En el sofocante aire de la casa, preparaba mis humildes frijoles, ignorando a Doña Elena, mi suegra, quien me hostigaba desde su mecedora.
"¿No piensas servirme, Sofía?" su voz era un lamento calculado que yo ya no soportaba.
Mi respuesta, fría y cortante, la detuvo: "No soy tu sirvienta, Doña Elena."
Ella y mi esposo, Marco, me acusaban de ingratitud, de ser una "conflictiva" , después de todo lo que "me habían dado" .
Pero lo que me quitaron, jamás podrán pagarlo.
Entre lágrimas teatrales y gritos de "¡Auxilio! ¡Esta mujer intenta matarme!" , Marco me confrontó.
"¡Supera lo que pasó!" dijo él, sellando mi quiebre.