El idilio de un enfermo
damasco amarillo, y el caballero de luenga barba, situado al pie del balcón, le examinaron un momento sin curiosidad, contestando con otra levísi
penetraba bastante amortiguada al través de las persianas y cortinas. Detrás de la pue
uslo con el sombrero de copa. Las se?oras, sin despegar los labios y con semblante de duelo, paseaban la mirada repetidas veces por
e dos personas que se despiden. La se?ora que se marchaba cruzó la sala con una hermosa ni?a de la mano y se
o de usted
caballero impaciente. Y volv
no merecía en conciencia el nombre de bigote. A pesar de esto, se comprendía que no era ya adolescente. Los lineamientos de su rostro estaban definitivamente trazados y ofrecían un conjunto agradable, donde se leían claramente los signos de prolongado pa
an las preguntas que a cualquiera le ocurrirían mirándolas. Las se?oras del diván contempláronlas con lástima y se hicieron una leve se?al con los ojos, que quería decir: ?pobre joven! Después se hicieron otra se?al, que significaba: ?qué pantalones tan bonitos lleva, y qué bien calzado está! I
el doctor Ibarra, despidiendo al caballero, qu
de la Orden de Alcántara que le había dado golpe, al parecer. No obstante, de vez en cuando volvía los ojos con zozobra hacia la puerta del gabinete. Trataba inútilmente de reprimir la impaciencia. Aquellas se?oras tardaban mucho más de lo que había contado. Dejó el libro, se levantó, y como no había nadie en la sala, se puso a dar vivos paseos sin perder de vista el pestillo, cuyo movimiento espe
s de espera, al paso que en el gabinete había intervenido más directamente con sus gustos y carácter un tanto estrafalarios, resultando una decoración severa y modesta, no exenta de originalidad. La mesa en el centro, las paredes cubiertas de libros, y el suelo también, dejando sólo algunos senderos para llegar a
ez que viene uste
, s
diga
del médico, y profirió con palabra rápida, dond
econocido dice que me encuentro en segundo grado de tisis pulmonar, y por si la ciencia tiene aún a
y le diré mi opinión con franqueza, pues que así lo desea... Pero antes de que procedamos al reconocimiento,
de completa salud. Siempre he tenido una naturaleza muy enclenque, y he padecido casi
s dige
empre han sido
n do
supuesto, mi temperamento; pero al llegar a los veinte, no sé si por el mucho estudiar o el desarreglo de las comidas, o la falta de ejercicio, o todo esto reunido, volvieron a exac
aciones se d
iló un insta
esc
ltas horas de la noche, hostigados por la premura del tiempo... la falta de ejercicio... y el trabajo intelectual, que y
ismo desde hace tres o cuatro meses. Una carencia absoluta de fuerzas. En cuanto
ún síncope, o siente
der el sentido. Sin embargo, en estos últimos t
se u
nes he esputado un poco de sangre. Me alarmé basta
forma de vómito o
un poquito e
había uste
enfermedad crónica, me iba arreglando con los antigu
eme uste
l joven. Después, observó con atención sus ojos, bajando
reconocerl
ste. ?Es necesar
or. Aquí n
ar de un armario el estetoscopio. Después se coloco de rodillas al lado del sofá, y comenzó el reconocimiento. El doctor se entretuvo largo rato a palpar y repalpar el pecho, apoyando los dedos y dando sobre ellos repetidos golpecitos. En el lado derecho algo le llamó la atención, porque acudía allí con más frecuencia. Nada turbaba el silencio del gabinete. El joven observaba de reojo la fisonomía impasible del doctor. Una mosca se puso a zumbar tristemente en torno de ellos. Pero aún más triste zumbaba el pensamiento por el cerebro de nuestro enfermo, quien se
mento, se lo puso sobre
fuerte... Ahora respire usted
largo
í... Tosa usted otra vez... Bast
cual el enfermo comenzó a a
hable
uiere uste
s, ya que es
o el joven sonriendo con amargura. Y empezó a decir en voz alta
algunos versos, el
usted respirand
e fuese de noche a penetrar en una casa. A veces creía sentir los pasos de la muerte, como el soldado los de su enemigo, y la frente del anciano se arrugaba, pero volvía a serenarse al momento, adquiriendo expresión indiferente. Su atenci
l fin la cabeza, y
o a usted que estaba en
el enfermo con l
nte, y le miró lleno de estupor.
cia:-Ha hecho usted una locura, joven. ?Qué hubi
e un modo
racias; ?
.. después yo no sé
émico. La dispepsia inveterada que padece no acusa tampoco ninguna lesión en el estómago, y es perfectamente curable. No tiene usted, por consiguiente, nada que temer, por ahora. Recalco estas palabras para que usted comprenda que urge ponerse en cura, porque a la larga, esta enfermedad engendra la que usted creía ya tener... Y ahora se ofrece para mí una grave dificultad. Yo puedo receta
lte
una mujer que le
joven sonriendo y ru
as para alejarse de e
rrugó, y sus ojos adquirie
seo ot
ejar sus negocios y pasar una larga temporad
o qu
re más puro, que corra usted entre los árboles unas veces y otras al sol, que coma usted alimentos suaves y nutritivos, que se levante usted temprano y no se retir
uando hubo terminado, se levantó y quiso pagarle. El médico no lo consintió: sentía mucha simpatía hacia los jóvenes escritores, y en el caso presente comprendíase que la
andes y útiles. Cúrese usted, robustezca usted su cuerpo, y verá cómo después no siente tanto desprecio por la existencia... Adiós, joven... No deje usted de escribirme pronto desde su retiro, para que le envíe una receta. Por ahora no quiero darl
cliente que, sentado en un diván, tosía apretando las sien
po distinto del que usted va a v