Agua de Nieve
ien y del mal-eugenia barquín.-la vue
semblante infantil, quedó pronto confuso en el voluble corazón de la ni?a y llegó á ser, más tarde, par
y audacias varoniles, dióse á vivir sin ley ni freno, por campos y playas, criándose á su sabor en el regazo amigo de la madre naturaleza. Merced á este régimen de libertad é indisciplina, se acentuaron los rasgos de aquel carácter indómito, adquiriendo á la par la altiva huérfana un desarrollo físico admirable. Intrusa en el mar, c
ratos quedarse como suspensa y triste, contemplando el mar y el cielo y la profunda soledad de las campi?as, escuchando en el silencio de los crepúsculos la sorda respiración de las aguas, las pulsaciones inefables del corazón de la
timiento femenino, la voz íntima y dulce del sexo, á punto ya de florecer. Apartóse Regina por instinto de sus joviales camaradas, cultivó con
las fuerzas todas del espíritu: el agudo entendimiento, la fértil imaginación, la mal educada voluntad, el deseo imperioso de vivir y de saber. Encendiósele en el alma una sed abrasadora de emociones y novedades, una curiosidad violenta de cuanto
iones, sobre todos los misterios de lo humano y lo divino, asaltaron como ladrones rapazuelos las viejas ramas del árbol de la ciencia. Gustaron primero los sabrosos frutos de la poesía, lindos como racimos de cerezas; luego las novelas de amor, agri
cionarios y pergaminos; hurgó, avara, en viejos códices y en bibliotecas novísimas, royendo como un ratoncillo goloso, cuanto ofrecía pasto accesible á su creciente curiosidad. Pasó ?las noches en claro y los días
en fugaces horas de fatiga ó de antojo. En dos a?os de frenéticas lecturas agitó aquella ni?a su entendimiento y su corazón, sin otro fruto que una tristeza estéril. Los libros destilaban melancolía. ?Es la vida, acaso, tal como la describen los poetas y filósofos?... Entonces n
rmedad sutil y aristocrática. Pero en medio de sus hondas melancolías, mezcla de tristeza, de pedantería y de or
ay secretos..
gran fondo de bondad en el corazón. Tal vez la esposa que le destinaron no le convenía. Era una mujercita infantil, débil de cuerpo, inocente y cari?osa, que todo se lo toleró á su marido con la sonrisa en los labios, como si con sus tolerancias solicitase el perdón de alguna culpa grave. Torpemente le buscaron á Jaime de Alcántara esta
cen y le huyen; son criaturas ariscas que parecen haber dejado en los labios maternales toda la dulzura de la infancia; la casa es con exceso modesta; Torremar un pueblo chismoso y agresivo, donde oye Jaime reticencias s
eso? Dos a?os tenía Daniel, desazonado fruto concebido por una madre ya consunta, cuando Alcántara llegó á Torremar apercib
rgico y esquivo de la ni?a viese una acusación severa. El nene, asustadizo y llorón, huía llamando á mamá por los rincones, y á las voces lamentables de la cria
os hombres con una indiferente frialdad de mujer casta, que ninguna tentadora conveniencia lograra vencer. Su vida tenia algo de máquina fuerte y diestra, cuyo poderoso motor fuese la lealtad. Era esta doncella hija de una falta, que perdonaron los suegros de Jaime. Tan buenos fueron aquellos se?ores que consolaron, compasivos, á una pobre mujer enga?ada en la propia casa de ellos y apadrinaron á la criatura nacida al abrigo de tan noble misericordia. De
rviéndola con solicitud algo protectora, vino á ser la segunda madre de Regina y de Daniel. La dama doliente le contagió á la robusta doncella su blanda sonrisa y su apacible con
iciones, Eugenia iba diciendo á todo que sí, con el alma y con los labios.-Cuidaría á los nenes igual que si fueran sus hijos; viviría para ellos; el se?orito se podía marcha
para besarlos ligeramente, con ruborosa caricia, temiendo hallar de nuevo en los ojos profundos de la nena aquel acerado fulgor que se le clavaba en l
ecía Daniel; y, durante seis a?os, dos recuerdos contrarios y punzantes le alejaron de Torremar. Era el uno la heredada sonrisa de Eugenia, diciéndole con apresuramiento humilde:-Sí...
efinible, la proceridad inculta de la n
vacilar, fué Jaime á ver á sus hijos. Aquella buena corazonada t
oble de su alma. Los grandes ojos fulgurantes de su hija se le abrieron con una clara luz de alegría prometedora, y roto el
s-dijo, mirándole devo
e en ausencia, siempre en fuga. Su corazoncito de catorce a?os se le había subido á la boca, para murmurar, en son de paces:-?Eres un p
aplomo y gravedad, con tan escogido y docto lenguaje, que el frívolo Alcántara, poco ducho en achaques de erudición, tratóla en
melancolía y de orgullo de su mirada; el contraste de viveza y languidez entre sus dichos y sus maneras; el conjunto armonioso de la figura, delicada y y fuerte, risue?a y altiva, dulce y varonil al propio tiempo. Hasta el desequilibrio de la imaginación en perp
noso vagabundo los peligros y tristezas que amenazaban á la joven, educada por sí misma en lecturas capri
nene en las rodillas del papá y alzaba el peque?uelo sus atristados ojos, cobardes para vivir, sentíase Jaime poseído de vehementísimas ternuras. Con la
omo una pluma por los vientos de las pasiones. Quería, al fin, á todo trance, pagar á sus hijos las caricias y los desv
ca devoción. Era en el fondo piadosa y dulce; pero el sentimiento, como una fuente prisionera en el duro cristal de la nieve, corría perezoso bajo la costra pegadiza de ideas falsas y abigarrados sue?os con que llenó su cabecita rubia. A la par escéptica y ansiosa, mezclaba las burlas y la
nial que produjera asombro y maravilla. Largo tiempo estuvo con la pluma en la mano sobre las sat
us ideas precoces. ?Oh; el arte exige paciencia y esfuerzo doloroso; aprendizaje largo y difícil! ?Jamás podría la so?adora someterse á tan duro ensayo! Escribir libros y ta?er el piano y el
las de nieve, concluyó riendo como una lo
ar del trabajo ajeno y echar á volar la fa
s propósitos paternales, preguntó á Regin
los cuentos de color de rosa, que interrogan á las princes
muchas veces se la había dado, en sue?os, a
aburre... Quiero ver cosas nuevas, atrav
el ímpetu brioso de una juventud enérgica y temeraria una ardiente sed de comprobar en el libro
repente, con un grito que hizo
zos á la ni?a, repitiendo alegre como un colegial en vacac
ant, ma
á la d
-bas vivre
á lo
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qui te r
* *
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net du bout
se puso en pie aquella singular caravana. Fuéronse con grande sorpresa de los vecin
la mujer de Jaime; quedó el hogar abandonado, la huerta en barbecho, y abierta