Agua de Nieve
a de la ?bella durmient
, aguardan, sin duda, que descanse la ni?a enlutada y que arregle su nido. Y ella, que ya logró repos
sus bancales de flores, y todo es dulzura y arom
de el fondo de su cuarto, contempla el mar y el cielo acerb
-anuncia con ufanía l
viste un aire de nobleza y de bondad que subyuga; tiene doradas las pupilas, en las que se derrama un corazón amoroso, á la sombra negra y doble de unas pesta?as admirables
y ella rompe el silencio investigador de aque
ame, ch
ados, sonríen para disimular su emoción. él quie
niel
n dedo tembloros
arada, morir en un barco en medio de los mares, y después... No, no; ?qué recuerdos tan horribles!... Soy otra, Carlos; soy una criatura rara que nació sin f
rave tristeza-que algunas desgracias están siempre activas sobre nues
su doncella, á los de Ramírez les había sucedi
es?... ?An
ando verte. Mi p
dre, qu
él, sin levantar los
curre; pero no he quer
?sospe
as extra?as; sobre todo, si las padecen personas á quienes aprecio tanto como
é te voy á contar? Esta
da y contenida, que la de Alcántara se a
nferma t
lo
Có
yó de Torremar
?... Huyó, dices
velar con agudo esfuerzo la cruel noticia, páli
al drama, tuvo compasión, tuvo misericordia, un instante, de
inete, inclinábase ella, dulce y solícita, para buscar la turbi
das tus penas con grande confianza, como si fuésemos hermanos... No
íntimo saludo ni del tierno coloquio, sino por la traza peregrina, por el aire singular con que el mancebo, heraldo de un
ni un ni?o como hay muchos.
ra en el corazón femenino dominando los
la voz, desata Carlos Ramírez en un segundo la da?osa
e, ella, la mariposa voraz sobre jardines raros,
ma ?nue
el alma virgen, llena de luceros: espíritu infant
do que Regina quiere compartir; y á las exploraciones i
rremarinas se proponen que ?ese asunto? no pase de moda
e dirías lo jus
s atractivos de extra?eza y de sombra, que Regina, exaltada delante del misterio, no acertaría á decir si sufre compasión ó se embriaga de gozo
radores. Ahora que la tiene delante, transformada en mujer bonita y lagotera, vestida de luto para mayor encanto, siente el mozo, mirándola, una dulce desgarradura en el pecho. Es que la flor de sus emociones se abre incau
sa resignada!... ?Oh, el dolor!...-El dolor ajeno como espectáculo artístico-, piensa la escéptica observadora-, es curioso y notable. Hay en la más equilibrada naturaleza una dosis de crueldad que se gloria delante del drama humano y le busca y hasta le persigue...-Yo soy cruel-a?ade con un remoto espanto-, soy fría como la nieve. Estos sacudimientos que me estremecen ahora son morbosas impaciencias de morder las amargas revelaciones que he buscado, que he
o de ternura, tan suave y oculto, que el mismo corazón por donde pasa no le siente. Mansa y sin voces la linfa del amor fluye y fluye, constante en las entra?a
a sabía so?ar. Aquel rastro de ilusión infantil encendióse en luz de juveniles ansiedades, pero fué luz remota y ausente, como de estrella, resplandor inquieto de una felicidad imposible. Y de pronto, la errante lucecilla que Carlos avizoró por ilusos caminos, arde en negras miradas,
e se la nombra, como si fuese una vergüenza definitiva y segura que al hijo le quisieran perdonar; y los rumores hostiles que se acallan delante de él, por lástima ó po
e también por sus frases y actitudes demuestra caridad y ternura á la desaparecida se?ora, mas los hábitos y las canas de este varón piadoso sellan en la boca de Carlos la ansiada confidencia. Finalmente, un se?or joven, muy amigo de la familia de Ramírez, es seguro que t
y buena?... Pero se siente amordazado por la inverosimilitud de muchas cosas que él solo sabe, que acaso nadie creerá cuando las diga; le detienen mil escrúpulos de íntimo pudor familiar; le amedrenta, sobre todo, la triste convicción de que sus palabras no hallarán en el pueblo ecos amigos ni piadosos rumores. No; su madre, la
loca ó desesperada por el mundo. La aflicción del hijo se convierte en un largo tormento. Trata de partir buscando las borradas huellas, el olvido ó la muerte; quiere pad
e aban
soledades de un rincón, siempre de luto?-Aguardaré-decide-hasta que ella se case. Y aguarda, romántico y triste, cua
ensamientos. Es ella la más pronta en regresar del imaginario viaje; pliega las alas de
sp
y vuelve para
brote desde lejanas horas, sincero y seguro del interés que me produce: muéstrame vida y corazón imagino que tus dolores son de los que se alivian compar
puso largamente los ojos en su
odo lo que yo sé de mi madre; re
ó profunda simpatía. Siempre la llamé por su nombre, Carlota, como si
éramos hermanos, cuando yo la acompa?aba
la imaginación ya
arlitos,
relación, y Regina escucha a
todo lo besan y lo contagian de ilusión, desparramadas en risas y cantares. Teníamos dinero y salud, teníamos inteligencia y corazones, ?y nos faltaba por entero la felicidad! El carácter irascible de mi padre, su trato hura?o y brusco, eran como una torva nube que se cerniese sobre nuestro destino, negándonos la luz pacífica de toda íntima ventura. Bajo aquel ce?o sombrío y dominador, vivía
to se q
iles medrosos que ponen un gesto amargo en la casa, el huerto
or Carlos á la contemplación del alt
noso conferenc
gudos y me contaminas. T
ibas á
s enteramente lo mismo
i?ar eternas horas en la negrura espesa de este dolor, he dado en la manía de escribirle; y en un cuaderno le he extendido con todos sus detal
encuent
impenetrable densi
ue me están impacientando. Volvamos al sofá y al asunto de nuestra confidencia, y
y sonriente, Ca
sí; este ?e
amarín se ti?e con resplandores de púrpura, como si
mar y su sangrienta agonía inflama en r
a, Regina atiende sin interrumpir,
s los hijos del naturalista ilustre. Manuscritos, dibujos y colecciones de que él se enorgullecía con vanagloria intolerable, fueron para nosotros una máquina infernal de suplicios. La servidumbre giraba ensordecida por voces y juramentos, en torno á los peces raros que el biólogo conserva, muertos ó vivos, en complicadas vasijas de cristal. Toda una instalación difícil de agua salada y de agua dulce; frágiles tubos, tendidos en forma de ca?ería al través de los vasos, desinfecciones, limpiezas, graduación varia de temperaturas en las diferentes salas del museo; cuanto se relaciona con los cuidados prolijos del laboratorio, corría mil azares en manos profanas, y era pretexto para que en aquel santuario de la ciencia estallasen borrascas terroríficas. Incapaz de sacrificarse á la ense?anza, y sin ideales de compa?erismo, servíase mi padre de asalariados torpes, con tal que le permitiesen abrir curso sin freno á su mal humor. No atreviéndose al manejo de un látigo, pretendía, siquiera, fulminar á su antojo las amenazas
e pungente compasión, y tanto supe aguzar mis dotes de psicólogo, que, de cuantas sospechas me atormentaban, hice seguridades en plazo breve. Entonces, con la triste carga de mis descubrimien
on esa expresión que, á veces, descubre en ambas un pliegue oculto del pensamiento, un signo de remoto desdén ó de pía benignidad... Cuando sonríen así, no se sabe si noblemente acusan ó perdonan... En aquel gesto dulce y conocido, tropecé de pronto con serias dificultades para iniciar mi discurso. Jamás de acuerdo
os, á despecho de mi arranque viril,
ienes á
es; y, al cabo, con alguna arrogan
a convencer á mi hermana, que parecía pe
ue defe
uvo absorta y muda, sin mirarme. Cuando con una caricia la hi
es ?lo que sabes?
nombre alguno,
re... ?Nada
qué
le a
odo?-inqui
eciso que pongamos r
Oh, cuánto!-gimió Ana
un sollozo
fuera
e ha defendido muchas veces de castig
con presteza, y endulzando su
cordura... Sólo podemos ?ayudarla? á llevar la cruz
con guapeza;-hay
dentro de un mes, á estudiar leyes. Yo-dijo con la voz t
tudes contra la idea cruel de separarnos de mamá cuando la
mana me ase
a. Con difíciles y largos artificios ha
abes? ?No te sorprend
y suplicante, presa de repentina zozobra, me h
Regina-al represar Car
se hace
?Qué bien cuentas, chiquillo! Hundes la palabra en el
poco vanagloriado el de Ramírez. Y á su vera,
na condiscípula, qu
Tú
cándidas en el regazo amigo, si la voz pe
ión. El pueblo no os conocía bien. Decíase entonces que tu padre, hombre de estirpe sabia, era un misántropo, enfermo de ciencia. Y que, celoso de la hermosura y juventud de su mujer, la esclavizaba por amor. De ella, todos sabíamos virtudes y primores singular
juelas-apuntó
tan pintorescas y atrevidas, que las guardé para
bas de n
osas mu
er,
te. ?El Robledo-imaginaba yo-es el castillo don
íe con resigna
. Un duende muy mono, que conoce el encanto de la dama, la protege con ímpetus de libertador; usa ?botas de siete leguas?, igual que Pulgarcillo, y en artes de br
a estancia en ba?o de apacible luz. Ingeniosa y fes
duende libertarían á
so-duda que sea posible en la
iones, sacude la versátil memoria de Regina.-?Creer
poniéndose de pie. Consulta
ejarme loca d
ue te acompa?o... ?Para
n ?esta tu casa? cientos de veces. Supongo que no
ro q
tuve, á menudo, tal cansancio y hastío de otras desenfrenadas diversiones por serranías y mieses, que permanecíamos sosegados mientras yo os relataba historias de mi fantástica invención, sólo por engreirme con la quietud halagadora del auditorio... ?Ya el ped
infantiles recuerdos que entre los dos evocan, enhebra una felicidad,
sis, se posaban en los míos con blandura maternal. Largo tiem
s bal
... Adiós
oria en fuga, le
ribetes de erudito y de galante, traducías
murmuro
el pensamiento y con los labios, calla
e enamora; n
sa Regina las varias emociones de su amigo, y trata de expl
ria-encarece-; no sales de
ntud del mozo queda estremecida en aquella amistosa intimidad, y doblando las f
virtud de la paciencia.
últimas palabras, que Regina,
. Tener paciencia-a?ade con tra
, quedamo
res irresistible; me gustas, y
izo con los dedos una
la estancia, radi
ós,
. Un beso á Ana María
en la cancela al
isita de don Ca
unde con el murmullo del mar, que en la playa