* * * * * * * * * * JADED * * * * * * * * * *
—¡Por dios, Jaded! —escucho la voz de mi mejor amiga, Amy—. ¿Puedes bajar un poco el volumen? —reclama un tanto divertida.
—No… —le digo al sonreír divertida—. Me encanta esa canción; la amo —le digo al referirme a “The book” de Alexandre Desplant.
—Pues yo amo poder escuchar —me responde al señalar sus oídos—; así que… —alarga al tiempo en que se dirige a mi estéreo y le baja bastante volumen— ¡listo! —exclama—. Así está mejor —sentencia.
—¡Oye! —le reclamo al mirarla fijamente al tiempo en que me levanto de mi sofá para poder volver a subirle todo el volumen al reproductor.
—Ni se te ocurra, Jaded —me amenaza al pararse frente a mí.
—Quiero mi música —le digo muy seria, pero ella seguía sin moverse.
—No —contesta tajante—. Te dañarás los tímpanos —indica severa—. Y vives de tus oídos —me recuerda; y… y tenía que reconocer que ella tenía mucha razón.
—Está bien —le digo nada contenta—, pero tampoco es para que le bajes esa cantidad de volumen —le indico; y ella sonríe.
—Pareces una niña, Jaded —precisa burlona.
—Lo sé —le sonrío—. Soy insoportable cuando me cortan la música —especifico; y ella sonríe.
—¿Alexandre Desplant? —pregunta de pronto; y yo inhalo y exhalo de manera pesada.
—Sí… —suspiro— Alexandre Desplant —confirmo; y ella sonríe, pero, esta vez, no tan animada.
—¿Qué pasó ahora? —cuestiona al mirarme; y yo no sabía si contarle o no lo que estaba sucediendo.
Siempre había sido una persona bastante hermética y casi nunca (por no decir nunca) solía expresar lo que me sucedía. Por otro lado, tampoco era de hablar demasiado con las personas, lo cual se convirtió en un problema en mi etapa de colegio. Recuerdo que, durante mi primaria (creo que tenía 9 años), una profesora citó a mis padres (en varias oportunidades) para hablar sobre el por qué no hablaba (hubieran visto mi reacción cuando mis padres me hablaron de eso). La profesora asoció, rápidamente, que el que no hablara mucho se debía a que era demasiado tímida o que algo más estaba ocurriendo en mi núcleo familiar. Y aquí debo aclarar algo muy importante y es que, si bien me sentí incómoda cuando me enteré de que mi profesora había citado a mis padres para hablar del asunto, ahora tenía que reconocer que era una gran maestra, ya que uno siempre tiene que estar alerta y atenta, si del futuro de la generación se trata.
Bueno, volviendo al tema principal. Tengo que decir que no era tímida; de hecho, me desenvuelvo bien en exposiciones y, cada vez que me tocaba actuar, recitar algún poema o brindar un discurso, lo hacía sin temor alguno. El asunto aquí es que prefiero mucho más escuchar que… hablar. En cuanto a lo que sucedía en mi escuela primaria, pues… creo que el problema era el ruido originado de los gritos de mis compañeros y compañeras de salón cada vez que teníamos un pequeño descanso en el salón (no me refiero el recreo). No me gustaba el ruido (los gritos); así que, cada vez que había esos recesos, sacaba una de las tantas obras (libros) de colección, que mi papá compraba, y me dedicaba a leer; y, cuando hacía ello, me abstraía del mundo que me rodeaba (solo éramos el libro y yo).
¡Ah!... Y también el niño que me gustaba.
Bueno, el asunto es que no soy tímida y tengo varios argumentos para sustentar aquella hipótesis, pero no los voy a aburrir con esas cosas.
SIN EMBARGO, sí tenía que admitir que solía ser bastante reservada con mis asuntos y conflictos personales.
—¿Jaded? —escucho a lo lejos— ¡Hey, Jaded! —escucho el exagerado tono de voz de “Amy” a la vez que veo cómo se acerca a mí y me mira con su ceño fruncido.
—¿Qué? ¿Qué pasa? —le pregunto al haberme sobresaltado por la fuerza con la que me nombró.
—Pero… ¿a dónde te fuiste? —cuestiona curiosa.
—Lo siento… —le digo al regresar a mi sofá y al tomar los pentagramas, que había sobre aquel, para poder seguir estudiándolos y, finalmente, sentarme otra vez...
—¿Otra vez él, cierto? —me pregunta desde su lugar.
—Todo está bien —le digo; y regreso mi atención a las hojas que tenía en mis manos.
—Jaded…
—Estoy bien, Amy —pronuncio; y sonrío.
—Me gustaría que me tuvieses más confianza —señala ella al caminar hacia mí y sentarse al otro extremo del sofá.
—Confío en ti, Amy —expreso al dejar de observar mis hojas para levantar mi mirada hacia ella—. Y, en serio, aún no ha pasado nada.
—¿Aún? —cuestiona extrañada; y yo sonrío para después inhalar y exhalar suavemente.
—Está bien… voy a contarte —le preciso; y ella sonríe.
—Gracias por la confianza —expresa sincera.
—Gracias por preocuparte —le respondo.
—Eres mi mejor amiga, Jaded —puntualiza segura al acercarse a mí para abrazarme.
Aquel era otro asunto. No me gustaban mucho las muestras de afecto; así que, hasta cierto punto, me resultaban incómodas.
—Al parecer, nunca cambiarás, Jaded —manifiesta Amy de forma divertida al poner distancia entre ambas.
—Lo siento —es lo único que se me ocurre decirle.
—No te preocupes; ya te conozco —sentencia al guiñarme uno de sus ojos—. Ahora dime, ¿qué pasó?
—Pues no lo sé —respondo al mirarla—. ¿Recuerdas a la mujer de la que te hablé?
—Sí —afirma ella—. La estudiante de la otra clase.
—Exacto —le digo.
—¿Qué pasa con ella? —cuestiona interesada.
—Creo que, a él, realmente, le interesa ella —le digo un tanto desanimada; y mi amiga comienza a negar con la cabeza.
—Sabes lo que pienso de eso —menciona muy seria—. Deberías decírselo ya —insiste otra vez con ello.
—No puedo hacer eso —le respondo de inmediato; y aquella me ve muy seria.
—Jaded… —suspira—, no puedes seguir así —señala—. Llevas enamorada de él varios años; ya debiste habérselo dicho hace mucho —concreta.
—Arruinaría la amistad, Amy —refuto al instante—. Y Evan es mi mejor amigo —le recuerdo.
—Pero ¿en dónde quedas tú, Jaded? —interroga frontal—. Estás enamorada de él y, aunque no lo quieras admitir, sé que te duele cuando alguien más aparece en su vida —señala con mucha seguridad—, así como la mujer de la otra clase —añade.
—Amy…
—¿Qué? ¿Lo vas a negar? —me cuestiona seria sin quitarme la vista de encima.
—No —le respondo y… decido abrirme un poco con ella—. Es cierto que me puedo llegar a asentir algo… triste, pero —sonrío— también soy feliz por él —concreto.
—Jaded.
—Lo digo en serio, Amy —expreso muy sincera—. Y más ahora —agrego; y, cuando digo ello, mi amiga me mira un tanto curiosa.
—¿Por qué más ahora?
—Ay… qué hermosa canción —añado, de manera inesperada, al escuchar “There you’ll be” de Faith Hill.
—¿Me estás cambiando de tema? —indaga mi amiga; y yo le sonrío.
—No, claro que no —contesto con honestidad.
—Qué rara eres —indica sonriente.
—Pero así me amas —le digo; y aquella sonríe mucho más para después asentir con su cabeza.
—Es cierto —confiesa—; así te amo —completa—. Pero ahora no te confesaré mi amor —comenta divertida—. Primero, dime “¿por qué más ahora?” —repite su pregunta.
—Porque esta mujer es… distinta —le informo.
—¿Cómo distinta?
—Ella es muy distinta a todas las otra novias y salientes que Evan ha tenido —le preciso.
—¿Por qué dices eso? —inquiere muy interesada.
—Pues… —suspiro; y luego, sonrío— porque creo que… ahora sí, él está enamorado realmente —articulo; y ella se queda observándome fijamente—. Y, desde que conozco a Evan, pues no lo había visto así por alguien —añado.
—Entonces…
—Entonces significa que no tendría sentido que yo le confesase que estoy enamorada de él —concluyo con mucha seguridad—. Solo tornaría la situación muy incómoda y sé que arruinaría nuestra amistad.
—Yo creo que, de todas maneras, deberías decírselo —puntualiza—. Además, ¿no entiendo por qué dices que se arruinaría la amistad que tienen?
—Porque lo conozco —respondo en el acto; y aquella exhala de manera pesada.
—Aun así, creo que deberías decírselo —señala muy seria—. Ya son muchos años —añade.
—Lo pensaré —es lo único que le digo al tiempo en que decido alejarme un poco de ella para poder recostarme en el sofá y así, seguir estudiando mis pentagramas.
—¿Lo dices en serio? —cuestiona.
—Sí, lo pensaré —le repito.
—Bueno, eso ya es un gran avance —precisa ella—. Tanto, que se me hace mentira que lo hayas dicho —agrega; y aquello me hace sonreír.
—Seguiré estudiando —es lo único que le digo.
—Bueno, como quieras —responde ella—. Yo solo venía a recoger un vinilo que dejé en tu habitación —señala.
—Entra, la puerta está abierta —le indico; y aquella asiente para después levantarse del sofá y dirigirse a mi habitación.
Mientras tanto, yo me quedo pensando en el “¿qué pasaría, realmente, si yo le confesara a Evan que estoy enamorada de él?”.
«Y desde hace varios años», añado en mi mente.
—Listo —vuelvo a oír la voz de mi amiga—. Ya me voy —precisa al tiempo en que se acerca a mí y me da un beso en la frente.
Luego, Amy se gira de inmediato y empieza a caminar hacia la puerta para salir de mi departamento.
—Amy —la llamo; y ella voltea para poder verme.
—¿Qué paso? —cuestiona relajada.
—Estás olvidando tu llave de emergencia —le digo al señalarle la llave que le di de mi departamento (la cual estaba en el sofá).
—¡Ay! ¡Cierto! —exclama ella; y se acerca a recogerla—. Bueno, ahora sí me voy —precisa y, en menos de 10 segundos, ya desapareció de mi sala.
Cuando mi amiga sale, ya puedo respirar un poco más tranquila. Esto debido a que, si bien Amy deseaba darme un buen consejo, la sola idea de imaginarme frente a Evan contándole todo lo que sentía por él, me aterraba. Nunca había hecho eso y, sinceramente, me daba un poco de temor.
Paso las horas sentada en mi sofá, caminando por mi sala, echada en mi cama o recostada en el piso con mis piernas apoyadas en la pared mientras continúo revisando cada pentagrama que tenía en mi mano, ya que, en pocos días, tenía evaluación en piano. Quería que todo saliese bien; sin embargo, el pentagrama que había mandado a revisar el profesor no me convencía del todo; así que estaba aventurándome a hacerle unos pequeños arreglos.
—Ah… —suelto un suspiro al estar echada sobre mi piso con mis piernas elevada a la pared— solo espero que no me desaprueben por esto —manifiesto con deseo al hacer unos apuntes con mi lápiz y corregir una que otra nota o tempo.
Estoy muy concentrada en aquella tarea hasta que escucho cómo mi celular empieza a sonar.
—Ahora no —digo en forma de queja, ya que estaba trabajando; así que no me gustaba que me molesten—. ¿Por qué no apagué el celular? —me reclamo al tiempo en que empiezo a ponerme de pie para dirigirme a mi habitación (lugar de donde provenía el sonido y donde recordaba haber dejado mi móvil).
Cuando llego a mi habitación, voy hacia mi tocador y tomo mi celular (el cual estaba encima de aquel).
Al ver quién era, no puedo evitar sonreír…
«Evan», repaso su nombre en mi mente y, sin perder más el tiempo, llevo mi móvil a mi oído.
—Hola —contesto su llamada a la vez que me dirijo a mi cama (la cual estaba apegada a la pared en la que había una pequeña ventana) y me acuesto en ella para después elevar mis piernas y posar mis pies en la pared (mi típica costumbre).
—Jaded —me saluda animado.
—Evan…
—¿Qué tal? ¿Qué haces? —me pregunta.
—Pues… —alargo al tiempo en que veo mis pentagramas— aquí, estudiando —completo—. ¿Y tú? ¿Qué haces?
—Estoy en la facultad —me comenta—. ¿Vienes? —me pregunta— Para estudiar juntos —me propone; y yo sonrío.