Este era mi tercer intento de suicidio; cada vez, mi cuñado, Dustin Martin, me encontraba y me salvaba.
Pero entonces encontré su reloj, un Patek Philippe que había encargado para mi marido, Evertt, al que dieron por muerto en un accidente aéreo. Las palabras grabadas en la parte de atrás decían: "H y E, para siempre". Al ver esto, me dio un vuelco el corazón. ¿Por qué Dustin tenía el reloj de mi esposo?
Me sentí aterrorizada. Tenía que investigarlo y descubrir la verdad. Salí tambaleándome de la habitación del hospital y escuché voces en la sala de espera. Era Kylee, la prometida embarazada de Dustin, y la voz de un hombre que conocía mejor que la mía; la de Evertt.
Me asomé por una esquina, y vi que "Dustin" sosteniéndola en brazos.
"Evertt, ¿y si se entera?", susurró Kylee. "¿Y si se da cuenta de que no eres Dustin?".
"No lo hará", dijo Evertt con indiferencia. "Su dolor es tan profundo que solo ve lo que quiere ver".
El hombre que me había salvado del suicidio, y que yo creía mi cuñado, era mi marido. Él todavía estaba vivo, y me había visto sufrir, dejando que me ahogara en el dolor, todo por la prometida de su hermano muerto.
Todo mi mundo había sido una mentira; una broma cruel y retorcida. Pero entonces, una nueva idea, fría y aguda, atravesó mi dolor: una escapatoria. Sería lo suficientemente fuerte para destruirlo.
Capítulo 1 Engañada
Era la tercera vez que intentaba suicidarme. La primera tomé pastillas para dormir; la segunda, me corté las venas. Cada vez, mi cuñado, Dustin Martin, me encontraba y me salvaba.
En esta, estaba en el balcón de la casa de la familia Martin, mientras el viento me azotaba el cabello en la cara. Sería una caída larga. Pero justo cuando estaba a punto de saltar, sentí un fuerte brazo que me rodeó la cintura y me haló hacia atrás.
Entonces Dustin me dijo con la voz áspera por el cansancio: "Helen, detente".
Tras eso, me desperté en la blanca habitación de un hospital, en la que podía percibir el olor a desinfectante.
La puerta se abrió y entró Dustin, con el rostro demacrado y cansado. Kylee Armstrong, su prometida embarazada, lo seguía apoyando su mano en el estómago.
"Helen, ¿cuántas veces más harás esto?", dijo él, con voz grave y llena de un profundo cansancio. "Evertt se ha ido; tienes que aceptarlo".
Me quedé mirando al techo, en silencio. Tenía un nudo en la garganta que me impedía hablar.
Kylee se adelantó, diciendo con voz suave y dulce: "Helen, todos estamos de luto, pero también tienes que pensar en nosotros. Dustin está agotado, y yo estoy embarazada; no podemos seguir así".
Permanecí en silencio, pues sus palabras no eran más que ruido, desvaneciéndose en el fondo de mi inmenso dolor.
Dustin extendió la mano para tocarme el hombro y luego la dejó caer. Suspiró en señal de completa derrota y me dijo: "Descansa un poco, Helen".
Se dio la vuelta y salió de la habitación, mientras Kylee lo seguía de cerca, tomándolo de la mano. La puerta se cerró con un clic, dejándome sola y en el silencio. Fue entonces cuando volví a sentir ese profundo dolor, como un peso físico que me oprimía el pecho.
Desvié los ojos hacia la ventana, notando que afuera había un gran roble que llegaba casi hasta el cielo, y sus hojas se movían con el viento.
Recordé un día con Evertt, mi marido, bajo ese mismo árbol. Habíamos hecho un picnic. Él me había pelado cuidadosamente una naranja, asegurándose de quitarle toda la cáscara blanca porque sabía que yo la odiaba.
En otra ocasión, llenó nuestra habitación de cientos de gardenias, mi flor favorita, solo porque yo había tenido un mal día en la galería de arte.
Las lágrimas corrían silenciosamente por mis mejillas. ¿Cómo podía una vida tan llena de amor y felicidad convertirse en esto tan vacío?
Las noticias decían que su avión privado se había estrellado en las montañas en medio de una tormenta repentina. Solo encontraron un sobreviviente: Dustin, su hermano menor. Mi esposo, Evertt, el famoso magnate de la tecnología, fue dado por muerto. Yo no podía aceptarlo; no lo haría.
El mundo sin él era vacío y sin propósito. Por esa razón había intentado seguirlo. Ahora la vida no tenía sentido.
Sentí un impulso repentino; tenía que salir de esta cama, de esta habitación.
Al balancear las piernas sobre el lateral de la cama, mi pie golpeó algo contra el suelo: era una chaqueta de hombre. Dustin debió haberla dejado.
Me agaché para recogerla, y algo pesado que había en el bolsillo se deslizó y cayó al suelo con un suave ruido; era un reloj. Al ver eso, sentí que se me paró el corazón. Conocía ese reloj. Era un Patek Philippe que había encargado para el cumpleaños número treinta de Evertt. Me costó dos años y un viaje a un remoto templo en las montañas para que el maestro artesano bendijera el metal.
Me temblaron los dedos al agarrarlo. En el reverso, el grabado personalizado era inconfundible: "H y E, para siempre".