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Su Profecía, el Espíritu Destrozado de Ella

Capítulo 10 

Palabras:1019    |    Actualizado en: Hoy, a las 14:31

ke

i mensajes de texto, ni llamadas perdidas, ni súplicas desesperadas. Nada. Era imposible. Amelia siempre me contacta

la red, reinicié el dispositivo. Nada. La horrible verdad comenzó a amanecer,

taba tratando de hacer que la extrañara, de hacer que la persi

. La pondría en su lugar. Le recordaría su lugar, sus obligaciones, el destino que le esperaba si realmen

femenina robótica interrumpió el silencio. «E

. No está en servicio. Mis oídos rugieron, un ruido blanco ensordecedor llenando mi cabeza. Mi cuerpo se puso rígido

adie desafiaba a Bruno Garza. Nadie. Agarré el teléfono, ignorando la

z cruda y desquiciada-. ¡Encuentra a Am

, ella... ella no está en la ciudad. Rastreamos la últ

ora. -¡No seas ridículo, Marcos! ¿A dónde iría? ¡No

. Abordó un vuelo a... a un destino internacional desconocido. Hemos intentado rastre

a y sin pretensiones Amelia? Esto era imposible. -¿Por qué no se me informó? -gruñí

arlo a usted ni a la señorita Cantú. Estaba profundamente inmerso en su retiro espiritual, y su asistente personal había transmitido órdenes e

Ximena me había impedido saberlo. Ximena había orquestado esto. Había fomentado mi

scura impulsándome hacia adelante. Aceleré por las calles de la ciudad, ignorando las leyes de tránsito, mi mente un torbelli

uridad luchando por seguirme. -¿Dónde está? -rugí, agarrando al gua

ueron... que se le impidiera llevarse nada. Pero regresó mientras usted

? -gruñí, mi a

ijo que estaba terminando legalmente el matrimonio y que tenía derecho a recoger su propieda

fianza, lo había llamado. Un giro cruel e irónico del destino.

ones. La suite principal, ahora completamente redecorada con el gusto llamativo de Ximena, todavía se sentía vacía. Entré en el antiguo estudio de Amelia, la hab

forme del administrador de la finca sobre la destrucción del jardí

llevado nada mío. Había destruido lo suyo. Las rosas de mi madre. Sus pro

pretó, un peso sofocante presionándome. Se había ido. Realmente se había ido. Y yo la había

-¡Señor! Acabo de recordar algo. Cuando Amelia salió del hospital, le dio un mensaje a una de las enfermeras j

rillo frío y duro entró en mis ojos.

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