La Cicatriz de un corazón
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ire como si fueran recuerdos que nunca terminaban de disiparse. Había abierto la cafetería tres meses atrás, en un local pequeño de esquina con ventanales amplios que dejaban entrar la luz tempr
go, en los silencios entre pedido y pedido, la guerra regresaba. Los gritos lejanos, el humo denso, la sangre que no se lava con agua caliente ni con litros de
habitual, pero lo que encontró fue distinto. Una mujer joven, de cabello castaño claro recogido en un moño improvisado, entró con paso decidido. Llevaba un abrigo
a voz firme que parecía dispues
ando la sonrisa que ya tenía tatu
nela. Ethan lo preparó con la destreza automática que lo caracterizaba, aunque notó cómo la presencia de ella alteraba la calma hab
r mirarla de reojo. Había en sus gestos una concentración casi obsesiva, como si buscara atrapar cada pensamiento antes de que se le es
ella se acercó de
recomendarme algo dulce
enemos croissants de almendra
respondió ella, con un des
un matiz distinto, como si se hubiera suavizado. Se lo
¿verdad? -preg
ue lo disimuló rápido. -
- Una amiga en común me habló de
de los centros de rehabilitación a los que asistió al regresar del servi
ó la mujer- Soy Clara Rosello, Trabajo como
da. Psicóloga. Ethan sintió una punzada de alerta, un
cortesía, aunque sus
razo en su cuaderno, era un recordatorio de lo que intentaba evitar. No quería terapia. No quería abrir viejas heridas ante alguien que apenas conocía. Y, al mismo tiempo, había algo
ear de monedas en la caja registradora. Pero Ethan sentía que todo giraba en torno a esa presenc
dijo- Y por el croissa
limitó
os, como si quisiera memorizar su
emasiado. Pero también me dijo que aquí encuentras
iera responder, Clara sonrió, tomó su carpeta y salió del local. El sonido de la puer
e alguien entraba en su espacio protegido. Y sin embargo, había algo en esa mujer que lo intrigaba. Algo que lo ha
, en medio del humo y el caos: si salgo vivo de aquí, nunca dejaré que
un cappuccino y un cuaderno, y tal