Los Merodeadores de Fronteras
lto Misuri, ese río majestuoso de aguas claras y limpias, en cuyas orillas se alzan hoy tantas ciudades y pueblos prósperos y florecientes, cuya corriente surcan en todas direcciones los magníficos vapores americanos, per
iderables del Misuri, se extiende un ancho valle cerrado en un lado por monta?as
n gran número en un mismo sitio, por temor de tener que sufrir el hambre; pero la posición de la aldea estaba tan bien escogida que esta vez los indios prescindieron de su costumbre. En efecto, por un lado el bosque les suministraba más caza de la que podían consumir; por otro el río abundaba en peces de todas clases y de un sabor delicioso; y las praderas que les rodeaban estaban cubiertas todo el a?o de una yerba crecida y sustanciosa que ofrecía excelente pasto para los caballos. Hacía varios siglos quizás que lo
o y el incendio se habían extendido cual un sudario siniestro por todo el vall
do, y su presencia en aquel rincón de tierra, nuevo para ellos, y su toma de po
r que aquel relato era exacto y fiel en todas sus partes, y que el jefe, al hacerle, lejos de recargarle con
los pieles rojas, y describiremos en pocas palabras la manera en que los nuevos colonos se habí
ueron due?os absolutos del terreno,
ones de terrenos en las fronteras de la República más amenazadas por los indios. Esta costumbre ofrecía la doble ventaja de extender paulatinamente los límites del territorio americano; rechazando
de este celebre fundador de la República americana, a todas las batallas dadas a los ingleses: herido de gravedad en el sitio de Boston, con gran sentimiento suyo se vio
arenta y cinco a?os, aunque representaba diez más por lo menos, por las innu
enía impresa esa expresión de enérgica voluntad mezclada con indiferencia, rasgo peculiar de la fisonomía de los hombres cuya existencia no ha sido sino una serie continua de peligros vencidos. Su cabel
on una preciosa joven a quien adoraba, e
adores, y tenía un carácter dulce y modesto. A pesar de ser mucho más joven que su marido,
as íntimas de la familia, se verificó en él una revolución completa; le inspiró súbita
amente después de su ejecución. Por eso, tan luego como se le ocurrió la idea de retirarse del s
ara vestirse el traje de paisano. La vida monótona de las ciudades de la Unión nada agradable podía ofrecer para un antiguo s
jó en un término medio que, a su modo de ver, debía salvar lo que la
ndia, desmontar aquel terreno con sus enganchados y sus criados, y vivir al
sirviendo activamente a su país, puesto que plantaba los primeros jalones de una prosperidad futura, y hacía surgir
s continuas de los pieles rojas, y en oponerse a sus incursiones. Así pues, tenía un conocimiento superficial, si se quiere, pero
sobre todo, cuyo recuerdo quedaba pertinazmente grabado en su memoria: era él de un valle delicioso que vislumbró un día como en un sue?o, después de una cacería verificada en compa?ía d
más mínimos pormenores. Esta obstinación de su memoria para representarle de continuo aquel rincón de tierra, concluyó por fascinar en tal manera la mente del ca
, los servicios de su padre y los suyos hablaban muy alto en su favor, y por lo
mejor le conviniese; pero el capitán hacía mucho tiempo que había escogido el que quería. Rechazó los planos que le presentaban, sacó de su bolsillo
amigo del capitán, y no pudo contener
o, lo que quería cometer el capitán; le sería imposible mantenerse en medio de las tribus belicosas, que le envolverían por todas partes. No t
de idea, el capitán solo respondía con un movimiento de cabeza acompa?ado de
yó por decirle de una manera terminante que era imposible darle tal concesión, porque aquel territo
o, convencido de que el capitán nada podría oponerle y s
ado: no conocía tan bien como se l
mpa?ado su peroración, sacó fríamente de otro bolsillo un segundo pedazo d
terrogadora; el capitán le hizo una se?a con la
nta el modo de proceder del veterano, sospechaba qu
un instante, le tiró encima de la me
de la tribu de los Pawnees-Serpientes, en su nombre y en el de los demás jefes de la nación, mediante cincuenta fusiles, catorce docenas de cuchillos de des
su jeroglífico al pie del acta de
falso, pues en este asunto el capitán había
obar al capitán, y después con el fin de vengarse de sus compatriotas, porque sabía muy bien que si Watt obtenía la autorización del gobierno, no vacilaría para apoderarse del valle,
hubo de confesarse vencido y dar, de buen o mal grado, la
bida forma, firmados y autorizados con el gran sello, el capitán
bién en un desmonte poco lejano de la frontera, estaba casi familiarizada con los indios, y la costumbre de verlos le habí
mujer, puso manos a la obra con la a
se pueden encontrar, en el espacio de veinticuatro horas, los hombres y las cosas
bía adoptado; y por lo tanto, quería precaverse en lo posible contra todas las eventualidades, y procurar la segur
ento viejo, llamado Walter Bothrel, que había servido bajo sus órdenes durante cerca de quince a?os, y que a la primera noticia que tuvo de la declaración de retiro de su jefe, fue a busca
onocía a fondo a su sargento, especie de perro por lo fiel, hombre
l destacamento de cazadores que se proponía llevar consigo para def
todas las cosas, y muy luego encontró en la misma compa?ía del capitán treinta hombres re
so por cinco a?os, con arreglo al cual, trascurrido este espacio de tiempo, y mediante un ligero censo, serían due?os del terreno que el
nte, se pusieron en marcha para dirigirse al territorio de la concesión. Era a mediados de mayo, y llevaban consigo una larga hil
e había encargado, y que durante un largo viaje de cerca de tres meses, atravesando desiertos infestados de fieras de todas clases y surcados en todas