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Su Profecía, el Espíritu Destrozado de Ella

Capítulo 3 

Palabras:1227    |    Actualizado en: Hoy, a las 14:31

lia

ola en los escombros de mi antigua vida. Mis piernas cedieron y me derrumbé sobre la alfombra de felpa, los hilos d

uida por la risa más profunda y contenta de Bruno. -Esto es perfecto, mi amor -murmuró él, su voz teñida de un afecto

amanecer sobre el Mediterráneo. «Tú eres mi ancla, Amelia», había dicho, trazando patrones en mi espalda. «Mi puerto se

ensaje claro: ya no era una esposa, simplemente una transeúnte, una invitada no deseada. Cada objeto que colocaba, cada libro en el estante, se sentía como una admisión de derrota. Desempaqué mis semillas de rosa -las r

te de Ximena. Justo cuando finalmente me sumergí en un sueño agitado, un grito agudo rasgó la tranquila casa. Era uno

Los llantos eran frenéticos, resonando a través de la silenciosa mansión, demasiado fuertes, demasiado desesperados para un simple cambio de p

no me llevaron a la suite principal, sino hacia la parte trasera de la casa, hacia el jardín cerrado. Mi

puerta del jard

amente destrozado. Trabajadores, bajo la supervisión del administrador de la finca de Bruno, estaban arrancando arbustos, removiendo la tierra y desarraigando las delica

mi propio corazón estuviera siendo arrancada de mi pecho. Tropecé hacia adelante, mis man

álida y angustiada. Uno de los gemelos todavía lloraba inquieto en sus brazos,

ecesario? ¡Este es mi jardín! ¡El legado de mi madre! ¿Cómo p

n malestar inexplicable. Identificó tu jardín, específicamente tus rosas, como fuentes de 'energía inarmónic

surdidad de ello me golpeó, seguida por una ola de una desesperación helada y cortante. Estaba destruy

dose en una súplica desesperada-. ¡Mis rosas son

han tenido fiebre toda la noche. ¡Dijo que las rosas eran la fuente de su malestar, dre

e arrojó al bebé que lloraba a los brazos. -¡Toma, Amelia! ¡

e intensificaron, su pequeño cuerpo ardiendo de fiebre. Mis propios instintos maternales, largamente repr

á empujando! ¡Está tratando de dañar al bebé! -Tropezó con un rosal volcado, c

e a mí y al bebé en mis brazos. -¡Amelia! ¿Qué te pasa? ¿Tratando de herir a

z ronca-. ¡Se empujó a sí misma!

liciosa es clara. ¡Continúen el trabajo! -ordenó al administr

ente vistos, me agarraron. Me torcieron los brazos detrás de la espalda, forzándome a arrodillarme.

ebrados, las raíces arrancadas de la tierra. Las raras rosas de mi madre, los últimos vestigios de nuestro pasado compartido, fuero

ntumecido. El legado de mi madre, desaparecido. Mis hijos, desaparecidos. Mi vida, ahora un páramo estéril. Los guardias me sostuvieron, mi cuerpo temblando, hasta que la úl

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