El Lamento De Mi Alma Perdida
ata
como la miel, pero sus ojos brillaban con una malicia que solo yo podía ver. "Tal vez sea mi culp
s habría sido tan calculadora. Gabriel, sin embargo, se tragaba cada una de sus palabra
, Renata, no tienes derecho a quejarte. Ximena es generosa.
garganta. Él no entendí
divida entre tú y Ximena." Mis ojos se abrieron con sorpresa. ¿Herencia? ¿Yo? ¿Ximena? Pero Gabriel no había terminado. "Pero, conside
a gritar, quería huir, pero mi cuerpo etéreo era
os días de lucidez, pidió verme. Quería hablar de ti. Dijo que te había tratado mal, q
livio y dolor me recorrió. ¿Por qué ahora? ¿Por qu
r qué preocuparse. Que yo me encargaría de todo." Mi corazón se encogió. Siempre me habí
mbro, fingiendo preocupación. "Gabriel, ¿
tú, Renata, fuiste la causa de todo. La razón de su caída." Su voz se elevó. "Pero yo soy diferente. No soy débil. Yo
sus labios. Una sonrisa de triunfo. Ella había ganado. Había conseguido tod
ada a ese lugar, a ese infierno. ¿Por qué? ¿Por qué no podía irme? Quizás quería ver cómo terminaba esta fars
lámpara que yo le había comprado, y reanudó su trabajo. Los segundos pasaban con el ticta
volvió. Pero ya no sentía el frío físico. Solo la frialdad de su despreci