Agua de Nieve
--la mujer cabeza.-la media lu
tiples formas, superficiales y rápidas, no hacía sino excitar su apetito de emociones; todo quería verlo y sentirlo en su ruta, sin tener pac
á devorar las impresiones con estímulo impaciente de otras distintas, como si le faltase tiempo para saborearlas, como si alzase Dios sobre tan desb
ones imprevistas. Con frecuencia el ni?o necesitaba reposo,
la medicina auscultaron el pechito endeble de Daniel. Aquellos sabios
trechez de la cavidad torác
?ados ó menos piadosos
á la tube
ndo sobre los alegres nómadas co
iban por el mundo, derrochadores, sin pena ni gloria, y era Daniel á su lado la tr
scendencias protectoras y entra?as maternales. Pero desde que vió esquiciarse el se?uelo de l
res, avizorando, en traza de reto, el sutil avance de la Intrusa. Con el frescor saludable de sus bellas manos, acariciaba Regina las manitas madorosas del ni?o, y erguía el lozano busto como tr
os, Regina se altivecía entonces, suponiendo qu
estaba desfallecido en profundo sopor, después del acceso febril, sentíase á punto de lanzar un grito, helado como la frente del enfermo... Allí estaba la Astuta, la Invencible... Se removía en la estancia e
ncia amada el halo de mortal sufrimiento con que se inclinaba hacia la tierra. Imaginando que el ni?o se dejaba vencer por cobardía; que se de
lorida boca; le sacudía fervorosamente con sus brazos recios y hermosos, como si se creyera
tate y
su hermana, mientras Jaime se conmovía en aquellas escenas rá
e Daniel, le quedaban á Regina un amargor y un tedio, contra
modo para la doncella y el ni?o, disponíase á tramontar volcanes, resucitar mitos, registrar monumentos y ruinas y perseguir sombras y musas. La
exploradora, por costoso y difícil que pareciera. Cantó frente á Estambul la Canción del pirata en homenaje á Espronceda, su compatriota, y navegó sobre el Mármara y el Bósforo, deteniéndose á saludar la Torre de la Doncella, donde la infiel sacerdotisa de Venus adoraba en románticas citas á su heroico Leandro, náufrago de amor en las furias del Helesponto... Quiso buscar las huellas de Shakespeare en su tierra natal, cabe el Avon,
iel; pero una fecha vino á decirles que había llegado el tiempo de llevarl
, con punzadas en las sienes; una profunda fatiga del espíritu, que hacía pesadas y enormes todas sus ideas, y mezclaba sus memorias en extravaga
dre, contestó, querien
seas en la
ía sobre los hombros hasta dar en el techo de su cuarto. Se acostó entelerida. Dentro del miembro disforme que h
a, sangriento como una herida, impreso en el rostro de Juana de Arco, la cual se pas
oca de un sepulcro. Lanza Regina un grito, y las tinieblas se deshacen; aparece el mar y en el mar unas islas blancas y sonrosadas, como mármoles al sol... Luego un paisaje bellísimo, todo sembrado de ruinas; al fondo se dibuja una gigante acrópolis de airosas columnas y labrado friso... Un tropel de garzas reales huye á esconderse en las orillas de un lago azul... Son los dios
presa en tupida mara?a de siemprevivas. Todas estas flores de cementerio muestran unas
entra la infeliz muchas imágenes, algunas ideas enrevesadas, unos pensamientos que se encogen y se estiran, como larvas temblorosas... ?oraciones, ninguna! Las caras de muchos Danielitos chiquitines la acosan en todos aquellos brotes de sepultura que
abeza se arrodilla, y con esfuerzo desgarrador, entre unos la
uesto... con Di
regunta alarmado Jaime,
ma abre
lmohada su cabeza de tama?o natural, y al advertir que su cuerpo, bien
oloca una mano sobre el corazón acuciando sus latidos con un resto de inq
mpre á conceder cuanto le p
, que estás en
erenidad, con la desusada oración entre los labios, que sonre
santidad de una deprecación confortadora y de la fant
sin despertarla, y aseguró á Jaime que había remitido la fiebre nerviosa que a
horas, donde Meyerbeer compuso sus más bellas partituras; pero le habían probado tan bien á Danielito las aguas y los aires del balne
queza de Daniel y el semblante estupefacto con que Eugenia recibió tal noticia, la se?orita y el papá resolvieron dejarlos á los dos en un célebre sana
ud y de neurosis se habían balanceado sobre un inmenso campo rojo, lleno de esbeltos alminares, bajo el arco gracioso de la media luna... Ansiaba conocer las orillas del Nilo y los res, y al tornar dos meses después el poeta y su musa al sanatorio s
la voluble pubertad. Infante caedizo se aparecía el muchacho, aun en aquel efímero gentilear de sus catorce abriles
do una ficticia llamarada de vigor se le encendía en las mejillas y en los ojos y calentaba sus miembros, libertándolos de su habitual laxitud macilenta, Daniel, con su cabello dorado y rizo, sus pupilas pesarosas y su
e los verdes a?os enga?arle solían. Los peregrinos de Africa se dejaron encantar por la ficción acariciado
s palabras sembradas largo tiempo en su imaginación, y que lo m
os á A
vacilar ni discutir, con s
mon
iento de aquellas palabras en los sedientos
emblaban la curiosidad y el
saje para Cuba, primera tierra americana que
izonte con una vela blanca y fuyente, con una bandera que saluda y se borra... Las castas bodas inmensas del celaje con las aguas; un pez que
nadas por ella en sus breves navegaciones; y toda la codicia de sus ojos negro