Bajo mis ordenes
Alumbra el camino con la linterna de su celular, hasta llegar a la puerta que nos lleva al hotel. Toma mi mano para no perderme en el trayecto del pasillo oscuro y le sostengo el teléfono mientras él busca la llave correspondiente para pasar al otro lado.
—Este lugar suele tener luz incluso cuando se corta la electricidad —dice—. Es extraño que no funcione.
La oscuridad se queda atrás cuando logra abrir la puerta, y salimos en el cuarto de empleados, el cual se encuentra vacío y con un aroma a perfume de ropa impresionante. Los estantes están llenos de sábanas blancas, y almohadas muy esponjosas, y pienso que deben ser muy cómodas.
De todos modos, no logro ver mucho, ya que Alex sigue tirando de mí por más pasillos.
—¿No vamos a entrar por la entrada principal? —quiero saber. Se ríe.
—Soy el jefe, conozco todos los atajos. Salimos directamente a mi habitación.
—¿Por qué tienes una habitación de hotel?
—Bueno… ¿te digo la razón que te va a gustar o la que no?
—Ya me imagino… acá traes a todas tus mujeres —me respondo a mí misma, poniendo los ojos en blanco.
—¡Jaaa! —exclama—. Ya quisiera, pero no. En este lugar solo trabajo, trabajo y trabajo. —Bufa—. La buena razón, es que estar acá me hace sentir bien, puedo estar tranquilo, pensar, y hacer lo que yo quiera. La mala, es porque la habitación tiene goteras y nadie más la puede usar.
Lo miro con los ojos entrecerrados mientras continuamos por un pasillo débilmente iluminado.
—No me mires así, es cierto.
—¿Y vamos a pasar una noche de tormenta en un lugar con goteras? —interrogo.
—¿Prefieres eso, o morir en la ruta alcanzada por un rayo?
—¡Eres un exagerado! —afirmo—. Es imposible que nos alcance un rayo…