La Verdad Quebró un Hogar

La Verdad Quebró un Hogar

Gavin

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Capítulo

En el sofocante aire de la casa, preparaba mis humildes frijoles, ignorando a Doña Elena, mi suegra, quien me hostigaba desde su mecedora. "¿No piensas servirme, Sofía?" su voz era un lamento calculado que yo ya no soportaba. Mi respuesta, fría y cortante, la detuvo: "No soy tu sirvienta, Doña Elena." Ella y mi esposo, Marco, me acusaban de ingratitud, de ser una "conflictiva" , después de todo lo que "me habían dado" . Pero lo que me quitaron, jamás podrán pagarlo. Entre lágrimas teatrales y gritos de "¡Auxilio! ¡Esta mujer intenta matarme!" , Marco me confrontó. "¡Supera lo que pasó!" dijo él, sellando mi quiebre. Mi voz estalló en un susurro peligroso: "¿Que supere que tu madre me obligó a beber sus porquerías de hierbas, hasta que perdí a mi bebé?" La verdad los petrificó, pero mi dolor era desestimado. Esa noche, Marco lanzó billetes sobre mi cama, su voz vacía: "Es dinero. Suficiente para que te vayas lejos. Ya causaste suficiente dolor con... tu pérdida." Pisoteó los zapatitos de estambre que tejí para nuestro hijo, sentenciando: "Ya supéralo. Podemos tener otros hijos." En ese instante, algo dentro de mí se rompió y se endureció. La calma helada me invadió. "Lárgate," le ordené, señalando la puerta. "¡Y llévate a tu madre contigo! ¡No los quiero volver a ver en mi vida!" La guerra acababa de empezar, y esta vez, yo no sería la víctima. Lucharé por la justicia de mi hijo y por la verdad, cueste lo que cueste.

Introducción

En el sofocante aire de la casa, preparaba mis humildes frijoles, ignorando a Doña Elena, mi suegra, quien me hostigaba desde su mecedora.

"¿No piensas servirme, Sofía?" su voz era un lamento calculado que yo ya no soportaba.

Mi respuesta, fría y cortante, la detuvo: "No soy tu sirvienta, Doña Elena."

Ella y mi esposo, Marco, me acusaban de ingratitud, de ser una "conflictiva" , después de todo lo que "me habían dado" .

Pero lo que me quitaron, jamás podrán pagarlo.

Entre lágrimas teatrales y gritos de "¡Auxilio! ¡Esta mujer intenta matarme!" , Marco me confrontó.

"¡Supera lo que pasó!" dijo él, sellando mi quiebre.

Mi voz estalló en un susurro peligroso: "¿Que supere que tu madre me obligó a beber sus porquerías de hierbas, hasta que perdí a mi bebé?"

La verdad los petrificó, pero mi dolor era desestimado.

Esa noche, Marco lanzó billetes sobre mi cama, su voz vacía: "Es dinero. Suficiente para que te vayas lejos. Ya causaste suficiente dolor con... tu pérdida."

Pisoteó los zapatitos de estambre que tejí para nuestro hijo, sentenciando: "Ya supéralo. Podemos tener otros hijos."

En ese instante, algo dentro de mí se rompió y se endureció. La calma helada me invadió.

"Lárgate," le ordené, señalando la puerta. "¡Y llévate a tu madre contigo! ¡No los quiero volver a ver en mi vida!"

La guerra acababa de empezar, y esta vez, yo no sería la víctima. Lucharé por la justicia de mi hijo y por la verdad, cueste lo que cueste.

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