El idilio de un enfermo
primera, el expendedor le clavó una mirada honda y escrutadora, y le examinó detenidamente de la cabeza a los pies, preguntándose con curiosidad:-?Q
cabo de un cuarto de hora de pasear por aquel inmenso y sucio camaranchón, apareció un mozo con el rostro embadurnado también de c
eros a
edor desde la taquilla.-?Qui
epuso el mozo
a dicho a ti q
re
altaba más que estuviésemos aquí sujetos a la voluntad de los se?ores mozos!-Usted dispense, caballero-prosiguió volviendo los ojos a Andrés;-pero este mozo es más animal que el
como diciendo:-?Por mí
o por la sala co
sted factu
se?or; se
podía salir a dar algunas v
lero: el se?or gerente no tarda
che reservado, algo menos sucio que el que a Andrés le tocó en suerte. El hombre de la taquilla, después de apretar la mano repetid
s arranca
a, cual si le costase esfuerzos supremos remover el cortejo de vagones que le seguían; por ú
derramaba por él sin topar obstáculo en algunas leguas: el terreno solamente hacía leves ondulaciones. En el país donde nos hallamos, el más quebrado y montuoso de la Península, el valle de Navaliego constituye una feliz o desdichada excepción, según
estación. Allí se subió al mismo coche un matrimonio obeso que saludó cortésmente a nuestro viajero. Un hombre, calzado de almadre?as, gorro de pa?o negro y
aderas de un verde esmeralda. Andrés contemplaba con júbilo aquel exuberante follaje, que en la vida había visto, comparándolo con la empolvada pradera d
la parte exterior del
de va
L
fusión al matrimonio obeso). ?Ustedes por acá! Hace ya lo menos dos meses que no vienen a ver al chico: ya sé, ya sé
lo que dejo de
?Con esas espaldas y esas!... ?Va
pasando muy mal desde el día de San
elefante del marido.-Lo está pasando muy
ventanilla para seguir contemplando el paisaje. Al poco rato
mo espacio de campo. A trechos, sólo quedaba la anchura suficiente para el paso del riachuelo que corría por la ca?a
de la mayor apretura de la garganta, donde no había rastro de e
as ventanillas y mirar y remirar en vano,
ifica esta
e apeará aqu
?
na que las que ordinariamente despedían sus ojos revestidos de ca
de llegar a Piedrasblancas-dijo la mu
ad-dijo
lo a
é si
pedírselo? El no y
rcase. Vino el revisor, escuchó la proposición de la faz redonda y la halló un poco grave. Era comprometido para el maquinista y para él; ya
entos de su consorte. Negocio terminado. El tren pararía media legua ante
usted
esario para que marido y mujer dijesen a Andrés:-Buenas tardes, caballero, feliz
petable caudal corría por el medio: las colinas, que por todas partes lo circundaban, de mediana elevación y cubiertas de árboles. Allá, a lo lejos, los ojos del joven columbraron un grupo de chimeneas altas y del, mucho estrépito, muchas pilas d
iló un momento acerca d
gar al primer mozo