Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey
Destinada a mi gran cuñado
Enamorarme de nuevo de mi esposa no deseada
Demasiado tarde para arrepentirse: La heredera genio brilla
Novia del Señor Millonario
Ella se llevó la casa, el auto y mi corazón
Una esposa para mi hermano
Mi esposo millonario: Felices para siempre
La heredera fantasma: renacer en la sombra
No me dejes, mi pareja
—No quiero soltarte —le susurró Jonnathan a Marie mientras le acariciaba los hombros por encima de las sábanas.
Para Marie, ese tacto era como la caricia del cielo. Él comenzó a besarla por el cuello. Ella cerró los ojos y se dejó llevar, sintiendo su aliento en la piel, gozando el aroma de su perfume; ligeramente opacado por el olor que había en el aire y que delataba lo que habían estado haciendo durante la noche.
Afuera empezaba a clarear. La luz del amanecer se filtraba por las ventanas, esparciendo su tono carmesí por las paredes.
—De verdad no quiero soltarte —repitió él.
Marie lo sentía en espalda. Él la estaba abrazando con fuerza, cubriéndola con sus brazos.
Desnudos bajo las sábanas, sus pieles chocaban y conectaban como dos imágenes atrayéndose.
Marie comenzó a llorar en silencio.
Sus lagrimas caían lentamente sobre la almohada.
—Esto ya no puede durar, ¿no? —dijo.
—No, supongo que no, pero aún así… —él la apretó con fuerza, respondiendo más con el cuerpo que con palabras.
Marie se giró en la cama y hasta quedar frente a frente. Como siempre le sucedía, se quedó encantada observando sus ojos castaños, su mentón firme, su revoltoso cabello negro. No pudo resistir el impulso y pasó su mano por su brazo, deleitándose con lo tersa de su piel.
—Nadie más debe morir. Ya han sido demasiados.
—No fue mi culpa —discutió Jonnathan, con una leve nota de dolor en la voz.