Agua de Nieve
de los andes.-el loco de amor.-regres
aron el alma tormentosa de Regina, antes bien l
repetía y nunca du
almacenadas, sin orden ni luz, en el desván de la memoria, recordó luego Regina otras frases
encanto precoz de la existencia, exagerado por los estímulos de ?la loca de la casa? aquel ir y venir sin término, por
e detiene; todo se desl
vidas so
á dar en
el mo
repúblicas hermanas. Alzó Regina las tinieblas de sus ojos hacia los brazos redentores, ba?ados en la luz alegre de una tarde de sol, y al punt
jar el mundo y ofrecerle un inmenso abrazo d
de esas horas cobardes y estrechas de la vida, en que la consideración de toda magnificencia nos causa un insoportable esfuerzo del espí
actitud de absoluto enervamiento, recordó vagamente una anhelante querella que se com
satinada violencia, el vértigo de la altura, y todo su ser, apasionado y voluble, sintió la atracción indefinible y repentina de los cauces hondos y de los surcos opresores. ?Cómo había subido, ciega y rauda, la carga de su hastío y su dolor hasta la cumbre del mundo? Ya no se acor
ca y del celaje infinito. Era una impotente, una casi invisible representación de la humanidad peregrina, que se arrastraba torpe y lamentable, con movimiento
la impulsiva tendencia que la estaba arrebatando hacia los hondones y los abismos, y
cumbre andina con la sola idea de espe?arse desde la ufana altura, así trató de acometer la bajada, en un bárbaro intento de rodar y desaparecer, de hundirse, de acabarse. Se negaban los guías indios á correr á la par de ella, teniéndola por demente ó por suicida, y la muchacha, hura?a y tenaz, tomaba la delantera por la arisca r
Daniel de Alcántara tiene u
me que
ad en su acento, que las dos
egina poco acostumbra
ás y no quiero mor
que hace muchos días no tienen sus ojos para aquella lánguida existencia, cuyo límite aparece siempre cercano por irónica mueca de la juventud. Y ve Regina, con remo
que ayer mismo se dejaba arrastrar por la sugestión de la
r á Daniel durante los últimos meses de infortunio. Están en Santiago de Chile, y allí se quedan en largas semanas
te á la cabecera del enfermo, escudándole con sus brazos codiciosos. La muerte avanza con glacial sonrisa
y pronuncian su última palabra: el mal que mina aquel pecho ju
a receta muy compasiva para sí mismo y acierta á librarse de un triste e
vesía por mar, y despu
e...-indaga feb
murmura el doctor ent
reparativos de viaje en pocos días y
á parar, en As
emar, en nuestro puebl
a profundamente, alentada por la ilusión de lograr en la patria remota el apacible bienestar de sus
os como una frágil preciosidad. Regina, mimándole, olvidada de todo lo que no sea aquella ansiada salud, repite
su espíritu se despiertan de pronto los instintos de amor y lástima hacia el pobre atormentado, que se extingue al lado suyo con inmensa humildad; y toda su alma femenina se exalta en aquella du
dad!...-Oye Regina el desgarrador pla?ido; inquiere la razón de aquellos lamentos, y le dicen:-No hay razón; es un loco que pide un beso á una mujer. ?A qué mujer?-pregunta.-A cualquiera, si es joven y hermosa-le responden-; está enamorado de un ensue?o, y padece un horrible delirio de belleza y amor.-Impulsada entonces la viajera por una bienhechora actividad exenta de prejuicios y reflexiones, baja de un salto á la vía, sube al estribo, sobre el cual asoma su desmedrado busto el jovenz
espectadores hubieran aplaudido con apasionada admiración el rasgo noble de la moza enlutada y bella. Pero en aquel llano camino de América, abierto para el tráfico cosmopolita
duda se inicia un vago murmullo de comentarios á lo largo de los vagones caminantes, mientras Regina repite al oído de su pobre enfermo: ?hijo mío!
piensa y siente en íntima consternación. Mas luego protesta con enojo, casi con brutalidad, murmurando:-Ni una cosa ni otra; el poeta, el amigo, el protector á quien lloro con el sentimiento egoísta de mi soledad, fué mi padre, más por el acaso que por el amor; yo fuí su camarada y su compa?era mucho más que su hija, y ahora debo decirle, únicamente, con el espíritu sereno y el corazón mudo: ?Adiós, Jaime; búscame en otras vidas si volvemos á nacer; quisiera ser siempre amiga tuya?; y mientras él duerme en este mundo joven, yo voy á ver si en el viejo mundo hallo un poco de felicidad... En cuanto á Ibarrola-conviene l
el fondo de sus cofres, y con joviales adornos de primavera se despide de la costa americana, alardeando ante sí
aguas del Pacífico, sólo sabe de cierto la viajera que Daniel está a
ejano y sutil de la tierra abandona. Ondulan lue?es y rojas las colinas chilenas, y tórnase tan vago el horizonte á la luz del crepú
misma interrogación el día del desembarco. Y molesta porque han sorp
za á un mismo sitio, durante largo rato,
empezó á verla en el cabrilleo de la luna sobre las aguas, en los rizos del oleaje, en los cendales del cielo, en los astros, en las sombras, en los perfiles de la tierra aparecidos en lontananza, y hasta en su propio cuerpo vigoroso y juvenil. Quería familiarizarse con ella; empezaba
-?Espa?a?-Y la contestan:-Sí, Galicia, la costa de la muerte...-?Ah! ?Qué admirable!-dice, clavando en ella sus geme
la hicieron explotadora de realidades y de ilusiones al través de dos mundos. Y así salta en hispana tierra, conmovida p