Amo de la perversión
or supuesto, no esperaba menos de esta santurrona. Es la respues
tienes suficientes problemas como para sumar uno nuevo. Además, ¿qué nuevas experiencias puede aportarte una
dos blancos y perfectos alrededor de mi pulgar. Fijo la mirada sobre la suya y, debo admitir, que esos preciosos ojos violetas acaban de lanzar un hechizo poderoso sobre mí. ¿Qué carajos? ¿Por
ra vez que alguien consigue desconcertarme. Mantengo la mirada puesta sobre ella, no hablo, no me
go esto, ¿me
iero, ¿cierto? Que se vaya y deje
con una
ar su desconcierto. ¿Qué pensaba? ¿Qué iba a ponerle las cosas
..? ¿
curro a métodos específicos y efectivos para lograr que se relaje y colabore de buenas ganas. No hay mujer que pueda resistirse a mis caricias y a mis técnicas de conquistas, por muy difícil que esta
su cuerpo se sacude de pies la cabeza
l pie de su oreja, mientras hundo el dedo en su boca―. Si aprec
levo la mano hasta el moño apretado que está sobre su cabeza y me deshago de él para dejarlo caer con libertad. Admiro con deleite los hermosos mechones castaños bañados con reflejos dorados que se extienden como cascadas sobre su torso has
s caderas contra su pelvis, para que sienta lo duro que me ha puesto y la hago aullar como loba a l
o Cri
h.
gusto por encima de la tela de la ropa. Empujo y hago contacto con su dulce divinidad, provocando con el gesto, que su cuerpo se arquee y entierre sus dientes alrededor de mi pulgar
me encargue de ti ―susurro sobre sus labio
aravillosos pechos que están hechos para degustarlos a placer. Ni siquiera ese sujetador de algodón barato que lleva puesto, digno para una adolescente, es capaz de matarme la libido. Sigo tan duro como un fier
rmo
or sus hombros y la acumulo alrededor de su pequeña cintura. Trago grueso. Observ
¡
nta cubrir sus pechos con las manos, al d
cualquier cosa para que te dejara ir ―menciono con cierto tono de enfado―. Así que solo te queda una opción ―sonrío con suspicacia, antes de bajarla de mis caderas, ponerla en el piso y retroceder un par
darropa de Victoria para buscar la ropa que deberá usar. Por supuesto,
obligarme a
y la miro por enc
uesto qu
as que debe ponerse. Inclina a mirada y queda
es que me
me observa con desconcierto e incredulidad. Enc
Me siento y, con actitud relajada y cómoda, cruzo una pierna sobre la otra y ma
ue su mandíbula acaba de golpearse contra el piso. O
o te prometo que lo haré en tu lug
eda mirando por largo
a exponerse desnuda? No sé por qué, pero su respuesta
Mi polla es la primera en ponerse de pie y cele
por encima de la tela de mi pantalón―. Quítate la