El Lamento De Mi Alma Perdida
ata
casa era tan grande, tan lujosa, pero siempre estuvo vacía. Era un mausoleo envuelto en mármol y sil
en los contornos de su rostro, haciendo que sus rasgos parecieran aún más duros. Su mandíbula, tensa, y
la mesa, con un sonido hueco y molesto. Intentó llamar de nuevo, pero nadie contestó. Por fi
es, una taza de café a medio beber. Todo. Los objetos se dispersaron con un estruendo seco. G
pero no el mío. Era el nombre de un fantasma que había huido de las calles donde me habían dejado. Se quejó d
a mesa, maldiciendo al aire. "¡Que te den! ¡Ojal
n lo que quedaba de mi corazón. Era una sensación tan familiar, tan esperada, que casi me hizo sonreír con am
él no podía oírme. "Y aun así, tus palabras
él, sentí que la última chispa de calor que me quedaba también se extinguía. Dejé de ser