Los Merodeadores de Fronteras
doptó para no ser molestado por los indios a quienes tan brutalmente había desposeído, y que, según el carácter vengativo que ya les conocía, probablemente no se
ldea), y merced sobre todo a la superioridad de las armas de fuego de los americanos, los indios se habían visto fatalmente obligados a emprender la
a y principió a fundar la nueva colonia. Comprendía la necesidad
lado, y por el otro con el mismo río. Detrás de este foso, y en lo alto del talud formado por las tierras extraídas y allí amontonadas, plantaron una hilera de estacas de cuatro metros de altura unidas unas a otras por medio de fuertes garfios de hierro, cuidando de dejar intervalos casi invisibles por los cuale
nte quedó rodeada de agua y defendida en todos sus puntos por una empalizada, excepto en la parte que daba al Misuri
palizada fue donde el capitán se dispuso a cons
madera, es decir, construidos con troncos de árboles a los cuales se les dejaba la corteza; la
después de la llegada del capitán a aquel sitio, todos los edifi
os a los individuos de la familia y de su servidumbre, es decir, al capitán, a su mujer, a sus dos hijos, a las dos criadas de estos, muchachas jóvenes y vigorosas del Kentucky, de mejillas rosadas y abultadas, y cuyos nombres eran Betzy y Emmy; a la cocinera mistress Margaret, respetable matrona que e
e un pasadizo subterráneo, estaban la habitación de los cazadores, la de l
ras para los caballos y l
obertizos, grandes talleres y vastos almacenes
dio (y esto era lo que se había tenido presente para colocarlos así), la pérdida de un edificio no produjese irremisiblemente la de otro. De t
stumbrado a todos los ardides de la guerra de las fronteras, había adoptado las preca
; los desmontes, verificados en grande escala, habían llevado los linderos de la selva a cerca de dos kilómetros de la colonia; todo ofrecía la imagen de la prosperidad y del bienes
aleros; dentro, todos los talleres estaban en plena actividad, densas columnas de humo se alzaban de las fraguas, el ruido de los martillazos se mezclaba con el rechinar de las sierras; en las orillas del río, enormes pilas de tablas se alzaban a
, montado en un magnífico caballo negro y cuatralbo,
iempo en aquel rincón de tierra ignorado, llamado en un porvenir no lejano, según toda probabilidad, a adquirir una gran importancia comercial debida a su posición tan ventajosa
de mal humor al ver a aquel
rsonaje, que está llamado a representar un pape
en forma de pico de papagayo, y su boca grande, con labios delgados y comprimidos, le daban una expresión ladina y malvada que, no obstante la obsequiosidad cautelosa y z
costumbre de verle, en vez de disminuir y desterrar
hasta el sitio a donde se dirigían; pero desde aquella época se había quedado con ellos, y por decirlo así, se había
ante algunos días, y luego volvía de improviso, sin que fuese posible a
ba aquel sentimiento que experimentaba: aquella persona era mistress Watt. El amor maternal hace ser muy perspicaz: la joven adoraba a sus hijos, y cuando algunas veces el piel roja fijaba por casualidad una mirada in
obstinación de una persona cuyas ideas están positivamente fijadas y no han de variar, el capitán, impacientado y no teniendo razón alguna plausible para proteger contra su mujer, a quien amaba y respetaba, a un hombre hacia el cual no sentía la más leve estimación ni simpatía, le prometió por fin que la desembarazaría de él; y como en aquel momento hacía algunos
respecto de Cara de Mono, cuando la casualidad colocó a é
, el capitán pa
sitando el valle?
testó el
mucho: ahora las reses de los Grandes Cuchillos del Oeste pastan tranquil
voz triste y melancólica que dio en que pens
tó. Me parecería eso muy inoportuno, sobre todo en boca
se: él fue quien vendió a los rostros pálidos del Oeste el terreno en que descansan sus
ostado esta ma?ana sobre el lado izquierdo al despertar? dijo el capitán
ha estado exento de malos pronósticos, nada h
a V. por e
ijo a fin de que fume la pip
tes tengo que hacer
ar, los oídos de su
, jefe, que nos halla
menzando la
llegada nos ha dejado V. m
a los rostros pálidos, el guerrero Pawnee es due?o de ir
era alguna; pero lo que me importa mucho es la seguridad de
ar Cara de Mono a esa seg
úcheme atentamente, pues lo que
ja con ironía; el Gran Espíritu no le ha dado el talento claro y
este momento, jefe. Estoy seguro de que me compren
procurará
penas un movimiento de impa
los pieles rojas, alejados de toda protección que no sea la de nuestras propias fuerzas; de nadie podemos aguardar auxilio, y estamos rodeados de enemigos vigilantes que acechan el momento propicio par
en; su cabeza está cenicien
cta me parezca sospechosa, debo pedirles explicaciones que no tienen derecho para negarme. Ahora bien, jefe, me veo obligado a confesar a V. con sumo sentimiento que l
ue le examinaba atentamente, no pudo sorprender en sus facciones la más leve huella de emoción. El
andes aldeas de piedra de los Grandes Cuchillos del Oeste hasta
ondió el capitán con franqueza; ha d
a sospecha respecto de un hombre contra el cual confiesa él mismo que nunca ha podido fo
es, me limitaré a significarle a V. de una manera explícita que, si no quiere decirme claramente el motivo de sus reiteradas ausencias y darme una prueb
el roja; pero apagando instantáneamente la llam
on los rostros pálidos, y esperaba encontrar entre los Grandes Cuchillos del Oeste, y
puso el capitán impacientado;
nterlocutor bastante cerca para tocarle, le la
niego a
rte delante de mí en tiempo alguno; y si te atreves a desobe
arrepintió: estaba solo y sin armas con el hombre a quien acababa de infe
, es prudente, y me responder
clamó el indio rechinando los dientes con r
ante, el indio, saltando como una pantera, se lanzó sobre la grupa del caballo, levant
cobardes; los guerreros Pawnees los
r, el indio se inclinó sobre el cuello del caballo, aflojó las riendas, lanzó una carcajada estridente y
engarse; se levantó tan de prisa como pudo, y llamó a gritos para que acud
gaban a donde él estaba y les explicaba el suceso dándoles sus órdenes para que persiguiesen de una manera encarni
puesto el sargento Bothrel, se precipitaron en pe
exionando acerca de la escena que acababa de mediar entre el piel roja y él, y con el corazón oprimido por un presentimiento sombrío. Un instinto secreto le decía qu
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