo". "Te amo", la palabra se sentía tan vacía. Entonces lo vi en Instagram: Elena había subido una foto de Ricardo con el pie de foto: "Mío". Y el comentario de mi propio hermano, Diego: "¡Cuñado! ¡Se te ve increíble! Disfruten. Elena, cuídalo bien". Mi propio hermano estaba del lado de ella. El último clavo fue el comentario de Elena, respondiéndole a alguien: "Ricardo dice que Sofía es un poco aburrida para estos viajes, que no le gusta la aventura, jeje". Sentí el aire faltarme, la humillación pública era total. No era solo Ricardo, era mi familia, era el mundo que me había traicionado. Con las manos temblorosas, abrí mi celular y busqué el nombre de Ricardo. Presioné "Bloquear contacto". Y luego, con una sonrisa amarga, cancelé su boleto de avión de primera clase, el que yo le había regalado por su cumpleaños, dejándolo varado. Mi guerra había terminado.

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