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Princesa oscura

Princesa oscura

Antártida

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Capítulo

Parte de la descendencia de los dioses fueron híbridos producto de sus frecuentes relaciones con la especie humana, al transcurrir las décadas la divinidad mermó, pero la presencia de icor en la sangre de los herederos los hacía especiales, muy diferentes. Dicha distinción recaía con mayor furor en aquellos que procedían directamente de los dioses primordiales. Tal es el caso de Ares, el espectacular e imponente dios de la guerra, dejando una amplia estirpe en la que destacó Ira, conocida como la princesa oscura por adquirir genéticamente las conocidas tácticas bélicas, aunque de una manera menos invasiva físicamente, aunque más persuasiva en formas espirituales. De la descendencia de uno de los dioses primordiales del Olimpo, el dios de la guerra Ares nacieron humanos con particularidades singulares y dones divinos. Irene era una hermosa mujer heredera de Ares, en cierta ocasión conoció a un hombre del cual se enamoró, ese hombre era Arquemio, un rey de una ciudad llamada Atenea. Irene y Arquemio se casaron y fruto de su amor ella quedó embarazada de gemelos; la princesa Ira y el Príncipe Odio. La protagonista de esta novela, la princesa Ira, desde su gestación libró batallas. Ella misma comenta que estando dentro de la matriz de su madre inició la guerra con su compañero de vientre, la soberana tuvo que combatir con su gemelo; el despiadado príncipe Odio, el cual más adelante será conocido como el príncipe azul. Este semidios siendo un bebé dentro de la panza de su madre siempre intentó acabar con la vida de su hermana, siendo ambos fetos trató de estrangularla con el cordón umbilical, pero ella pudo zafarse cuando el apretó con fuerza el cordón se movió hasta su frente, fracasando Odio en su intento, le crearía una cicatriz de por vida a su hermana, la cual la ocultaba tras su capul y corona que ubica justo allí. Ese acto demencial del príncipe le causó su exilio. El rey devastado por la muerte de su esposa en el parto y las acciones de su hijo, se preocupó por su hija y buscó en orfanatos pequeños para adoptar y que pudieran ser compañeros de su hija. Fue en esos centros de adopción donde encontró a los cuatro prodigios, los herederos de las musas y los cuales tenían dones en las artes. Estos prodigios eran los cuatrillizos: Bastián, el prodigio de las artes dramáticas; Saxo, el prodigio de la música; Cyril, el prodigio de la danza; y Giordano, el prodigio de la pintura. También el rey Arquemio junto con su consejero y amigo de toda la vida, el incondicional Cyrus, halló en otro orfanato a Melancolía, heredera de una deidad de la angustia y tristeza. Mel como le dirían de cariño, esconde sus ojos con una venda, pues aquel que los vea esta destinado a llorar por ella. La otra niña hallada fue Nicolasa, legataria de Nyx la diosa de la noche. Nicky como le dirían de cariño, gozaba de su peculiar poder de oscurecer caminos. Todos los niños fueron llevados con Ira y desde entonces fueron incondicionales los siete. La princesa cuando heredó la corona, desestimó llevar una monarquía como tal y decidió ejercer un gobierno democrático junto con sus compañeros y consejeros y un gabinete escogido por medio de sufragios. Todo marchaba en orden cuando el catorce de febrero del año 2024, un cuásar de magnitud enorme colapsó con la vía láctea y galaxias aledañas, trayendo consigo el cólera. Solo pasó un mes cuando un evento que sugería la ciencia que pasaría en siglos, sucedió. Se trataba de la Lactómeda, la constelación de Andrómeda chocó con la Vía lacte y aquella colisión fue el final de la colera para ambas galaxias. Pero no solo trajo la tranquilidad para el planeta, también una visitante de Andrómeda, Ari, quien gracias a un agujero de gusano se extravió en la tierra, en la ciudad de Atenea. Cuando conoció la princesa Ira a Ari, la visitante de Andrómeda, ambas mujeres se flecharon a primera vista, pero la interacción tuvo que esperar porque Nicky alertó sobre unas criaturas esparcidas por toda la ciudad y la princesa como dirigente debía hacerse cargo, junto con ella, Mel y los prodigios. A esa aventura de sumo Ari también. Las criaturas esparcidas son seres de otro planeta, seis criaturas cuyo poder, requiere un plan para poder capturarlas con precaución. Esas criaturas eran: La serpiente inacabable, la nube incesante, el grifo cautivo, la luna opaca, el toro incansable y el bromista invisible. Estas criaturas finalmente fueron apresadas y embotelladas por Ari. Esto causó sospechas en Nicky, quien una vez la descubre le confiesa a la princesa sobre Ari, ocasionando un rompimiento y despedida de las dos, pero al final Ira va tras Ari y se quedan juntas. Ari explica que las criaturas son elementales de su planeta Helos y que son de vital importancia para ese planeta.

Capítulo 1 Inicio

En la antigüedad reinaron los dioses entronizados en el Olimpo, según la mitología grecorromana estas deidades comandaban desde las alturas a los mortales en la tierra. De ellos se cuentan diversas historias y aventuras extraordinarias. Con el paso del tiempo aquellas divinidades fueron dejando rastros de su linaje por el planeta.

Parte de la descendencia de los dioses fueron híbridos producto de sus frecuentes relaciones con la especie humana, al transcurrir las décadas la divinidad mermó, pero la presencia de icor en la sangre de los herederos los hacía especiales, muy diferentes. Dicha distinción recaía con mayor furor en aquellos que procedían directamente de los dioses primordiales. Tal es el caso de Ares, el espectacular e imponente dios de la guerra, dejando una amplia estirpe en la que destacó Ira, conocida como la princesa oscura por adquirir genéticamente las conocidas tácticas bélicas, aunque de una manera menos invasiva físicamente, aunque eso sí, más persuasiva en formas espirituales.

Cabe destacar que de la descendencia de uno de los dioses primordiales del Olimpo; Ares nacieron dos humanos con particularidades singulares y dones divinos. Estos gemelos son, la princesa Ira, quien desde su gestación ha librado batallas. Ella misma comenta que estando dentro de la matriz de su madre inició la guerra con su compañero de vientre, la soberana tuvo que combatir con su gemelo; el despiadado príncipe Odio, el cual más adelante sería conocido como el príncipe azul. Este semidios siendo un bebé dentro de la panza de su madre siempre intentó acabar con la vida de su hermana. Siendo ambos fetos trató de estrangularla con el cordón umbilical, pero ella pudo zafarse cuando el apretó con fuerza el cordón se movió hasta su frente, fracasando Odio en su intento, le crearía una cicatriz de por vida a su hermana, la cual la oculta tras su capul y corona.

Desde tiempos inmemoriales existieron dioses que comandaban desde las alturas a los seres humanos que residían abajo, acá en la tierra. Las personas debían acatar los criterios de estas deidades inmortales, cuyo torrente sanguíneo estaba abastecido por Icor, un mineral que contribuía a mantenerlos eternos, aunque los eruditos más osados comentaban que aquella sustancia también se encontraba en lo que consumían los dioses en sus banquetes; en la bebida que llamaban néctar, y en la comida de nombre ambrosía, ambas cosas resultaron siendo ciertas y lo que lo evidenciaba era la perdurabilidad de estas entidades. Como toda historia esa también tuvo su final y con la guerra entre los dioses, este conflicto de grandes proporciones, se prolongó entre Ares (el dios de la guerra) contra todos los demás dioses olímpicos, esta contienda se originó debido a que ninguno de los demás dioses le apoyaba a Ares en su odio por la humanidad, en definitiva, Ares concebía un punto de vista extremista. Creciendo más poderoso por la violencia que de la guerra piadosa que había instigado, Ares luchó y mató a todos los otros dioses mientras estos trataban de derribarlo, hasta que solo quedó Zeus. Antes de la batalla con el dios de la guerra, Zeus concibió una hija con Hipólita, reina de las Amazonas, si la misma del cinturón de Hércules, Zeus la embarazó en caso de que perdiera la vida luchando contra Ares. Zeus entonces sin temor alguno se enfrentó a su hijo malvado en combate, venciéndolo y expulsándolo. No obstante, en el proceso Zeus fue herido mortalmente.

Han pasado siglos y siglos después de todas aquellas odiseas que se contaban acerca del origen de los dioses griegos, redactadas en epopeyas de célebres poetas; todas sensacionales, todas increíbles, y aunque suenen fantásticas, si pasaron, al menos en este universo, en esta dimensión y fruto de aquellas bacanales que de vez en cuando sostenían con especímenes humanos, las deidades olímpicas dieron inicio a una estirpe nueva, un mestizaje entre un inmortal y una humana que daría paso a seres parecidos a semidioses, provistos con dones espectaculares y singularidades especiales. Una especie nueva de personas con dotes divinos y sangre mezclada con icor, aunque no poseían la inmortalidad de sus antecesores, si gozaban de una prolongada vida, y aunque algunos se resistían a llevar por mucho tiempo el peso de los años, desestimando así su herencia, tenían una vida como una persona común, eso sí, los dones divinos eran intransferibles e irrevocables. Al transcurrir las décadas la divinidad mermó, pero la presencia de icor en la sangre de los herederos los hacía especiales, muy diferentes. Dicha distinción recaía con mayor furor en aquellos que procedían directamente de los dioses primordiales. Tal es el caso de Ares, el espectacular e imponente dios de la guerra, dejando una amplia estirpe. Producto de una de esas relaciones se originó el linaje posterior de Ares, pasaron años y más años y el linaje se conservaba, una nueva descendencia germinaba dentro del vientre de la heredera del dios de la guerra, Irene, una mujer de treinta y cuatro años, esposa del rey de la ciudad de Atenea; Arquemio, un hombre ilustre que quedó rendido ante la impactante belleza de la legataria de Ares. Arquemio siendo un hombre bien parecido, con cabellos castaños y unos penetrantes ojos azules, enamoró a la heredera divina. No pasó mucho tiempo desde que se conocieron en una de esas travesías que el emprendía a La Rome, una ciudad colindante, cuando le propuso matrimonio justo allí, en esa misma metrópolis y meses después de la pomposa boda, la ya reina en ese entonces, fue fecundada por su rey.

Irene quien estaba embarazada de gemelos, presentaba fuertes dolores una semana antes de cumplirse los ocho meses para que pudiera dar a luz (cabe recalcar que los herederos de los dioses nacían en el octavo mes después de su concepción, a diferencia de los embriones humanos que lo hacen después de los nueve meses o a los siete si algo extraordinario ocurre), dentro del vientre de Irene estaban sus dos gemelos batallando por salir de allí, de los cuales destacaría Ira, quien sería conocida como la princesa oscura por adquirir genéticamente las conocidas tácticas bélicas, aunque de una manera menos invasiva físicamente, aunque más persuasiva en formas espirituales. Estando dentro de la matriz de su madre, inició la guerra con su compañero de vientre, la soberana tuvo que combatir con su gemelo; el despiadado príncipe Odio, el cual más adelante será conocido como el príncipe azul. Este semidiós siendo un bebé dentro de la panza de su madre siempre intentó acabar con la vida de su hermana, siendo ambos fetos trató de estrangularla con el cordón umbilical, pero ella pudo zafarse cuando el apretó con fuerza el cordón se movió hasta su frente, fracasando Odio en su intento, le crearía una cicatriz de por vida a su hermana, la cual más adelante tendría que ocultarla tras su capul y corona, ubicándolas justo allí. Aquella obstinación del príncipe Odio fomentó dentro del vientre de su madre un dolor insoportable, más doloroso incluso que las contracciones. Dado que llegó al punto la reina Irene de desvanecerse inmersa en un desmayo, su esposo, el rey Arquemio, solicitó con suma urgencia la intervención de uno de los médicos a disposición del castillo. El doctor Asclepius, el mejor de todo la zona, incluso sus extraordinarias habilidades eran reconocidas en diferentes y lejanos lugares del globo terráqueo, no por nada estaba a cargo de la estabilidad física y salud de los miembros de la familia real de la ciudad de Atenea.

— ¡Su majestad! — exclamó el galeno al ingresar al palacio, se notaba apresurado y con mucha agitación. — Estoy aquí para atender a su esposa, ¿Dónde se encuentra su majestad la reina Irene?

— Arriba, doctor Asclepius. — contestó visiblemente consternado el rey Arquemio. —¡Vamos, apresúrese! Ella se encuentra en nuestra habitación. — subió con presura las escaleras, indicándole el camino que debía seguir el galeno, aunque ya este conocía con anterioridad el recinto, producto de las incontables veces que había acudido al llamado del mandatario.

La reina Irene, quien además de ser la esposa del rey, muchos la conocían por ser una mujer divinamente hermosa, algunos especulaban que por el icor en su sangre y ser heredera del dios de la guerra; Ares, esta procedía del linaje que se originó a partir de las intimidades que profanaron el lecho de Afrodita y Hefesto, es decir cuando la diosa de la belleza engañó a su marido con Ares, fruto de ese amor nació Cupido, un joven dotado de extraordinaria belleza, e Irene con ese cuerpo de infarto y rostro esculpido con facciones delicadas, revelaba el legado genético de sus ancestros etéreos. La reina lucía esplendorosa, con su piel de textura amelocotonada y coloratura como la de las nubes en un día soleado, sus finos y azabaches cabellos que la rodeaban hasta la parte baja del dorso reflejaban el brillo ante cualquier filtración de luminosidad, sus pómulos pronunciados, su nariz respingada sostenían unos seductores labios carnosos, mientras sus cuencas alojaban un par de obsidianas; sus ojos, sus espectaculares ojos. Esa noche la reina Irene se encontraba en la habitación principal, la que compartía con su esposo el rey Arquemio, esa habitación estaba ubicada en la segunda planta de la edificación, se trataba de un enorme cuarto al final del pasillo que destacaba sobre los demás por la coloratura de sus paredes, delicadamente decoradas con tapiz de tono blanquecino, adornado con pinturas de artistas célebres, instaladas en la pared lateral derecha y también varias plantas ornamentales dispersadas en sitios estratégicos con la intención de otorgar un panorama cálido y natural, eso combinado con el exquisito olor a nardos frescos con un toque de esencia de vainilla lograban el resultado. En el centro de la habitación se hallaba la reina Irene reposando sobre una enorme cama cobijada por una toldilla blanca y llena en su interior por abultadas y confortables almohadas celestes, además de cojines de tonalidades violetas y rosas, pero a pesar de los colorines, el buen gusto, y la vitalidad que se respiraba en la recámara, Irene estaba agarrándose el vientre, se le veía con el semblante desencajado y demasiado pálido, incluso para aquella piel casi que pigmentada de un blanco inmaculado, sudaba a borbotones como si la helada noche causara sobre su organismo un efecto térmico, contrario al ocasionado por los ya conocidos ventarrones huracanados que soplaban de la boca de un Eolo enfurecido por esa época del año. La reina estaba acompañada por dos de sus criadas quienes pasaban sobre su frente trapos que humedecían en una tinaja.

— Su alteza, reina Irene, ¿Cómo se siente? — preguntó el médico apenas ingresó a la recámara, acto seguido, inmediatamente se dirigió a la cama donde la monarca descansaba. — ¿Siente las contracciones?

— ¡Me duele mucho! —contestó la reina, sin dejar de agarrarse el vientre, indicando que justo allí padecía. — me aquejan más que las contracciones, siento que me queman por dentro.

— ¿Es eso natural doctor? — interfirió el rey Arquemio con evidente preocupación, porque a pesar que la reina era quien llevaba a cuestas la herencia del dios de la guerra Ares, él no desconocía que el embarazo en una descendiente duraba ocho meses, nunca menos. — Todavía no se cumple el ciclo a término, ¿La intervención no le traerá complicaciones a Irene y a los bebés?

— Es necesario intervenirla de inmediato, si no es posible que muera tanto ella como los embriones. — respondió el doctor. — He visto con anterioridad casos como este, se trata de los fetos, están intentando matarse dentro del vientre de su madre.

— ¡Haga lo que tenga que hacer Asclepius! — solicitó la soberana cada vez más pálida y menos desodorante, destilaba sudor a cántaros y sus manos conservaban el frío parecido al del ártico. — Haga hasta lo imposible por sacarlos con vida a ellos. Solo deseo que salve a mis hijos.

— ¡Proceda de inmediato Asclepius! — ordenó el mandatario. — ¡Sálvelos a los tres!

— Lo haré. — prometió el médico. — Deben salir todos.

Y así fue, todos los que estaban presentes en la habitación de la reina salieron; el rey Arquemio junto con las dos criadas que la cuidaban. El galeno se quedó solo con la mujer gestante que no paraba de gritar, los dolores se habían intensificado y los gritos desgarradores de ella eran una prueba de ello. Por fuera se escuchaban los horrores narrados de la voz de Irene. La puerta se mantenía cerrada y el rey siendo presa de la angustia al oír aquellos alaridos de la mujer que amaba y la madre de sus hijos, estaba a la espera de buenas noticias, aunque el panorama no era para nada alentador. Pasaron alrededor de cuarenta y ocho minutos cuando el silencio se apoderó del recinto y el pomo de la puerta giró, para darle paso al médico que salía del interior de la habitación.

— ¿Qué sucedió Asclepius? — lo abarcó el nervioso y afanado rey. —Dime que están bien todos, dime que están bien Irene y los niños.

— Su majestad… — murmuró el atemorizado doctor, se tocaba las manos de forma insistente y errática. — Los niños están bien, el varón fue el que atentó contra su hermana, intentando ahorcarla con el cordón umbilical, ella gracias a Zeus logró salvarse rodando el cordón hasta su frente.

— ¿E Irene? — inquirió el rey Arquemio.

— ¡Lo siento mucho! — respondió el galeno Asclepius, tocándose las manos con aún más presura y aún más de forma errática, su frente humedecida por el sudor delataba su evidente nerviosismo y sus ojos brillantes y enrojecidos describían que indiscutiblemente ella se había ido. — Hice todo lo que estuvo al alcance de mis mortales manos, su majestad.

El rey cayó al suelo sobre sus rodillas, se puso las manos en la cabeza mientras las lágrimas emergían de sus ojos y recorrían sus mejillas sin cesar. Se levantó entró a la habitación y allí estaba ella, tan inmaculada, tan impoluta, parecía estar en el más placido de los sueños y en cada uno de sus brazos un niño, Ira del costado derecho, con su frente goteando líquido escarlata, mientras Odio en el izquierdo, sonriendo.

Al nacer los gemelos Irene ascendió al Olimpo, pues ese mismo día murió durante el parto, dejando así a los hermanos a merced de su padre, Arquemio; el rey de la ciudad de Atenea, pero lo que hizo el príncipe Odio no podía pasar desapercibido, y mucho menos quedarse sin castigo, así que Arquemio lo destinó al exilio, enviándolo al otro lado del mundo, en un lugar donde la nieve primaba y el invierno parecía ser eterno. Allí en una enorme cabaña de cristal se refugiaba el príncipe Odio, reinando en aquellos gélidos parajes. Mientras tanto la princesa Ira fue criada por su padre el rey Arquemio, él le enseñó sobre todas y cada una de las artes, incluyendo las marciales, también sobre las buenas costumbres, la cultura, historia y sobre todo la guio en el proceso de conocer y asimilar su don para que lo usara de una manera prudente y sabia, sin dañar a nadie, por su parte Ira desde que supo de su condición hereditaria del dios de la guerra Ares, quiso mantenerse al margen de ello y prefirió guardar su habilidad solo para circunstancias esenciales que lo requirieran con urgencia, ella tenía una cualidad muy especial, el poder de la persuasión y con ese poder adquirido del legado del propio Ares, la princesa Ira se convertía en pieza clave a la hora de guerras y batallas, y por esa razón, desde que se conoció su extraordinaria habilidad, el palacio siempre recibía visitas de emisarios de una gran variedad de naciones, pero la princesa oscura que decía no tener soldados, al igual que Ares, dios griego del cual descendía, su ADN contenía la capacidad de derrocar con solo una mirada, entraba en sus almas para apoderarse de ellas, porque no existe cosa más instigadora que la demagoga ira en el corazón de los hombres. Sus ojos oscuros reflejaban ígneo resplandor que hacía estremecer hasta el espíritu más rígido, pero Ira no dedicaba su vida a infundir tal poder sobre las personas, ella vivía alejada de los suburbios junto con su padre, en el palacio familiar a las afueras de la gran ciudad, hasta la muerte de su progenitor. Él, su padre el rey Arquemio al recibir el diagnostico de una muerte pronosticada, realizó una convocatoria privada para buscarle compañía a su hija, no quería dejarla sola y además le atemorizaba la idea de que su otro hijo, el príncipe Odio, llegase donde ella, estando esta última en estado de vulnerabilidad, el rey no quería ni podía imaginar aquel encuentro que con seguridad terminaría en tragedia, pues él muy bien conocía los alcances de su hijo varón y fue por ello que decidió embarcarse en la búsqueda de conseguirle aliados a su hija, pero no cualquier clase de aliados, el rey deseaba para su heredera más que compañeros de lucha, seres con los cuales pudiera tener un vínculo duradero más allá de apoyo en las contiendas, así fue que llegó a buscar a aquellos seres en lugares igual de especiales; en orfanatos.

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