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Su Profecía, el Espíritu Destrozado de Ella

Capítulo 5 

Palabras:1101    |    Actualizado en: Hoy, a las 14:31

lia

e un pánico genuino que me dolió más que cualquier golpe. La levantó en brazos, su mirada sin volver a mí ni una sola vez, dejándome sola con la nauseabund

por la puerta-. ¡Aseguren esta habitación

vada de Bruno, leales solo a él. Mi teléfono, todavía apretado en mi mano, fue arrancado, arrojado contra la pared, haciéndose añicos en una

mi voz ronca-. ¡Esto es confin

inelas silenciosos de mi cautiverio. Mis protestas se desvanecieron en el silencio estéril de l

un hombre de rostro severo con un traje a medida, uno de los asistentes principales

impieza espiritual. Es para la recuperación de la señorita Cantú y el bienestar continuo de los

dad implacable, era impresionante. Me negué, por supuesto, pero mi negativa fue recibida con un sombrío silencio. Sin otra palabra, dos nuevos

sinuoso camino sin pavimentar. Nos detuvimos en la base de una imponente montaña, envuelta en niebla. Mi cuerpo, a

lugar? -exigí,

nte. Uno de los guardias respondió, sosteniendo el teléfon

do que debes ascender esta montaña sagrada. Cada paso, una reverencia. Una limpieza de tu espíritu, una penite

, Bruno! ¡No me degradaré por tu

ue atesoras. El último vestigio de su memoria. Son bastante vulnerables, ¿no

ía destruido mi jardín una vez; no dudaría en destruir el último vínc

ea se

onía, cada reverencia un dolor abrasador mientras mi cuerpo magullado raspaba contra la piedra áspera. Mis heridas, aún en carne viva, se abrían con cada genuflexión

eaba contra los escalones de piedra, un crujido nauseabundo resonando en el silencio. -

a una masa de heridas crudas y sangrantes, mi rostro surcado de tierra y lágrimas. Mi ropa

sonrisa inquietante y cómplice. Bruno, al verme, frunció el ceño, un destello d

abía usado su nombre completo, una cruda desviación del ca

se apresuró hacia adelante, una imagen de frágil gratitud. -Oh, Amelia, gracias -dijo con voz melosa, agar

ero estaba completamente agotada, demasiado cansada para siquiera levantar la mano. Simplemen

itor cercano. Una voz crepitó a través de un altavoz: «¡Advertencia! ¡Se d

por la ladera de la montaña, directamente hacia nosotros. El ca

ampliamente, golpeándome en el pecho. El impacto me envió volando hacia atrás, desequilibrada, directamente en el camino del proyectil que se aproximaba. Mi cabeza golpeó el suelo co

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