Errores imperdonables, deudas impagas
ue Sofía pidió. Los sonidos de él cocinando, de s
imo de sus pertenencias en una sola maleta. Todo lo demás,
de espaldas a ella. Sofía estaba acurrucada en el sofá, revisando su
pero Sofía la vio. Un brillo
a repisa de la chimenea, donde había una foto enmarcada en plata de los padres de
giéndola-. Es una pena que no estén aquí pa
pugnante. El vidrio se hizo añicos, esparciéndose so
a. Sin pensarlo dos veces, avanzó y abofeteó a Sofía en
r el ruido. Sofía se desplomó de inmedi
, agarrándose la mejilla-. ¡Fue
vió para golpearla de nuevo. Pero su muñ
e ella, su rostro u
uficient
o -dijo Elena con l
el, su voz fría. Estaba defendiendo
z quebrándose-. Si alguien insultara la memoria d
ligrosamente baja-. No es cruel como tú. T
co. Confiaba en Sofía, la maestra manipuladora, completa
a por una frialdad escalofriante y profund
Sofía desde el suelo, interpr
de la mano que florecía en la mejilla de Sof
zó, su cadera golpeando la esquina afilada de la mes
orosa Sofía en sus brazos. La levantó como si estu
z goteando desprecio. Ni siquiera miró el marco destrozado en el su
de su coche alejándose, un
de sangre. Pero lo único que sintió fue un p
donde fuera valorada, una vida donde no fuera un fantasma en