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Su Profecía, el Espíritu Destrozado de Ella

Capítulo 7 

Palabras:1095    |    Actualizado en: Hoy, a las 14:31

lia

te, sin su presencia sofocante. Las enfermeras, sintiendo mi aislamiento, fueron silenciosamente amables, trayéndome mantas extra y té caliente. Usé la soledad para procesar las heridas crudas y sup

é a la mansión, ahora más una prisión que nunca. Pero al acercarme a la

esprovista de emoción-. El señor Garza ha dado

ó. -¿No se me permi

stantes y se traslade a un departamento que ha arreglado. Es una asignación

el nombre, pagándome como a una empleada problemática. Su «generosidad» era una jaula dorada, un insulto final

divorcio en blanco, todavía guardado en un compartimento oculto en una de mis cajas empacadas. ¿Pensaba que podí

entraré en mi casa. -Mi inesperado desafío claramente lo sorprendió. Vaciló, luego se movió a

o solo por los distantes y agudos llantos de los gemelos. Mientras me dirigía a la suit

iro que una vez había resaltado la calidez en sus ojos. Le quedaba demasiado grande, colgando holgadamente, pero el mensaje era claro. Est

ndome a ignorar el dolor abrasador de la traición. Solo necesitaba recoger mis cosas

a nuevo rico tratando de aparentar demasiado. Lo ignoré, mis ojos escaneando el espacio familiar en busca del panel oculto donde guardaba mis posesiones

evo. Vacío. El panel se abrió, revelando nada más que madera desnuda. Se me cortó la respiración. El pánico, frío y agudo, ar

te silenciosos, habló, su voz goteando falsa preocupac

tán mis cosas, Ximena? ¿Qué has hecho? -Mi v

ojos se abrieron de par en par, mi sangre congelándose en mis venas. La manta. Era mi velo de novia. El encaje de herencia, pasado de mi abuela, que había conser

ticuados. Pero pensé que harían unas preciosas mantas para los niños. Especialmente este hermoso encaje. Tan delicado. Y este gorrito -apretó juguetonamente la cabeza del bebé-,

de mi hijo nonato. Transformados en pañales para sus hijos. La profanación, la pura malici

fundas, me abalancé sobre ella. -¡Maldita perra! -grité, arrancando la manta, quitándose

ndo, sus ojos muy abiertos de fingido terror. Antes de que pudiera reaccionar, mi mano conectó con su rostro, u

e encontraron con los míos, y por un momento fugaz, lo vi: no dolor, no miedo, sino un destell

una furia cruda que superaba incluso la mía. Había aparecido de la nada, su rostro una máscara de rabia-. ¡¿Qué demo

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