Cero Princesa es La Heredera

Cero Princesa es La Heredera

Gavin

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Capítulo

La mansión Romero, llena de un perfume costoso y sonrisas falsas, fue el escenario de la fiesta de graduación de preparatoria que cambiaría mi vida para siempre. Mientras mi hermana adoptiva, Daniela, brillaba con su vestido de diseñador, yo, Sofía, sentía cómo mi modesto atuendo de tienda departamental me hacía desaparecer. Entonces, mi "padre", el Señor Romero, levantó su copa y apostó un millón de pesos a que no entraría a la universidad. Las risas llenaron el salón, mi "madre" sonreía, y mi "hermano" Carlos añadió las llaves de su camioneta a la apuesta. El golpe más cruel lo dio Mateo, mi novio, quien al lado de Daniela, apostó las escrituras de sus tres propiedades, jurando que Daniela era la inteligente y yo no tenía oportunidad. Cada mirada a mi alrededor era una mezcla de lástima y desprecio; mi destino de "fracasada" parecía sellado ante cien testigos y una transmisión en vivo. Sentí el dolor y la traición de saber que la familia que había anhelado nunca me quiso, solo me veía como un proyecto fallido, una vergüenza que se les podía explotar como entretenimiento. Pero en ese instante, el dolor se transformó en una calma helada, una lucidez inquebrantable. Con una sonrisa tranquila, levanté la barbilla y acepté todas sus apuestas. "Pero están apostando muy bajo," mi voz resonó firme, silenciando las burlas. "No solo entraré a la mejor universidad, sino que romperé el récord de la mejor puntuación de todo el estado." La carcajada de mi padre y el "chiste" de mi madre sobre cómo me recogieron del orfanato porque "era lenta" , solo confirmaron que ya no necesitaba su aprobación. Tomé el plumón negro y al lado de los perfectos 90 de Daniela, marqué un gran y redondo cero en mi pizarra; lo hice de nuevo para cada materia, provocando una explosión de risas y burlas. Mateo me llamó "cero a la izquierda" y terminó nuestro compromiso, besando a Daniela frente a todos. La humillación pública era el clímax de su cruel juego, pero solo sirvió para que yo duplicara la apuesta. Con una calma que los desconcertó, les exigí que apostaran algo que realmente les doliera perder: el 10% de las acciones de la empresa familiar, un departamento en la playa, un collar de diamantes, y un auto deportivo. La codicia cegó su juicio. Firmaron el contrato, sellando su destino en una simple servilleta. El día de los resultados, mi "fracaso" fue un rotundo "000 000", desatando otra ola de burlas y una bofetada de mi "padre". Pero justo cuando todo parecía perdido y mi "certificado de admisión" era hecho pedazos, mi abuela Elena, la matriarca de la familia, apareció. Detrás de ella, el Dr. Valdés, director de admisiones de la Universidad Nacional, reveló la verdad: aquellos ceros en mi puntuación significaban que era la estudiante número uno del estado, un mecanismo de protección para proteger la privacidad de los estudiantes más sobresalientes. "Además," agregó mi abuela, con una sonrisa enigmática, "Sofía no es hija de este hombre. Él fue adoptado. Sofía es la verdadera y única heredera de la sangre de los Romero." De repente, la "princesa del cero" era la dueña de todo, y mis supuestos opresores, los verdaderos intrusos.

Introducción

La mansión Romero, llena de un perfume costoso y sonrisas falsas, fue el escenario de la fiesta de graduación de preparatoria que cambiaría mi vida para siempre.

Mientras mi hermana adoptiva, Daniela, brillaba con su vestido de diseñador, yo, Sofía, sentía cómo mi modesto atuendo de tienda departamental me hacía desaparecer.

Entonces, mi "padre", el Señor Romero, levantó su copa y apostó un millón de pesos a que no entraría a la universidad.

Las risas llenaron el salón, mi "madre" sonreía, y mi "hermano" Carlos añadió las llaves de su camioneta a la apuesta.

El golpe más cruel lo dio Mateo, mi novio, quien al lado de Daniela, apostó las escrituras de sus tres propiedades, jurando que Daniela era la inteligente y yo no tenía oportunidad.

Cada mirada a mi alrededor era una mezcla de lástima y desprecio; mi destino de "fracasada" parecía sellado ante cien testigos y una transmisión en vivo.

Sentí el dolor y la traición de saber que la familia que había anhelado nunca me quiso, solo me veía como un proyecto fallido, una vergüenza que se les podía explotar como entretenimiento.

Pero en ese instante, el dolor se transformó en una calma helada, una lucidez inquebrantable.

Con una sonrisa tranquila, levanté la barbilla y acepté todas sus apuestas.

"Pero están apostando muy bajo," mi voz resonó firme, silenciando las burlas.

"No solo entraré a la mejor universidad, sino que romperé el récord de la mejor puntuación de todo el estado."

La carcajada de mi padre y el "chiste" de mi madre sobre cómo me recogieron del orfanato porque "era lenta" , solo confirmaron que ya no necesitaba su aprobación.

Tomé el plumón negro y al lado de los perfectos 90 de Daniela, marqué un gran y redondo cero en mi pizarra; lo hice de nuevo para cada materia, provocando una explosión de risas y burlas.

Mateo me llamó "cero a la izquierda" y terminó nuestro compromiso, besando a Daniela frente a todos.

La humillación pública era el clímax de su cruel juego, pero solo sirvió para que yo duplicara la apuesta.

Con una calma que los desconcertó, les exigí que apostaran algo que realmente les doliera perder: el 10% de las acciones de la empresa familiar, un departamento en la playa, un collar de diamantes, y un auto deportivo.

La codicia cegó su juicio. Firmaron el contrato, sellando su destino en una simple servilleta.

El día de los resultados, mi "fracaso" fue un rotundo "000 000", desatando otra ola de burlas y una bofetada de mi "padre".

Pero justo cuando todo parecía perdido y mi "certificado de admisión" era hecho pedazos, mi abuela Elena, la matriarca de la familia, apareció.

Detrás de ella, el Dr. Valdés, director de admisiones de la Universidad Nacional, reveló la verdad: aquellos ceros en mi puntuación significaban que era la estudiante número uno del estado, un mecanismo de protección para proteger la privacidad de los estudiantes más sobresalientes.

"Además," agregó mi abuela, con una sonrisa enigmática, "Sofía no es hija de este hombre. Él fue adoptado. Sofía es la verdadera y única heredera de la sangre de los Romero."

De repente, la "princesa del cero" era la dueña de todo, y mis supuestos opresores, los verdaderos intrusos.

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