Una madre en apuros
La policía llegó como en un pestañeo, mientras el dramático de Tyler dejaba su cabeza chorrear toda esa sangre, manchando su ropa, sus manos, la mesa, el suelo, todo el maldito lugar.
Aquel era el policía con el que yo había hablado para poner la denuncia contra él envenenamiento de todos y cada uno de nuestros animales hace muchas semanas, quedando solo las gallinas, pero me ignoró.
Miró con horror todo el desastre que había en el lugar, los cristales en el suelo, la sangre, el golpe a Tyler y después sus ojos fueron sobre mí, torció su boca y retiró aquel palillo que estaba en sus labios.
—Maldición.—solté por lo bajo. Esto no iba a terminar bien.
—Señorita Camila González.—dijo con fastidio.—Nos volvemos a ver. Esta vez en un caso real y verdadero, no inventos suyos, llenos de mentiras y cosas absurdas.
—¿Ya vio lo que me hizo?—Tyler señaló su cabeza, como si no fuera muy obvio.—Frecuento aquí con mis compañeros de trabajo y ella vino a mi mesa para agredirme, rompió una botella en mi cabeza, la otra la estampó en la pared, amenazándonos con ella. Creo que esta mujer está loca.
—¿Usted lo hizo, señorita González?—me preguntó el oficial de policía.
—Bueno…¿qué tan cierto puede ser algo así?—no podía decir que yo era la culpable, de mis labios no saldría.
—¡Todos los presentes son testigos!
—¡Son sus amigos! ¡No puede creerle!—dije como defensa.
El uniformado se acercó a mí, miró mis manos enrojecidas, los cristales a mis pies y yo en la escena, era más que obvio. Tomó sus esposas de su ropa y comenzó a colocármelas.
—Está detenida, señorita González.—dijo.
No seguí presumiendo de mi inocencia, pues era culpable y lo había disfrutado, pero me llenaba de ira que Tyler se saliera con la suya, mientras me arropaba un miedo horrible con la amenaza que él me hizo.