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El Comendador Mendoza Obras Completas Tomo VII

Chapter 8 No.8

Word Count: 3937    |    Released on: 06/12/2017

que guardar cama y no pudo acompa?ar á paseo á su hija Lucía; pero, como el mal no era de cuidad

una casa y otra. á la hora convenida, en punto de las nueve y media, pronta y

a Clori en la vida re

guardar la c

a voz de una cr

, Do?a Lucía está l

l patio contiguo una voz argen

calle; ?para qué he

?a Lucía, y hallaron ya á

tan suave, delicada y transparente, que al través de ella se imaginaba ver circular la sangre por las venas azules. Los ojos, negros y grandes, estaban casi siempre dormidos y velados por los párpados y las largas y rizadas pesta?as; si bien, cuando fijaban la

ormas eran bellas y revelaban el precoz y completo desenvolvimiento de la mujer. El cabello

negro, con mantilla y basqui?a

rmeja, las acompa?aría en el paseo. Salvos los cumplimientos y ceremonias de costumbre, no hubo en la con

de granados, zarza-moras, mimbres y otras plantas. En muchas sendas hay un arroyo cristalino á cada lado; en otras, un solo arroyo. Todas ellas gozan, en pr

verdura que ci?en las márgenes de los arroyos, esparciendo grato y campestre aroma. Campanillas, mos

multitud de pájaros la anima y alegra con sus trinos y gorjeos. En Andalucía, huyendo de la tierra de secano, bus

n, tomaron la senda que llaman del medio. Ellas cogían flores, se deleitaban oyendo cantar los colorines ó reían si

r ser la senda casi siempre estrecha, habían ido uno en pos de otro, se pusieron en

iosidad. ésta es Clori. ?No es verdad

nfiado á su tío aquel secreto, y no pudo reprimir las muestras de su disgusto, frunciendo el entrecej

ello; pero Lucía advirtió su di

e confesárselo todo. Tuve que disculparme y que disculpar á D. Carlos. á mi tío se le metió en la cabeza que él e

on Do?a Clara, que se puso más encarnada aún:- nadie sabrá por

anquilizaba, si bien no acertó, con la

ucía c

de Atienza, ilustre mayorazgo de la mencionada ciudad, el cual vive en Sevilla con sus padres, trata de tomar en aquella Universidad la borla de doctor en ambos

ta, cuyo apellido no me has dicho. ?Cómo un forastero recién llegado ha de adivi

maba mi amiga. Pues bien, tío: esta se?orita se llama Do?a Clara de Sol

se turbó; el color rojo, que había te?ido antes las mejillas delicadas de Clarita, se diría que había pasado con más f

la turbación de su t

la conozca, sólo que ya no se acuerda. Cuando era ella chiquirrit

el Comendador, con

o y tratado mucho es á su se?or padre; y también, á pesar de la vida retirada y austera que siempre ha hecho,

ra;- pero, entregada como nunca á sus d

D. Valentín

ios, lo está

cuantiosos bienes de su hermano el mayor, que murió sin hijos, y vive

a del Comendador, enrojeciéndola toda. Reportándose lue

ita, además de ser t

ran casar con don Casimiro? ?Si viera V. qué viejo y qué feo está! Vamos, es

adrique,- ?son ustedes

ariente más cercano que tie

no dejaba por contar nada de cuanto sabía, cuando se hallaba entre pe

la conversación. Quedó callado

encinas y olivos, que pone término á las huertas, se alza un monte escarpado, formado de riscos y

bas, plantas y flores, nacen en las hendiduras de aquellas pe?as ó cubren los sitios en que

como socavadas las piedras, formando una gruta mayor y de más grande entrada que las otras. En el fondo de esta gruta, que se ve todo sin penetrar

. Por aquel estanque se extiende mansa el agua, creando y desvaneciendo de continuo círculos fugaces; mas, á pesar de los círculos, son las ondas de

o crecen juncos, juncia, ber

echa y á izquierda hay dos acequias, por donde el agua corre, dividiéndose después en infinitos arroyuelos, y yend

en movimiento ace?as, batanes y martinetes. No obstante, cerca del nacimiento el agua va por tierra llana, con sosegada corriente y apacible murmullo, s

alto y frondoso un poyo ó asiento de piedra. Allí estaba sentado el poeta rond

s, impropios de su carácter y risue?a filosofía, se pasó la mano por la fre

qué nuevo idilio compon

l asiento, y yendo hacia

Fadrique. Beso los pi

los acompa?ase un rato en el paseo. Habló á D. Carlos de sus estudios, le ponde

criben, han escrito ó escribirán versos en el mundo, era D. Carlos aficionadísimo á recitarlos en presencia de u

que Clara era Clori, la duda se hubiera disipado. á Clarita, valiéndonos de una expresión en extremo vulgar, si bien muy pintoresca, un color se le i

he dado en ba

amo

contraían más de lo ordinario, como para recoger y ocultar ind

prosa, apenas se acercó á Clara, y no le dijo palabra que todo

rina, hubiera podido hablar á su placer con D. Carlos; pero no parecía sino que le tenía miedo, que temblaba de oir su voz sin testigo, y que deseaba demostrar á los ojos del Comendador que no quería pertenec

o de repente, en una ocasión en que D. Carlos y Lucía se adelantaron y se perdieron de vista entre los árboles, el Comendador detuvo

osa... inocente de todo; Dios bendiga

bendecir á la muchacha, tomó su cabeza e

seria, y su expresión era tan simpática y noble, que, á pesar de las ideas con que personajes devotos habían manchado p

ro é impecable del extra?o é inespera

ce un mozo excelent

drique un suave imperio, al

pada. Sin que lo sepa mi madre le he querido. En adelante no le querré. Seré

licar ni á hacer un discurso sub

reunirse, en un sol

evo en la ciudad, D.

dos se?oritas, y se

á Clara á la puerta de su casa

ha dicho

Clara le desde?a, que le rechaza, y que, por

lentín,

gurrumino? Una mirada de Do?a Blanca le confunde y aterra; una palabra de e

quien ha decidido el casamie

o talento y es una santa. Sabe más de las cosas de Dios que todos los predicadores juntos. Reza muchísimo; lee y estudia libros piadosos; lleva una vida ejemplar y penitente, y h

a era como tú la descri

la veía V. c

, sobrina; pero al

ontemplación íntima en que vive, que de seguro ni ella ni su pobre marido sabrán que V. ha llegado. D. Valentín no creo que sea hombre muy interior, espiritual y contemplativo; pero como tiene tanto miedo á su mu

de despegar los labios. Lucía, que era aficionada

la voluntad y la confianza de Do?a Blanca y lograr que su hija se trate conmigo y salga á veces en mi compa?ía. Si no fuera por mí, Clara estaría como enterrada en vida, entre cuatro paredes. No sé cómo ha podido entenderse con D. Carlos. Gracias á que él es muy listo y capaz de todo. Clara ha estado

en la conversación ni una exclamación siquiera. Parec

e atreve á confiar á su madre. Considera ella, en primer lugar, que no es buena su vocación; que quiere tomar el velo por despecho y como desesperada; y, por otra parte, cree

ndador, tuvo al cabo que romper el s

ndes esfuerzos, y como si en vez de responder á su sobrina hablase consigo mismo y á sí propio se respondiese;- entre tanto, Do?a Blanca es discreta, es piadosa y es buena madre. Razones de mucho peso tiene... sin

e V.,

ícil lo que

or

ablar, y lo que ex

mo me callo. Yo no quiero que V. se

e de los amores de D. Carlos y Do?a Clara, y ca

e contarlo todo. El pícaro idilio tiene la culpa.

en la casa, se apartó de la muchacha, yéndose algo meditabundo

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