El idilio de un enfermo
a. Estaba la iglesia no muy lejos de la rectoral. Cuando llegó a ella, aún no habían terminado el rosario, que en las aldeas precede los domingos al sacrificio incruento. Pero
motivo, les pronuncia siempre un discurso, en que los llama, entre otras cosas, escribas; pero los feligreses r
o pendía sobre el arca. Lo primero con que tropezó fue con Celesto que, de rodillas a la puerta, rezaba el rosario. Esparcidos por el recinto, unos sentados, otros de hinojos, estaban: el maestro de escuela, que era un joven rubio afeminado, con traje de labrador en día de fiesta; el escribano del lugar, que trabajaba toda la semana en Lada y venía los sábados por la tarde a pasar el domingo
días,
uenos los t
altanero y furibundo como el conquistador que pone el pie en una ci
Diciembre; me parece que no
rgo, el escribano se atrevió a apuntar humildemente que no se perde
cura clavándole sus oj
l escribano con gra
no cayó como un rayo sobre él. Sacó un inme
Félix; ahora está toda la savia
orteza dura, y los casta?os y los nogales lo
dora mirada por
un carro de flor este a?o... No quisiera, por algo de bueno, que se
ado de su finca: algunos pomares habían cargado mucho; otros, en cambio, no tenían una sola manzana.-Algo raro está pasando con la sidra-terminó diciendo mientras arreglaba un pliegu
en el brazo izquierdo.-Vamos, D. Félix, no ofenda usted a Dios con esas quejas. Un hombre, se
tengo quince días de bueyes de pomarada; y D. Pedro de Marín no tiene más
rmuró el cura poniéndose la estola.-Pero dígame a cómo le han p
el escribano, co
aguardar la réplica que el escribano estaba meditando, se metió con un solo movimiento la casulla por la cabeza, tomó
ano y Celesto abren un enorme misal de letras coloradas, lo colocan sobre el arca de la vestimenta, y con voz destemplada principian a cantar. Imposible que se diera algo más inarmónico y endiablado. Andrés, después de haberlos contemplado un rato con espanto, se refugió en la puerta y desde allí comenzó a explorar los rincones de la iglesia. Estaba enteramente ocupada por la g
no moreno, gracioso, de nariz levemente aguile?a, boca chiquita y fresca, ojos no muy grandes tampoco, pero negros y vivos, frente estrecha y adornada con rizos de pelo negro, que consiguió llamarle la atención.-?Vaya una chica salada!-pensó, devorándola al mismo tiempo con los ojos. A la joven aldeana también debió de extra?arle Andrés, porque le miró larga y fijamente un buen espacio, sin importarle nada de la insistente curiosidad de éste. Después que le hubo examinado a su sabor, hizo una levísima mueca con los labios y entornó de nuevo los ojos al altar. El forastero, con la percepción clara y fina del hombre culto, adivinó por est
ieron; las mujeres se sentaron; en la sacristía, el escribano también se sentó en un banco, sacó el bote de plata con tabaco y
o. En cambio, si a mano viene, no os importa trabajar en día festivo, faltando a uno de los primeros mandamientos de la ley de Dios, que dice ?santificar las fiestas...? Lo que hacen mis feligreses en tiempo de yerba, como ahora, es un verdadero escándalo, y está dando que decir, me entiende usted, a todas las personas piadosas del concejo. Con la mayor frescura levantan la yerba los domingos, la cargan
ublado y amanece a llover, o bien, me entiende usted, porque ya esté seca de algunos días o por cualquier otra causa; si aprovechan la ma?ana del domingo para meterla, y efectivamente la meten, procurando no dar escándalo... no pecan... Pero si Juan, Pedro o Diego se ponen a revolver la yerba o
n esos que están a la puerta... ?sin causa legítima!... Los que trabajen pecan mortalmente y están co
ar los días de precepto, no sólo para bien de nuestra alma, sino por el ejemplo que con nuestra buena conducta damos a los otros. Los que falten a este sag
uiente, ya
a veces con las mismas palabras, buscando en los nudillos de los dedos, que frotaba suavemente, nuevas ideas y ar
Andrés, el maestro y D. Jaime, fatigados de escuchar, se replegaron también hacia el banco donde estaba el escribano. Se empe?ó una conversación animada acerca de lo que podía recaudarse entre los vecinos para la fiesta parroquial, que n
o éste, después de cantar solemnemente el ite misa est, echó la bendición al pueblo, los circunstantes se volvieron unos a otros, diciendo un ?buenos días? amical y apresurándose a recoger los sombreros. Algunos
mente el valle. Mozos y mozas formaban pintorescos grupos dentro y fuera del pórtico, que empezaban a
quella chica morena que está a la
a del pa?
rales en la garganta... la que
ndrés... (bajando la voz y en tono confidencial). Yo le daré a conocer otr