Amo de la perversión
que las indiscretas de mis compañeras nos descubran y luego vayan corr
ndo desnudas y mostrando sin pudor lo que deberían mantener oculto, luces rojas en el techo, lámparas de diamante, pisos tan relucientes como un espejo que puedes mirarte en
que está a punto de reventar mis tímpanos. Casi al mismo tiempo tengo que elevar la mano para proteger mis ojos del efecto que provoca la luz d
o las risas y las carcajadas que provie
al frente, Rachel,
a aumenta su volumen, las risas y las voces se oyen como si estas fueran susurradas al pie de mi oído, pero lo que me caus
bilidad. Contorsiona su cuerpo y lo mueve con una gracia que me causa asombro y emoción. No puedo dejar de mirarla, aunque lo intente con todas mis fuerzas. Sin embargo, al dirigir la mirada hacia otro lugar, veo a otra de las chicas sentada a horcajadas en las piernas de un hombre. Esta vez una ola de calor se dispara por todo mi cuerpo al descubrir que no lleva sujetador puesto, que su torso estás desnudo por completo
e acelera y mis entrañas comienzan a palpitar enloquecidas an
chel!, te dije
nza en cuanto escucho la voz de mi amiga. A
si
chica. La manera tan desesperada con la que sus manos recorrían el cuerpo de la bailarina, la forma en la que ella lo miraba y le sonreía, el movimiento coordinado de
os que podemos evitar al resto de sus compañeras
a abrir la puerta de la habitación frente a la cual nos d
rece un mundo totalmente diferente al que dejamos atrás. Observo el enorme tocador cuyo espejo está rodeado por
to es sol
e productos que hay sobre el tocador y las prendas colgad
je de cuero rojo que está colgado en mi v
as que están colgadas en los ganchos que se encuentran en el interior de su guardarropa y que brillan como las estrellas en el firmamento. Busco entre todas las piezas y doy, con la que s
pa y se la entrego―, creo que
hace que me ruborice por
lo que hay debajo de ellas ―me deja estupefacta con aquellas palabras, tanto, que no me atrevo a volver a preguntar nada más. Termina de vestirse y al darse la vuelta quedo muy impresionada. Se v
risa, dejándome sola en este lugar que, aunque es inigualable, no deja de producirme mucha inquietud. Trat
i nariz para apreciar el olor que tiene su maquillaje, las vuelvo a colocar en su sitio de la misma manera en que se encontraban para que ella no note que anduve
baño para sacar los restos del perfume de mi rostro. Una ola de alivio recorre mi cuerpo al dar con la perilla. Le doy un giro hacia la derecha e ingreso de un brinco. Sin embargo, al escuchar el bullicio me doy cuenta de que atravesé la puerta equivocada. Asustada, intento regresar a la habitaci
las manos donde no debía, pero la curiosidad me
el, tú puede
e a que ese hombre me encuentre. Me detengo debajo de una de las bombillas y vuelvo a intentar abrir los ojos. Me emociono cuando consigo distinguir un poco
.? ¿Quién
o, mi espalda se estampa contra la pared y soy ap
tir sus labios cálidos apoyado
ruesa―, y el único que tiene derecho a estrena