El Capricho del CEO
Un Encuentr
UER
rad
mprano, el sol apenas asomaba en el horizonte. Desorientado, entrecerró los ojos al v
avi
onaba rota-. Tienes que venir. E
por un segundo. Una sensaci
ndió rápidamente, lev
a columna, cruzándose de brazos mientras observaba a la gente a su alrededor. Cada vez que alguien entraba, su corazón daba un vuelco, esperando ver a Kael aparecer. Pero él nunca llegó. Pasó más tiempo del que hubiera querido admitir. Los minutos se convirtieron en horas, y la espera se transformó en decepción. Finalmente, aceptó lo inevitable: él no vendría. Mientras tanto, en otra ciudad, Kael permanecía junto a la cama de su madre, atrapado en un momento que definiría su vida para siempre. Kael condujo por la carretera, la música apagada y el teléfono en el asiento del copiloto. Su mente estaba a kilómetros de distancia, atrapada en el eco de las palabras de su padrastro: "No va a pasar de hoy" Cada kilómetro que recorría lo acercaba a una realidad que no estaba listo para enfrentar. Su madre, la muje
sí misma, mientras dab
ía confiado, aunque solo fuera un poco, y él la había dejado plantada sin explicación alguna. El odio por Kael creció como una tormenta, más fuerte, más profundo. Con un suspiro pesado, Mickaela se apartó de la multitud y se apoyó contra una columna. Sus ojos recorrieron el lugar una última vez, llenos de u
ella, con la voz
elante, tomando su man
aquí,
guro y arrogante que todos conocían. Frente a ella, era solo un hijo, as
quebró, y Kael apretó los labios, negá
es. Solo desca
bilmente con
lo que parece. Cuida de Xavie
o de la habitación. De vuelta en el campus, Mickaela salió al aire frío de la noche. Caminó sin rumbo, con los brazos cruzados y el vestido ondeando a su alrededor. El brillo de las luces de la celebración se desvanecía detrás de ella, pero la decepción seguía pesada en su pecho. Se de
í misma, apretando los
de pared, su mente nublada por la pérdida y el dolor. El rostro de Mickaela apareció brevemente en su mente, un destello de algo que ahora parecía tan
do en mí? ¿Ha
nque ninguno lo sabía, este encuentro inconclus