El conocimiento da poder, ¿poder sobre qué o quién? Por mucho tiempo lo use para controlar y dominar a todos aquellos que no lo poseían, incluso con la única mujer que amé y que ahora se convirtió en mi más oscuro secreto.
Heme aquí, sentado en la banca de un parque, simplemente viendo pasar a las personas, de cuando en cuando ojeo el libro que está en mis manos, paradójicamente sin prestarle demasiada atención, 'La Divina Comedia' de Dante Alighieri, debo haberlo leído un millar de veces, aunque dicho de esta manera pueda sonar algo exagerado.
Mi gusto por él, me ha llevado a buscarlo en varios idiomas, para comprobar a mi manera, si es posible expresar las mismas ideas en términos lingüísticos de culturas diferentes; en este caso particular puedo decir que sí, tal vez, por eso me gusta tanto, incluso en su escritura original, el dialecto tosco, predecesor del italiano moderno.
Es increíble ver como ideas tan fantásticas están perfectamente descritas, como si Dante, hubiera realizado ese viaje al mismo infierno y hubiese logrado vivir para contarlo, a través de sus personajes.
De lo que si estoy seguro, y quiero hacer énfasis en esto, es de que nuestros personas reflejan nuestra esencia y no lo contrario.
En el otro extremo de la banca se sienta una joven con un niño en brazos. Dirijo mi mirada a otro lado. A ratos observo el cielo, dejo que mis ojos se llenen con el azul intenso que domina el firmamento; a lo lejos el ocaso coloreaba de rojo, naranja y amarillo la franja del horizonte y las pocas nubes visibles.
Volteo para contemplar a la mujer con su hijo en brazos. Tal vez por un momento quise bloquear aquel recuerdo y olvidar sus palabras: "Debes estudiar y ser un hombre muy poderoso, no como el ilusionista de tu padre, que sueña con salvar el mundo".
Lamento madre, no haber cumplido tu deseo, pues en mis genes también subyace parte del ADN de aquel iluso y soñador hombre del que alguna vez te enamoraste. Tu imagen se vuelve etérea ante mis ojos. Por alguna razón siempre vuelvo a este lugar para sentirme como cuando niño, en tu regazo, protegido de la oscuridad que mora en mis adentros.
Retomo la lectura. Frecuentemente me ocurren ese tipo de situaciones en las que la ficción y la realidad se alternan y me dejan, como un mismo pendejo en pleno abismo.
Vuelvo a mirar al cielo, ya los luceros se dejaban ver en el firmamento, "me vendría bien un trago" pienso. Guardo el libro en el bolso, me levanto y echo a andar dejando atrás ese pasado. Cruzo la calle, cerca está la "Taberna de Baco" paradójicamente, su dueño se llama Jesús y asegura que convierte en vino, el agua.
En la entrada, me sale al paso un viejo de austera y sombría figura, apoyado en un robusto bastón, Moisés, pensé y sonreí con sarcasmo. El hombre me observo como si me hubiese leído el pensamiento, me mira de arriba hasta abajo, estaba completamente vestido de negro.
El lugar estaba lleno de mesas, algunas ocupadas; otras desocupadas. La luz es tenue salvo en la barra, desde donde emana con gran fuerza. Veo varios jóvenes haciendo malabares con los vasos, cocteleras y aditamentos, mientras preparaban tragos para los los clientes.
Realmente no me gustan las multitudes, prefiero lugares poco frecuentados, mas esos lugares no existe si se trata de beber licor. Me senté en la mesa más alejada de la puerta, el clima estaba frio, yo vestía de manera casual con un pantalón y un sweter, no tenía una chaqueta a la mano, pero no le di importancia, al sentarme en la mesa rápidamente se acercó una joven:
–Buenas noches ¿Qué te sirvo?- preguntó rárápidamente:
–Un brandy y una cerveza por favor- respondí sin pensarlo mucho
-Enseguida- dijo la joven y emprendió la retirada, no tardó mucho en regresar dejando sobre la mesa mi pedido.
Cerca a pocos metros, en una mesa, también estaba sentada una mujer, de algunos cuarenta años. Se veía algo triste, pensé "tal vez esperaba a quien nunca llegó". En uno de esos momentos cruzó su mirada con la mía, levantó su copa de vino e hizo un gesto como brindando. Aunque suelo ser poco amigable, no suelo ser mal educado, por lo que respondí a su saludo levantando mi copa.
Ya iba a levantarme, cuando ella, la mujer de la mesa contigua, se levantó y me preguntó si podía acompañarme. Hubiese querido decirle que no, pero en su mirada había un gesto ya antes reconocido en mi rostro ante el espejo. Me levanté, hale la silla para que se sentará a mi lado.
–¡Gracias, es usted un caballero!
Sonreí con gentileza. Ella, tomó el resto de vino que quedaba en su copa de un sólo trago. Ella la mujer, solitaria, ahora mi acompañante movía su mano en el aire, buscando la atención de alguno de los meseros. Me preguntó:
–¿Vas a querer lo mismo?