Otro día más, el sol sale del horizonte iluminando las calles de una ciudad que está podrida, en un país aún más podrido, posado sobre un mundo podrido hasta la medula. Un joven muchacho de 16 años se levanta como siempre, él no es como los demás, él puede ver lo que los demás niegan cada día, él ve lo podrido de su mundo. Se levanta para ir a la escuela, lava su cara, desayuna, cepilla sus dientes, se viste y toda esa rutina común, para la mayoría, para él solo marcaba el comienzo de otro día en este podrido mundo.
Su madre era una buena persona, pero que no lo entendía del todo, su padre había muerto después de una dura batalla contra el cáncer pulmonar cuando él tenía solo tres años y medio, no podía recordar como era su rostro y apenas recordaba su voz, no sabía casi nada de su padre o cómo fue su vida con su madre cuando estaba embarazada y tampoco le importaba mucho, no quería saber nada del pasado solo quería enfocarse en el presente y en mirar hacia el futuro.
Se fue solo a su escuela, su madre era profesora de una escuela financiada por el gobierno, lo cual era a veces un fastidio para él, porque las personas con poder o involucradas con el gobierno lo enfurecían. Cuando esas personas dicen que quieren ayudar a otros, la mayoría de las veces es pura hipocresía, esos hombres y mujeres colaboraban con los criminales que juraron atrapar, aceptando sobornos, ayudándoles a cometer delitos, pagándoles por matar, incluso entregándoles a personas inocentes como si fueran simple mercancía, esto solo provocaba que el índice de delitos en todo el país aumentara con cada día que pasaba, sobre todo en los estados pequeños, él vivía en uno de esos estados por lo que ya era algo normal escuchar de asesinatos, violaciones, robos, crímenes racistas u homofóbicos, pedofilia, tráfico humano y una lista que solo seguía en aumento. Washington D.C. estaba podrido y el resto del país no estaba mejor, tal era la situación que muchas personas se fueron con algunos familiares que tenían en el extranjero, pero el mundo era un sitio aún peor, lleno de crímenes peores, el tráfico de personas y el crimen organizado, solo eran algunos ejemplos de la situación del mundo en el que se encontraba y del que no había salida, muchos dirían que es una suerte no sufrir, no ser la víctima, pero para John Reisler solo marca más su punto de vista, él vivía en un vecindario de clase media alta, gozaba de muchas comodidades y lujos, pero a él no le importaban esas cosas, él quería que todas las personas honradas del mundo pudieran gozar de lo mismo, pero sabía que eso era imposible.
Al llegar se encontró con varios muchachos en uniformes; camino en silencio y subió a su salón, se sentó y empezó a escuchar algo de música, él no escuchaba la típica música de adolescentes, más bien escuchaba una música diferente, una melodía algo melancólica, una letra que te hacía reflexionar y un mensaje que llegaba hasta lo más profundo de su alma, el matón de la escuela, Wilson Church, y su pandilla de imbéciles descerebrados lo molestaban por escuchar esa música. Marica, gay, estúpido, fracasado; entre otros más insultos eran los que se escuchaban todos los días en sus clases ¿Por qué? ¿Por qué siempre tenían que molestarlo solo por ser diferente? Nunca supo por qué lo hacían, pero con el tiempo había conseguido acostumbrarse a los insultos que salían de la boca de todos aquellos ignorantes. Su canción favorita era una que hablaba de la soledad, se sentía identificado con ella, a veces incluso sentía que la canción hablaba de él, su vida era muy solitaria, casi no tenía amigos y los pocos que tenía a veces eran unos tontos, pero él sabía que es mejor estar rodeado de gente estúpida pero sincera que estar rodeado por idiotas inteligentes; como todo chico de su edad estaba enamorado de una joven de su salón, pero nunca podía hablarle, ya que por sus estudios casi no tenía tiempo y las amigas de la chica siempre la alejaban de él, no era apropósito, pero le resultaba incomodo tener esa carga en el pecho, su vida era solitaria y su mundo estaba podrido ¿Qué más podía empeorar?
Ese día parecía ser un poco diferente, había algo que le daba un mal presentimiento, pero no sabía que era; entonces un muchacho que conocía muy bien se le acerca y lo saluda:
- Hola, John
- Mike – Contesta con algo de indiferencia.
- Viejo no sé por qué, pero algo me da mala espina – Dice un poco distraído.
- ¿Cómo? ¿Tú también? – Pregunta John sorprendido.
- Si – Contesta un poco más serio – Y por lo que veo no somos los únicos – Dice mientras voltea la cabeza mirando al resto de la clase.
- ¿Qué quieres decir? – Pregunta John mientras trata de averiguar a qué se refiere su amigo.
- ¿No crees que el salón está un poco más callado de lo normal? – Preguntó Mike mientras escaneaba el salón con la mirada.
John estaba confundido, pero en efecto Mike tenía razón, normalmente cuando no había ningún maestro el salón, como en ese momento, se volvía una fiesta sin decoración, se la pasaban gritando, jugando, y demás cosas que sus compañeros hacían para matar el rato, y para quedarse sordos en el proceso, pero ese día parecía más tranquilo de lo usual, incluso los más problemáticos estaban tranquilos en sus asientos, hablando con quienes tenían al lado:
- No puedo creer que lo notaras – Dijo John finalmente con genuino asombro.
- Cuando creces con un detective privado aprendes ciertas cosas – Responde Mike con orgullo y algo de vanidad.
La verdad era que Mike era uno de los chicos más listos de la escuela, sacando casi siempre las mejores notas, hasta donde John sabía su nota más baja había sido una B+, pero la mayoría de las veces sacaba A, además de siempre ganarle a casi toda la escuela en ajedrez:
- Como sea – Dijo John – Tal vez sea mejor así, está más tranquilo y no tendré a ese idiota de Wilson molestándome a cada maldito segundo – Continua con rabia en su voz.
- Si, en serio ¿Qué problema tiene contigo? – Pregunta Mike con curiosidad.
- Solo es un idiota de mierda – Responde John con desdén.
- Aun así me sorprende lo calmado que está todo, creo que hasta me asusta – Dice Mike mientras se ríe entre dientes.
- En eso tienes razón – Responde John, también riéndose entre dientes.
Pasaron las clases, pero las cosas parecían algo extrañas, algunos estudiantes que solían interrumpir la clase para molestar a los “perdedores” se mantuvieron tranquilos y escucharon atentamente a los maestros, pero John tenía una sensación extraña alrededor de su cuerpo, sentía más calor del que realmente hacía, sin mencionar esa sensación como de un nudo en el estómago que lo tenía con los nervios a flor de piel, pero no era el único, Jessica, la chica que lo tenía en las nubes, se frotaba las sienes y la frente como si tuviera una fuerte migraña, y Mike no paraba de rascarse los brazos como si de pronto una colonia de hormigas estuvieran caminándole encima, hasta estaba usando un lápiz para rascarse, de pronto John dejó de sentir calor y el nudo en el estómago se fue tan repentinamente como apareció, trató de prestar atención a la clase, pero algo seguía preocupándolo. Ya en el descanso las cosas eran todavía más raras, todos los estudiantes parecían nerviosos, pero ¿de qué?, Mike y John se sentaron a conversar en una banca ubicada en un lugar apartado del patio:
- Viejo, de verdad pasa algo muy raro – Dijo Mike mientras se sentaba – Están más nerviosos que mi papá cuando se toma diez tazas de café – Bromea Mike con algo de nerviosismo.
- Tienes razón – Responde John fríamente – Hasta me pone los pelos de punta.
- Mírale el lado bueno – Dice Mike con un poco más de energía – Wilson y su pandilla de idiotas no te han hablado en toda la mañana.
- Me preocupa más lo que le pasa a todos – Contesta John fríamente.
- Sí, sobre todo a Jessica ¿no? – Se burla Mike.