Luis Carlos:
En Granada, Tablasa, 30 de abril de 2003
Con una peluca, barba, lentes oscuros y una gorra con visera, vestido con un abrigo largo y ancho, que no permite apreciar con exactitud mi figura, me encontraba frente al inmenso ventanal, que ocupa una de las paredes del Aeropuerto Internacional de Tablasa.
De pie, pegado al vidrio del ventanal y con la mirada puesta en el avión que aterrizó, proveniente del extranjero, observé fijamente cada pasajero que bajaba del mismo. Hasta que, por fin, pude visualizar a la musa de mis composiciones y triunfos, como de mis tristezas, fracasos y sueños no alcanzados: Victoria Isabella Vélez.
«¡Está hermosa! ¡Preciosa!» Pensé, añorando sus tertulias y caricias inocentes.
Parece, como si el tiempo no hubiera pasado por ella. Su larga cabellera, ya no está. Trae un look a la altura de los hombros, que la brisa en la pista de aterrizaje, bambolea de un lado a otro. Este, suave vaivén de su cabello, le hace ver más joven.
«¡Su contextura, es la misma de hace veinte años!» Recordé, especialmente, su cintura delgada y esbelta.
Por lo visto, mantiene un cuerpo de medidas perfectas. También, conserva su mismo estilo al caminar, sonreír y hablar. Todo en ella, hace que emane seguridad, dominio, empoderamiento total de su personalidad y de su vida.
«¡Se ve muy elegante!» Analicé sorprendido.
«¡Mierda! Nunca pensé, que volver a verla, me dolería tanto», reflexioné ansioso y buscando como disimular lo que sentía.
Las lágrimas empañaron las gafas oscuras que llevaba puesta. No podía quitar la mirada a esta. Era, como si mi corazón y mi alma lloraban al unísono, al ver nuevamente a la inspiración, a la mujer de mi vida. Con ella, vino violentamente a mi mente, el pasado. Un pasado del cual hoy, me avergüenzo...
«A pesar de los años transcurridos, no he podido encontrar una mujer que haga que la olvide. De ahí, que en cada nota musical o en cada letra de canción que compongo y canto, ella está presente. ¡No debí traicionar ese amor tan puro y desinteresado! Que me regaló siendo aún una adolescente», recordé con nostalgia.
«¡Cuánto me pesa, haber defraudado la confianza que ella tenía en mí! Igualmente, haber aceptado que se fuera a un destino desconocido, poniendo kilómetros de tierra y agua, entre nosotros», sopesé con tristeza, bajando la víscera de mi gorra para no ser descubierto por alguien.
«¡Bendito sea Dios! Que me puso en el camino al primo de ella, con quien siempre he mantenido una permanente comunicación: Roberto Vélez. Él, fue el único que entendió mi posición cuando hablé con la verdad sobre lo que me ocurrió», rememoré con mucha tristeza.
«Si no es por él, no hubiese tenido la oportunidad de volver a ver al único sueño que no he podido alcanzar. Se me hizo cuesta arriba, hacer que me perdone y que me permita acercarme, aunque sea como amigo», reflexioné, ahogando un nudo en mi garganta, para no emitir sonido, que me delate.
Mi guardaespaldas me hizo señas para que me cubriera el rostro, porque el grupo familiar de Victoria, se acercaba al área del aeropuerto en donde me encontraba...
-¡Ja, ja, ja! Prima, qué emoción tenerte de nuevo en casa -comentó Roberto, derrochando alegría y felicidad, caminando abrazado a esta.
-¡Sí, primo! -Asintió ella, sonriendo- ¡Je, je, je! Es una emoción inmensa, retornar al nido, después de tantos años de ausencia -añadió, con su tierna y melódica voz.
-Y ¿Tía? ¿Cómo está? ¿Por qué no vino contigo? Interrogó él, mirando todo a su alrededor, buscando a alguien, posiblemente a mí.
-¡Mami, está muy bien! Feliz, con su nieta -afirmó esta, con una sonrisa encantadora y cuyas palabras, me hicieron voltear bruscamente. Esta noticia, fue una verdadera sacudida para mí, puesto que desconocía que era madre o que se hubiera casado.