La revancha definitiva de la esposa sacrificada
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nario Conrado de la Torre parecía amar mi energía caóti
era una jaula que construyó para ocultar s
onrado no llamó a la policía. Me agarró, con una mirada
osa -gruñó-.
erró en una habitación sin ventanas, usando mi se
descubrí la verdad m
a robado el legado artístico de mi hermana muerta, y er
podría torturarme
de eso,
de compromiso de Jimena, hacke
riendo al esposo que
amente lo que querías
ítu
zmín, es que eres un poco... abrumadora". Así que cuando Conrado de la Torre, con su mirada tranquila y su comportamiento aún más sereno, me miró como si yo fuera exac
s amigas me escuchaban, me daban palmaditas en la mano y me decían que encontraría a alguien que apreciara mi "chispa". Pero c
habitaciones como una tormenta silenciosa, todo poder y sin palabras desperdiciadas. Yo, por otro lado, era un torbellin
rte, sintiendo el peso del vestido de diseñador y las expectativas aún más elaboradas. Conrado era el invitado de honor, el estoico heredero de Grupo de la Torre, un hombre cuyo nombre susurraba "poder" y "millon
y formas que yo solo podía soñar. Hablé de mis propios pequeños intentos de curaduría, mi pasión por el arte que ardía más que cualquier ansiedad social. Conr
sus ojos recorrían la habitación. La presencia de Conrado era como un vacío, absorbiendo cada palabra que pronunciaba. Confundí su profundo silencio con una comprensión pro
e vibró en el aire, enviando un escalofrío por mi espal
a nosotros. -Señor de la Torre, lo necesitamos para la subasta. Y Jazmín, querida, creo que el señor de l
abía hecho de nuevo, había sido demasiado. Mi parloteo incesante, mi
gesto sutil, apenas perceptible, pero detuvo mi disculpa a mitad de la frase. No miró a la org
resantes -dijo, su voz más suave de lo que esperaba-. Y estoy
o el sol abriéndose paso a través de una tormenta. Se volvió hacia mí, con esa misma mirada inquebrantable. -¿Entonces,
Se me hizo un nudo en la garganta. Las palabras, usualmente tan listas para saltar, se atascaron. Mi mente, usualmente un torbellino caó
rritió lo último de mi vergüenza. -¿Te comió la leng
verdad quieres saber? -La pregunta se si
eía cautivador en ese momento, todo ángulos afilados y poder reprimido, un traje oscu
hombre que no solo toleraría mi ruido, sino que lo apreciaría. Este era
osición social y proporcionaría nuevas oportunidades de negocio. Vieron a un hombre tranquilo y estable que proporcionaría estabilidad a su hija "enérgica". Incluso mis amigas, que conocían mi inclinación por los romances dramá
s páginas de sociales. Floté a través de todo, convencida de que finalmente había encontrado mi refugio, mi espacio seguro de un mundo que constantem
odavía... silencioso. De vuelta en casa, la vida como la señora de la Torre era opulenta pero extrañamente estéril. Nuestra enorme mansión en Las Lomas se sentía como un
s respuestas a mis anécdotas más largas y sinuosas eran a menudo una serie de gruñidos educados, o un simple: "Mmm. Interesante". Rara vez i
s días". "Cena a las ocho". "Me voy a la oficina". A menudo, ese era el alcance de nuestros intercambios diarios. Lo intenté todo. Le conté mi día con detalles insoportables, esperando sacarl
e decir. -Nunca era duro, nunca cruel, pero simplemente... estaba ahí. Un rechazo amable. Su paciencia era ilimi
por la mesa de comedor de antigüedades, o derramaba café accidentalmente en su impecable sofá blanco.
mente al personal de limpieza. Su "paciencia" se sentía menos como amor y más como una inquietante indiferencia. No importaba lo que hiciera, é
prolongada. Conrado estaba consumido, trabajando día y noche. Yo, queriendo sentirme útil, me ofrecí a ayu
o por su estudio-. Algo fuera de lo común, para apela
uncido surcando su frente. -Jazmín, este es un asunto de neg
El arte de la persuasión! Puedo hacer que la gente s
o que te mantengas al margen, Jazmín. Este no es tu mundo.
ayuda, necesitas hablar conmigo. Hablar de verdad. Dime cómo te sientes,
e fue como si hubiera dicho que el cielo era azul. Preferiría enfrentar la ruina financiera que revelar una pizca de emoción. El silencio se extendió entre nosotros, denso y so
ía estar bien. Faltaba algo fundamental, algo profundamente equivocado en esta imagen,
va de Conrado, regresó del extranjero. Había escuchado historias, susurros de un pasado problemático, de Elías de la Torre, su abuelo, enviándola
, sus movimientos fluidos, su voz un suave murmullo. Yo, por supuesto, era mi yo habitual, un torbellino de anécdotas sobre mi último
iesgo debido a un malentendido con un donante notoriamente difícil. Llamé a Conrado, mi voz tensa por el pánico, explicando la complicada s
z quebrándose-. No puedo manejar esto
quila, tranquilizadora-. Solo espera
ba furioso, el donante estaba haciendo las maletas. Mi claustrofobia, una cicatriz persistente de un tr
tranquila, su cabello rubio perfectamente peinado, sus ojos abiertos con preocupaci
o envió a Jimena? ¿No a él? Tragué la píldora amarga. -¿
atisbo de sonrisa jugando en sus labios-. Asuntos f
or delicada, se llevó las manos a la boca, sus ojos abiertos con un terror fingido. Justo en ese momento, Conrado irrumpió en la habitación, su rostro gra
udo y completamente desatado. Era una voz que nunca ha
edo tembloroso hacia el pasillo. -¡Alguien...
s ojos escaneándola en busca de heridas. Murmuró palabras suaves, palabras de consuelo y prot
, solo una mirada distante, casi superficial. -¿Jazmín, estás bien? -preguntó, su voz plana, desprovista de la furia anterior, ahora
ado de Jimena, desatando un torrente de emoción que no sabía que poseía. El silencio que me ofrecía no era aceptación; era
su inquebrantable estoicismo hacia mí, no era una señal de su profundo afecto. Era una señal de su profund
nte. Me estremecí, retrocediendo como si me hubiera quemado. El movimiento repentino, la cruda revelación, dre
igeramente, un destello de confusión en sus o
. Sentía la lengua pesada. Me estaba preguntando si
o, sino al hombre que siempre la elegiría a ella. Me di la vuelta, mis piernas temblorosas, y me alejé, sin