El Capricho del CEO
-La primera
rad
le quedaba demasiado ajustada. Todo era falso, brillante en la superficie, vacío por dentro. Y, por supuesto, él tenía que estar allí. Alto, con una chaqueta sobre una camisa blanca abierta en el cuello, Kael caminaba con esa facilidad arrogante de alguien que jamás había escuchado la palabra "no" como respuesta. La mult
de mujer -La voz profunda de Kael sonó d
lta con una sonrisa cuidadosamente ensayada. No l
-Su tono era n
isa de lado que rozaba lo descarado -Pensé que ya
s brazos, sin per
viejo -Su mirada se posó en la copa de champaña que é
disfrutando demasiado del momento. Dio un paso más cerca, invadiendo su espacio personal sin perm
go? -preguntó él, su tono era mitad curioso, mitad pro
rada sin pestañear -Eres arrogante, irresponsable y... -hiz
as fueran el mayor cumplido que
e moleste, ¿verdad? -susurró, inclinándose apen
ura, la hacía sentirse atrapada entre la irritación y una atracción inconfesable. Pero no iba
a sonrisa tan falsa como el arte conceptual de
orizando la expresión desafiante en su rostro. Luego, inclinó la cabeza con una s
as te daré un consejo, nunca digas nunca-Le guiñó un ojo y, con
la lo siguió con la mirada mientras él se acercaba a un grupo de mujeres que no habían dejado de observarlo desde que entró. Kael intercambió algunas palabras con una de ellas, una rubia de vestido ajustado que rió coquetamente ante algo que él dijo. Sin aviso alguno, él deslizó la mano por la espalda de la chica y la guió hacia una puerta lateral. El estómago de Mickaela se tensó, como si alguien hubie
tes, como si insultarlo pud
utela. Allí estaban. Kael tenía a la rubia contra la pared, su cuerpo cubriendo el de ella como si quisiera devorarla entera. La chica soltaba risitas suaves, las piernas enredadas alrededor de la cintura de él. Kael la sostenía con fuerza, una mano bajo su muslo y la otra en su espalda, empujándola sin delicadeza, como si no pudiera contenerse. Él inclinó la cabeza para besarle el cuello, dejando un rastro de mordiscos. La chica jadeaba, enredando las manos en su cabello, tirando de él con una mezcla de urgencia y placer. Mickaela sintió un calor subirle por el cuerpo. Intentó convencerse de que lo que veía la disgustaba, pero lo que la invadió fue algo más oscuro, algo más profundo. No podía apartar la vista. Cada empujón, cada gemido ahogado, cada movimiento calculado de Kael la mantenía atrapada, como si ese momento la consumiera desde dentro. Entonces, Kael levantó la mirada. Por un segundo eterno, sus ojos oscuros se encontraron con los de Mickaela. No había sorpresa en su expresión, solo esa arrogante tranquilidad, como si hubiera sabido que ella estaba allí desde el principio. Una sonri