Agua de Nieve
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ántara.-el espejo turbio.-los misterios de
eve, sin advertir que un pasajero le tendía, solícito, la mano. Dió la muchacha algunos pasos por la costa, con visible emoción, y, de pronto, hincándose de rodillas, hundió en la hierba fragante el demudado rostro. Acarició la mullida tierra con un largo
liciosos grupos los demás viajeros: gente humilde, repatriados pobres, de traza miserable algunos, espumas y relieves de la emigración espa?ola, que arrojaba en la costa de Galicia aquel gran trasatlántico Iguria, ne
de espeso correaje, el portamantas abrazado á los abrigos, las cajas y estuches, formaron alrededor de la se?orita un copioso cerco. En el bote, donde los marineros aligeraban á saltos la carga de pintorescos atalajes, se mecían, bien arropados
e ya estamos
ra con lentitud, y
ya l
e grave repugnancia. Vió que dos mozos del Lazareto se le acercaban, serviciales, y confió
no hay pasajeros más que en el p
oberbios, detuviéronse en un recodo del camino, ante
e ?pasar por el médi
ada con el aviso, Sanidad, aparecióse
rimera! A ver...
habló á Regina, se ac
icos-dijo-; p
onfrontaba las listas de los pasajeros, y apuntando los nombres en su libro, leía en alta voz: ?Do?a Regina de Alcántara, soltera, veinticinco a?os, pasajera de primera clase para Vigo... Do?a Eugenia B
e no hay enfer
ue vino del Brasil, y ustedes traen patente sucia, por haber tocado en Río de Janeiro; pero sól
scribía:-Daniel de Alcántara, soltero, diez y nuev
dictado. Sorprendió el médico la actitud de la joven,
familia
y ligera salióse del pabellón, seguida por l
na, que hacía temblar las imágenes, desfigurándolas con matices verdosos y alterada
rame-exclamó.-?Te
r, ?qué o
uí me ve
boles, ó la calidad del es
a... Es tan fácil enfermar..
r su trajín, respondía
o era un nene cativo, siempre en cuita; no tenía resistencia par
e, se miró las manos y las u?as y giró hacia el espejo la cabeza, per
tericia, y, además, sentirías náuseas
do, fino y débil, en melena corta, como la de una ni?a. Aquel cabello sérico y laso, de traza infantil, contrastaba, de maner
y ardientes las arboledas, ya sombrías en la caída de la tarde. Brotaba de la tierra una humedad fragante y deliciosa, el denso olor de la campi
ugenia desde el fo
reglar, ya lo tie
respondió, desani
e las horquillas, así, al aire. Corre aquí un viento que es to
zos errantes y curiosos, se asomaban al mundo, al través de la niebla de la miopía, misterios, ansias y fiebres de un corazón nada tranquilo de mujer. Ojos eran que mostraban, á veces, una tristeza sorda, un hastío, un desaliento conmovedores, y, á ratos, una perfidia, una ambición diabólicas. Bajo el arco ligerísimo de las cejas, en el rostro nimbado por los pálidos cabellos, los ojos eclipsaban las demás facciones de Regina, no muy correctas, pero, en conjunto, de expresión hermosa y profunda. Tenía la frente
ue con movimiento repentino se acercó á los cristales del balcón, tratando de mirarse en ellos. No estaban muy a
rio no encuentro ni un cri
, se?alando una huella escandalo
se comisionista de Alcoy, tu pretendiente en la travesía. Los com
la muchacha, acodándos
isa marinera. Mostraba el cielo todavía un fulgor del incendio que circundara al sol en el ocaso; la fronda sostenía en cada rama un s
las con el de Alcoy... Eugenia: podías asomarte por esos pasillos misteriosos, á ver si
ores, y, al cabo de un rato, volvió con una moza desca
a-dijo, ofreciénd
n se?ales de que empezaba á dive
uso colorada. Entonces dijo
y de cen
la mozuela muy ufana.-Hay so
n. ?Y de
cabello
nena antojadiza que h
as. Y quiero que me las traigas aquí... Mucha
da y graciosa, parecía r
aparte, por servir
las rebajaréis de la cuenta?-preguntaba Re
r por aquel antojo, alejóse en la sombra del corredor con pasos blandos y lentos, sin resonancia. Poco después volvió trayendo la si
y la azucaró. Luego, despacito, vertió encima la leche densa y espumosa, hasta colmar el plato, y después, muy satisfecha, inclinó la car
con los brazos en jarras y una mueca simplona en el semblante. No había solicitado permiso para amenizar con su presenci
su golosina, encaróse con l
n el hotel
ostumbre negligente y lac
ir
tás co
toy
alguna vez
ndecisión a?adió sonrojándose:-me
ego co
lle
á gu
E
se?orita muy amable, asegurándola que era deliciosa la vida del Lazareto, esplénd
sola en la estancia, á la temblona luz de una bujía,
as espesas sombras del pasillo, en vano Regina tratara de sorprender algún rumor de vida en el enorme edificio desierto y mudo. Tan callan
Regina se refugió en el balcón, avergonzada de tener miedo, pensando vagamente en su revólver, y conmovida, á pesar suyo, por la tristeza quejosa de aquel soplo extra?o, que apagó su luz y agitó
sa y triste, sacudida por la ráfaga misteriosa.-Es el alma de mi hermano.
Parecía investigar con avidez, buscando por el cielo y la tierra la escondida verdad d
r el cielo, así aquella intensa emoción de la dama huyó también fug
aniel sepultado en las olas. Era que le causaba siempre un helado estupor la imagen del enfermo, estremecido por la dura congoja de la asfixia, dilatadas las pupilas por el
en que alzó al muerto como á un ni?o, llamándole á la vida con vehemente súplica... Daniel fué insensible á sus caricias y á sus ruegos; él, tan apocado, tan espant
intió la viajera que en su alma hundía una vez más el desencanto su acero agudo. Y después del ráp
na brisa que pasa... Mi hermano se acabó para siempre; no me llama ni me sigue ni me necesita... Y
mes hombros, tornó resuelta á su habitación, prendió la vela y empezó á desnudarse con lentitud. Pensaba en la felicidad con
Curiosa y lista, se lanzó á la experiencia, en su primera parte por de pronto, y anduvo por la estancia, vagarosamente, en leves paseos silenciosos, inclinando la cabeza con placer para mirar sus pies largos y ágiles, de fina piel morena. Mas, á poco, se de
lencio en que yacía el hotel. Eugenia Barquín y el ca
as no
bue
pies de
mis pobres pies-rezo
ndo Eugenia, precavida y cuidadosa, empujaba lo
ete de una popular oración, ingenua y simple, que sin pedirle al alma licencia, repetía much
como acentos de la inmensa plegaria entonada por la naturale
able el rumor del buque. En la quietud de su lecho, en la silenciosa paz de la alborada, le pareció sentir la maternal caricia de su noble tierra espa?ola. Mejor que entre el palpitante resuello del barco llegaba ahora á sus oídos la voz dulce del mar, que mansamente embatía en la ribera su espum
del mundo; un rinconcito plácido, semejante á Torremar, la ciudad coste?a cuna de sus mayores. Allí se casaría con un mozo hidalgo y robusto, sano brote de la indomable raza monta?esa, diestra anta?o en el uso de linaj
al Cantábrico la solana profunda, y respaldándose en un cercado, mitad huerto, mitad jardín, donde lozaneaban las sabrosas frutas sobre las aldeanas clavellinas y las opulentas rosas de Jericó... Allí, entre la ciudad y el campo, entre el mar y la sierra, con amor y salud, y con dinero, era seguro alcanzar la dicha y esclavizarla, y poseerla plenamente, si de cierto en el mundo podía lograrse... Ninguna memoria triste ahuyentaría de l
fondo de tales razonamientos, nacidos con la suave luz de la aurora, temblaba doliente
inas, á viajar conmigo en el raudo Clavile?o de la fantasía, para que ?á vista de pájaro? contemples u