-Mamá ¿Estás segura de lo que vamos a hacer?
-Por supuesto cariño, es mejor que lo hagamos de noche, así él no se dará cuenta y podremos huir sin problemas.
-Pero ¿y tu embarazo?
-Tranquila mi niña, este bebé ha pasado por peores momentos por culpa de ese hombre y no quiero que ahora se aproveche de tu inocencia.
Así era mi mamá, una mujer que por segunda vez en la vida se enamoraba de una bestia.
Salvo mi papá, los novios que tuvo eran unos verdaderos idiotas, pero el hombre que le había quitado los sueños era un verdadero mal nacido.
Habíamos dejado todo en Chile por amor. Si, por amor a ese hombre que una vez que la tuvo en su país no ha hecho más que maltratarla, golpearla y ahora, a sus siete meses de embarazo se había fijado en mí.
Ya había cumplido la mayoría de edad, pero mi cuerpo aún era el de una cría y sus constantes toqueteos y palabras sucias incrementaron con el tiempo. Hasta aquel día, en que por primera vez desde que estaba aquí no puse el seguro de mi habitación y me quedé dormida.
Desperté porque me sentía asfixiada, su cuerpo estaba sobre mí mientras me tocaba.
"Calladita y cooperando ", fue lo que me dijo. Sus sucias manos estaban en mis senos y su aliento podrido me rozaba la nariz, traté de gritar, pero no salía nada de mi boca, estaba petrificada esperando lo peor.
Por suerte mi madre se interpuso entre él y lo que me quería hacer, pues yo no fui capaz de defenderme ni de decir nada, estaba en shock y quería que el mundo me tragara...
-Mami, tengo miedo.-dije a penas en un susurro.
-Lo sé, yo también mi niña, pero debemos ser fuertes. Al otro lado, él no nos podrá hacer absolutamente nada.
Era una noche oscura a mediados de agosto, las temperaturas habían sido altísimas y acá en México el calor se sentía mucho más que en mi bella Viña del mar. Otra noche más, pero ésta sería la última. Mi mamá había urdido un plan y con una vecina que vio sus golpes consiguió unas pastillas para dormir al desgraciado de mi padrastro. El hombre era como un tanque, grande y pesado, lleno de tatuajes y según algunos metido en negocios turbios, pero cuando llegamos a México nadie nos dijo nada, fue una tarde de primavera cuando empezaron los golpes y los malos tratos. Desde ahí, mi mamá me obligaba a esconderme cada vez que llegaba drogado y, a pesar de las denuncias y quejas que había interpuesto todo quedaba en nada, pues para ellos este ser despiadado era un buen hombre y perfecto ciudadano.
Nadie creía en una extranjera que se las daba de sabelotodo y menos en una chiquilla incompetente como me hacía ver él ante los demás. Había dejado la escuela en mi país para seguir a mi única familia y, por desgracia, vivía encerrada en estas cuatro paredes porque al señor ese no le interesaba más que para ser su sirvienta y ahora, transformarme en su futura muñeca sexual.